Desde mi torpeza y mi escasa capacidad, quiero descubrir dónde reside lo sagrado. Busqué un desierto en Almería para escribir sobre mí; escrutar mi alma; mirarme a los ojos con lupa. Pero la lupa me quema la retina. Sólo se me ocurren "planes de dinamización" que aplicar en esta playa. Busco la pureza y encuentro edificios residenciales de 20 pisos a diez metros del mar.
Propongo un "Plan de Dinamización Inversa". En él, la prioridad no son los discapacitados o sus problemas de accesiblidad; ni duchas, ni pasarelas, ni chiringuitos (también llamados "servicios de restauración a pie de playa para mayor comodidad del playero", che palle!).
En mi "Plan de Dinamización Inversa para Aguadulce" propongo derruir edificios a menos de 50 metros de la orilla, desbaratar el paseo marítimo, las pasarelas y escaleras. En mi plan desurbanizador van a volar por los aires todos los chalets de lujo, se van a levantar cabañas de madera sin agua caliente y se harán exposiciones de pintura sobre las rocas de las montañas próximas, también conocido como "arte rupestre" (no vale pintar indalos, eso ya se ha inventado).
Aguadulce sólo tiene algo genuino: un perfil áspero, rugoso y desordenado. Un perfil desértico en el que nada se puede hacer. Un perfil que sólo sugiere una palabra: abandono. ¿Por qué la gente que me rodea en esta minúscula playa se empeña en lo contrario? Busco el silencio y las gallinas no dejan de cacarear a mi alrededor, dándole una muerte obscena a mi espíritu.
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