24.12.06

Vaticano, Servicios Turísticos Integrales

En proporción a sus habitantes, el Vaticano debe ser el Estado con mayor afluencia turística del mundo. Diariamente, miles de personas hacen cola para visitar sus interminables museos: salas y salas donde conviven obras maestras de toda la Historia del Arte.

El acceso al museo, cualquier día de la semana, a cualquier hora, puede dilatarse entre una hora, para los más madrugadores; y tres o cuatro, para el resto. Las colas ordenadas, pero muy pobladas, suelen dar varias vueltas al recinto. Pero merece la pena plantarse allí a esperar y pagar doce euros, para ver las maravillas del arte universal, donde se integran piezas que no son siempre de carácter devocional, como el famosísimo Laocoonte, uno de sus principales reclamos.

El Vaticano es visita ineludible de la capital italiana: allí, es posible ver la Capilla Sixtina, así, de pasada, llevado en volandas por la multitud; y es también un lugar idóneo para el desarrollo de otros segmentos turísticos. De hecho, una fuente de ingresos nada desdeñable para el pequeño estado romano es sin duda la venta de material religioso: los rosarios y calendarios con la efigie del Papa tienen precios desorbitados y, aún así, se venden como rosquillas. Los peregrinos no le harán ascos a las imágenes religiosas, ni tampoco a los souvenirs oficiales del museo, con imprimación de las obras con las que acaban de deleitarse. Desde camisetas, a puzzles, pasando por tazas de café.

Pero además, en ciertas épocas del año, el Centro Turístico popularmente conocido como Vaticano, o Santa Sede, ofrece espectáculo. Desde el Vía Crucis que suele hacer el Papa cada Semana Santa, que cuenta con miles de espectadores todos los años; a fiestas tan entrañables como la de hoy.

Días antes, las autoridades se encargan de prepararlo todo. Es fundamental contar con un buen Belén en la Plaza de San Pedro, que suele ir acompañado por un árbol inmenso; para que quienes quieran acercarse a la Misa del Gallo, cuenten con el calor del hogar de ese Niño que ha nacido, ya que el invierno romano es tan frío como cualquier otro. La plaza se llena de sillas para los asistentes, como en tantos otros eventos. Y la multitud se agolpa a las puertas del templo más importante de la ciudad con la esperanza de entrar a formar parte de ese centro del mundo católico, que es la Iglesia de San Pedro.

Hace hoy un año exactamente, tuve la oportunidad de acercarme a ver lo que se cocía en el centro del mundo católico. Y debo reconocer que mi intención de asistir a la Misa del Gallo oficiada por Benedicto XVI no respondía a la llamarada de fe, que súbitamente había podido encenderse en mi pecho. Yo, como buena turista, iba a ver el espectáculo.

Después de una cena abundante, a base de sopa calentita, entre otros manjares, en una trattoría de la zona, que estaba a rebosar; mi padre y yo nos dirigimos a la plaza, con la sola intención de ver el ambiente. Debían ser las nueve de la noche y la cola rodeaba varias veces la columnata de Bernini. Nos situamos donde pudimos, con la picardía de quien está muy habituado a colarse en las casetas de feria. Pero allí no había ni coros de monjas cantando, ni gente del Opus uniformada, ni grupos de religiosos rezando, nada... Una estafa. Ni una pizca de emoción en la noche más importante del calendario cristiano, después del Domingo de Resurrección, claro está. Lo único que había en la Plaza de San Pedro era un montón de gente estirando el cuello para ver si podía entrar a la iglesia.

Con diversas tretas, de las que sólo se aprenden después de pasar muchos años accediendo sin invitación a las casetas más exclusivas de la Feria de Sevilla, y con una sola entrada regalada, mi padre y yo nos colamos en el templo. Y quizá tuvo algo de interés la misa cantada en latín, por la novedad; porque es algo que no había escuchado nunca. Y el sermón del Papa en italiano, que decía más o menos lo que ET, que hay que ser buenos; además de otras cosas más cercanas a ese tono de radicalillo que caracteriza a Ratzinger, como la necesidad de garantizar la defensa de la familia, que, al parecer, estaba en peligro y no nos hemos dado cuenta.

Pero en realidad nada de eso me interesaba. Yo sólo quería ver si, acercándome al núcleo de la vida cristiana, podía acercarme a todo lo bueno que tiene la religión, porque lo tiene, y mucho. Aunque fuera una creencia descafeinada, un cristianismo sin fe en Dios, donde celebrar la esperanza en la bondad humana, que podría terminar salvando este mundo de mierda.

Pero Ratzinger y los suyos sabían muy bien lo que se hacían. Ellos iban dando su espectáculo hasta el final, con paseíllo incluido, cantando aquel famoso villancico italiano Tu scendi delle stelle, que debe ser como nuestros Campanilleros. Sin perder la compostura, el Papa iba bendiciendo a todo aquel que se le acercaba entre la multitud. Y eso, aún sabiendo que quienes van todos los años a escuchar su sermón de la Misa del Gallo no son fieles, sino turistas que quieren espectáculo.

21.12.06

Reposicionamiento I

- Voy a pasar el fin de año en España.
- ¿Ah, si? ¡Qué bien! ¿Cuándo vienes?
- Llego el día 27 a Barcelona y vuelvo el día 2 de Enero a Alemania.
- ¿A Barcelona?
- Sí, sería una buena oportunidad para vernos, ¿no?
- ¡Voy a buscar vuelos!
- ¿Entonces podremos vernos?

No tengo dinero para ir. Lo tendría si no tuviera que pagar mi seguro de coche de novata. Lo tendría si le pidiera algo a quienes me lo pueden dar. Pero aunque lo tuviera, no sé qué decisión tomaría. ¿Por qué ha elegido Barcelona? Ya que hace tantos kilómetros, ¿qué más le daba venir a Sevilla?

He cometido el error de pararme a pensar. Me he frenado cuando estaba a punto de contratar uno de esos vuelos relativamente baratos por internet. He apartado el ratón de la palabra "confirmar", porque he dudado. Me he preguntado... ¿A ella le importa realmente?

Su pregunta quedó en el aire. Aún tengo que contestarla.

15.12.06

Crisis en la transición del XVI al XVII español

Consultando un texto al respecto, del historiador Alfredo López Serrano, que espero me permita citarle en estas páginas, encuentro afirmaciones como éstas:

La prosperidad había hecho adquirir a los españoles malos hábitos económicos: lujo en el consumo, especulación como forma de vida, con préstamos al Estado, siempre en déficit...

(...)

La burguesía y las clases medias, deseosas de prosperar, consideraron que para lograr el prestigio social y la nobleza lo primero que había que hacer era abandonar los oficios “viles”.

(...)

En resumen, los españoles no querían trabajar. En el cambio de siglo se consolida la abrumadora presencia de los pícaros, de toda condición, en las ciudades y los campos. La dimensión de la mendicidad se hizo alarmante. Para los españoles de entonces el trabajo era una maldición. Dejaron para otros las tareas más duras. Vinieron numerosos extranjeros atraídos a la Península por los altos salarios (franceses sobre todo, que fueron ocupados en la vendimia o la siega, mientras las mujeres lo eran en el servicio doméstico). No se podía prescindir de ellos, pero se dieron brotes de xenofobia (de entonces data la palabra gabacho, con sentido peyorativo) y se les hace responsables de la inseguridad de las ciudades. También los moriscos se ocuparon de las tierras más duras, pero aun así se les expulsará en 1609. Los gitanos sufrieron también un acoso social importante.

Afirma el autor que, entre otros factores que empujaron a la economía española al borde de la ruina, como el descenso demográfico a causa de epidemias, hambrunas y desastres climatológicos; destaca esta mentalidad de rechazo al trabajo y búsqueda del enriquecimiento rápido, aunque efímero.

Vivir de las rentas. Y que trabajen otros.

No hemos cambiado tanto: no hay más que sustituir "pícaros" por "caso Malaya" y "franceses" por "inmigrantes de Sudamérica, el Norte de África y la Europa del Este".

14.12.06

Penya Japan

Admiro la afición de esta gente por el deporte en sí mismo, sin necesidad de hacer patria.

9.12.06

Licenciado en Historia del Arte

1. Dícese de la persona que conoce y comprende, de forma somera, términos más o menos técnicos, ajenos a otros colectivos, como esgrafiado, rocallas, entablamento o anastilosis. También aquel que los utiliza sin ton ni son, con la sola intención de epatar a sus interlocutores.

2. Aquel que al contemplar una obra arquitectónica, pictórica o escultórica, es capaz de situarla en un marco cronológico, con un margen de error de 100 años.

3. Persona con nociones básicas de Historia, tales como distinguir la Antigüedad de la Edad Media a grandes rasgos, que abre mucho la boca al entrar en cualquier museo o exposición.

4. Afortunado que aprueba todas las asignaturas de la carrera, sin que ello sea garantía de haber aprendido nada.

5. Término aplicable a cualquier ser humano que reúna varias de las características anteriores, o todas ellas.

A propósito de "Nuestros Nuevos Amos"...

Ayer, con un poco de retraso debido a la sucesión de días festivos que algunos hemos podido disfrutar esta semana, leí el último artículo de Arturo Pérez-Reverte publicado en el Semanal. Es una costumbre que conservo desde hace años, coger la revista e irme directamente a la página de don Arturo, capaz de encandilar almas cándidas con la frescura de su narrativa y su lenguaraz aguijón.

Semana tras semana, suele cantar verdades como puños. Pero a veces le pierden las formas y termina resultando soberbio, de una soberbia mezquina por su incapacidad para la empatía, o para disculpar errores ajenos.

Esta semana, su artículo me ha gustado mucho. Tanto, que suscribiría cada una de sus palabras. Sólo me queda una duda... ¿cómo lo solucionamos? Definir los problemas de nuestra sociedad es necesario; recrearse en ellos puede resultar un ejercicio de autocomplacencia. Así que conviene ser práctico, ¿qué se hace? ¿En manos de quién está la solución?

Que el señor Pérez-Reverte y algunos más, lectores o no, sean conscientes de nuestros males no implica capacidad para solventarlos.

Moraleja

Una moraleja es como un chiste mal contado que requiere explicación. No sólo pierde la gracia, sino que evidencia la incapacidad del narrador.

8.12.06

Queridos Reyes Magos

Aprovechando que este año cuento con un medio de mayor difusión que la tradicional carta, he decidido escribiros a través del blog, esperando que así mis palabras tengan un alcance más amplio y también más profundo. En fin, que para variar, este año me encuentre con lo que he pedido y no con el best-seller comprado a última hora, como último recurso.

No sé si lo mereceré, porque casi diría que no veo cambios de un año para otro. La vida se me ha convertido en un continuo, que en ocasiones se hace aburrido; en otras, insoportable; y muy de vez en cuando, en bastante llevadero. He ido cometiendo los mismos errores de siempre y es que no paro de tropezar, a pesar de haber descartado ya los zapatos de tacón de mi armario. Probablemente, junto a los vicios de siempre, también han ido creciendo las virtudes que empecé a alimentar desde niña.

Pero lo que es seguro es que todo se ha vuelto más borroso y no sólo porque cada vez esté más miope, que lo estoy. No, ya me compré unas gafas nuevas y eso está solucionado. El problema, o quizá no tanto, es que se difuminan los límites. Así que mi postura, ante casi todo lo que me va viniendo, es menos reactiva en un primer momento; más reflexiva; y sobre todo, menos definitiva.

De aquel armario que tenía, he desechado algunos vestidos viejos: el dramatismo es quizá el que más me ha costado tirar. Pero he dejado alguno que otro que, remendado, puede ser un buen sustituto: el sarcasmo y la ironía, nuevas drogas para la supervivencia.

Por lo demás, y mirando el envoltorio, cualquiera diría que no ha habido cambios. Pero yo sé que vosotros sí los veis, que para eso sois los reyes...

Aquí os adjunto mi lista de regalos:

1. Quisiera un diccionario etimológico, para cumplir los mandatos de mi religión, que me requiere un amor profundo al lenguaje. Y nada mejor que un diccionario, para aprender a amar.

2. Quisiera un libro de autoayuda de los que venden en las librerías especializadas a los estudiantes de Comunicación Audiovisual, con un título del estilo: "Cómo escribir un guión documental" o "Narrativa audiovisual para principiantes", para dejar de decir que soy autodidacta, frase que algunos interpretan como una ventaja, en lugar de considerarlo como la limitación que es.

3. Quisiera que me tocara el piso de la promoción de viviendas para jóvenes en que me he inscrito. Ese, u otro, me da igual. O bien, que consigais con vuestros superpoderes de reyes magos, que el precio de las viviendas deje de crecer.

4. Y por último, os voy a pedir un regalo que no es para mí: que mi padre se mejore de lo suyo, no porque sea grave, sino porque... ¡es un quejica!

Yo con eso me conformo. No voy a hacer una lista de propósitos a enmendar, porque sé que no la voy a cumplir. Ni siquiera, aquello de apuntarme al gimnasio. Más que nada porque ese propósito sólo podría cumplirlo, previa negociación con mi jefe sobre los horarios. Y eso, seguro, seguro, que ni lo voy a intentar...

4.12.06

Cosas de la vida moderna

A veces sueño con vivir en un pueblecito junto al mar, en una casa vieja de techos altos, donde el aire helado del mar de invierno se cuela por las rendijas de las ventanas desvencijadas. Sueño con dejar mi puerta siempre abierta, sólo resguardada por la sombra del esparto. Sueño con sentarme y mirar por la ventana, mirar a la calle a mis pies, por donde pasará gente más o menos atareada, pero casi siempre conocida. Sueño con un balancín y una silla baja de enea.

Sueño con una con una casa sin televisión, ni radio, ni ordenador. Sueño con apartarme de internet. Sueño con que las únicas ventanas que abra sean las de mi casa.

Sueño con vivir mirando al mar, amando y dejándome amar; acompañando a mis niños al colegio; bebiendo limonada en verano y horneando galletas con sabor a canela cuando empieza el invierno.

Sueño con no tener que mirarme más al espejo. Sueño con no tener que comprarme ropa todos los años fijándome en las revistas de moda, para no llamar demasiado la atención. Sueño con olvidar lo que es una revista de moda.

Sueño con escribir todo lo que piense, no en un blog, sino en un cuaderno. Miles de cuadernos viejos que se irán amontonando en una estantería. Sueño con una estantería que se llenará de libros conforme los voy leyendo y no según los voy comprando para dejarlos luego arrinconados.

Sueño con que mi única profesión vuelva a ser la que soñé de niña: sueño con que me sea posible vivir pintando acuarelas, pasteles, óleos... Y si no, con tener tiempo para pintarlos. Sueño con vivir abrazada a una guitarra. Sueño con no estar ocupada en hablar, para poder cantar. Sueño con que en aquel pueblo junto al mar me conozcan como "la loca que pinta cuadros y no vende ni uno" o "la loca que se pasa el día cantando en un idioma incomprensible".

Sueño con no hacer nada, con no tener profesión, con ser un parásito de esta sociedad, donde todos estamos llamados a ser productivos.

Pero me temo que si algún día, por azares de la lotería que no juego, puedo cumplir mi sueño, me aburriré. Y en dos meses volveré al ansia internáutica de ver mundo más allá de donde estoy. Desdeñaré camisones con flores; caeré en las redes de cualquier peluquería, aunque sea de barrio; moriré por comprarme un mp3 o un portátil. Y por Navidad, no habrá galletas, pero sí carísimos regalos.

3.12.06

Un Restaurante Japonés

La primera vez que fuimos, hace más de tres años, fue casi por casualidad. Pasábamos por allí y sentimos la tentación de entrar a probar los platos de una carta que nos sonaban a chino, aunque fueran japoneses.

Como no éramos capaces de decidirnos, pedimos un menú. Como no sabíamos usar los palillos, pedimos cubiertos.

El arroz tres delicias no era como el de los restaurantes chinos.
La sopa miso, calentita y deliciosa.
El sashimi, una sorpresa. No pensé que pudiera llegar a gustarme tanto el pescado crudo.
Y el helado de té verde, ni fu ni fa.

Espiábamos, a escondidas, a un compañero de trabajo que también cenaba allí con su novia, envidiando la maña que se daban con los palillos.

Mirábamos deleitados la decoración, minimalista pero llena de detalles curiosos. Después supimos que esos pequeños detalles, los colores, las formas, los temas, iban cambiando con el paso de las estaciones. Como los kimonos de las camareras.

Las sucesivas visitas nos animaron a probar platos nuevos: el tofu, el tiriyaki, los pinchitos de pollo, que poco tienen que ver con los morunos... Y mientras tanto, encontramos nuestro menú perfecto: sunomono, harumaki, yakisoba y sushi mixto.

¡Un barco! ¡Yo quiero un barco de sushi! Me gritabas de vez en cuando, como un niño caprichoso.

La jefa de camareras nos reconocía y saludaba cordialmente. Bromeaba con nosotros cada vez que nos tomaba nota, porque siempre pedíamos lo mismo; cada vez que yo me derramaba la salsa de soja o la bebida por encima. Aunque el restaurante estuviera a rebosar, como todos los fines de semana, siempre era capaz de encontrarnos un par de toallitas calientes, humeantes, para las manos. El resto de los ocasionales visitantes no tenían esa suerte. Hemos vivido mes a mes su embarazo. La última vez que fuimos, le preguntamos si había sido niño o niña.

El árbol de otoño, cada vez con menos hojas. El calor del hogar y un abrazo. Hoy me apetece una sopa miso, bien caliente, a tu lado. Y basta.

Por si alguien está por Sevilla y le apetece ir, está en los Remedios, en la Calle Salado.