25.7.06

Escopofilia

Dícese de la pulsión sexual que subyace en el placer de la contemplación cinematográfica. Esto, aplicado al cine, claro está. Porque hay otros enfermos por ahí que hablan de perversiones varias. Y no es el caso.

Esta atracción es limpia, vouyeurista, pero limpia. Y lo es porque nos sucede a todos, lo que termina normalizándola, nos guste la idea o no. Es uno de los motivos más frecuentes para ir al cine, o para encender la tele. Las demás razones, son de cada uno, pero habitualmente consisten en el aburrimiento, la monotonía, el tedio o la necesidad de llenar un espacio vacío e íntimo, con la plenitud de una gran mentira.

La escopofilia, mal que les pese a los malpensados, no entiende de sexos. Y es que mujeres y hombres nos sentimos atraídos por mujeres y hombres de la gran pantalla: ellas quieren ser como ellas; ellos quieren ser como ellos; ellas se sienten satisfechas -fabulosas- de verse tan definida e idealizadamente reflejadas; ellos no son menos y se sonríen al descubrir alguno de sus defectos en el disfraz de persona humana que llevan los superhéroes.

Le pasaba a Hitchcock, buscándose sin encontrarse en Cary Grant. Me pasa a mí, anhelando la talla de sujetador de Scarlett Johansson. Pero no se trata sólo del deseo que provoca una persona que podría ser nuestro yo mejorado. Hay escenas y personajes en la historia del cine que son memorables y basta. Se quedan grabados en nuestra memoria y, aunque sepamos el por qué, no nos importa: nos deleitarán siempre. Hay rostros que son hermosos por sí mismos, o porque quien los ha dirigido, ha sabido crear una obra de arte con ellos. Y es que la escopofilia no es más que la explicación -o la aplicación cinematográfica- de un concepto de placer estético que se puede rastrear a lo largo de toda la historia del arte, en todas las artes y en todos los géneros. La capacidad de disfrutar contemplando la belleza recreada de algo que no es real.

Para mi se quedan las antiheroínas, aquellas que juraban no volver a pasar hambre bajo un cielo teñido de rojo; o las víctimas-verdugos en forma de fantasma del pasado recortadas sobre un espectral fondo verde; o las mujeres fatales que esconden un cuadro psicológico grave de dependencia emocional.

Para mi se quedan los antihéroes, capaces de llorar por amor mientras se muerden las uñas de una mano que sostiene una rosa; los psicópatas redimidos; los psicópatas que no se quieren redimir; los que esconden sus virtudes bajo un halo de misterio o de torpeza; y los siempre impecables, sea en el personaje que sea, con lo que tenemos que volver sin remedio al inefable Cary Grant.

Pero quizá los casos más llamativos de fascinación por las imágenes del cine se encuentran en aquellas que asociamos a otras imágenes de nuestra vida cotidiana. Ese "me recuerda a..."



Y eso es lo que me pasa con ese Vittorio Gassman de Riso Amaro (1948).

¿Cuáles son vuestros iconos?

21.7.06

Tabula Rasa

Había una vez un espíritu joven que caminaba por una playa de arena blanca y fina. Sus pasos se sucedían decididos por la orilla, ya hiciera viento o frío; subiera o bajara la marea. A veces, el sol acariciaba sus pies, dándole una tregua. Pero nunca paraba a descansar. Y continuaba la marcha, que según el día se hacía ligera o pesada, pero siempre adelante.

En ocasiones tropezaba, sobre todo aquellos primeros días en que los tobillos aún no se habían hecho fuertes, o sus rodillas chocaban tímida y torpemente. Pero era ágil y capaz de reaccionar a tiempo, antes de caer. Un salto, una zancada, un paso más largo, con un pie hundido en la arena, y bastaba para evitar la catástrofe.

Pero otras veces encontraba piedras en el camino. Las más grandes, las sabía esquivar. Las que realmente temía eran esos restos de gravilla; los cristales que, con los años y las olas, terminaban con los bordes limados; o los fragmentos de conchas que siempre había en la orilla. Pequeñas piedras, pequeñas heridas... que algún día podrían ocasionar una caída definitiva, un dolor que, acumulado, resultaba demasiado grande.

Y así ocurrió. Por primera vez, sus rodillas se clavaron en el suelo, al tiempo que las lágrimas se mezclaban con la espuma de las olas. Y, al levantarse, miró atrás. A su espalda quedó una huella fea y borrosa, en la que pensaba a menudo, al continuar su camino: una huella que se reproducía en sus sueños con más frecuencia que la propia caída; una huella absurda y necia; una huella vergonzante que su corazón, aspirando a la más pura perfección, no podía olvidar ni perdonar.

Pensando en aquella huella, sus pasos se hacían cortos e inciertos y el horizonte se difuminaba sin remedio. Pensando en aquella huella, llegó a olvidar que había tenido razones para caminar.

Así que un día, viéndose perdido, no pudo hacer más que regresar sobre sus pasos, siguiendo sus huellas, hasta que alcanzó aquel borrón en la arena, intacto, inalterado por el viento y por el mar. Se agachó de nuevo, para mirarlo de cerca, recordando su caída, vislumbrando su silueta. Y sonrió. Porque no podía sino extender la palma de su mano, deshacer los inexactos terrones de arena y borrar su huella. Quedó el perfil de la orilla idéntico a sí mismo y el espíritu, que descubrió marcado en él su camino, siguió adelante.

(La foto es de Seryo y se llama "Footsteps").

19.7.06

Generosidad

¿Cuánto hay que dar para aprender que lo importante no es recibir?

16.7.06

Pérdidas

Cosas que se han perdido con los años y las mudanzas:

La máquina de coser de mi madre. Una bolsa llena de miles de botones de diferentes formas, tamaños y colores. Una carpeta con patrones y una caja metálica, seguramente de esas antiguas cajas de galletas, con tiza de color rosa, blanco y azul, para marcar dibujos sobre la tela. Una de las palabras más sonoras del diccionario: acerico. Un mortero y un pasapuré.

Ella era costurera; yo no sé coser. Ella era cocinera; yo no sé cocinar. Ella era madre; yo no quiero ser madre.

Mi caballete y mi caja de óleos. Una carpeta llena de dibujos a lápiz, acuarela y carboncillo.

He olvidado quién soy.

Un piano, un órgano casio, una flauta. Discos de vinilo.

Ya no se oyen aquellos sonidos.

(La foto es de Wakalani y se llama "Remendando").

13.7.06

Un dúplex

Vale, compro el piso de arriba y nos hacemos un dúplex. Rompemos el techo, ¿y qué? ¿Los de arriba dónde pisan?

Una de estas ideas tan absurdas que no he tenido más remedio que escribirla para dejar constancia de que la he pensado. Para eso y para romper un poco el hielo tras la severidad del post anterior.

Úlcera de Corazón

Las piedras no tienen corazón.
Algunos hombres son de piedra.
Arqueología.

11.7.06

Guapos y Campeones II

Crónica de la Final del Mundial de Fútbol, redactada ayer 10 de Julio de 2006, para acompañar a las imágenes del post anterior, y no al revés.

El GG, Grupo de los Guapos, también conocido como Selección Italiana de Fútbol, que en su país de origen se llama "calcio", se ha llevado un premio. Un premio que no sólo merecía ya de antemano por hacerle frente al término anglosajón, inventando su propia palabra, o mejor dicho, adaptando con celebrada genialidad una antigua palabra -que en su idioma significa nada más y nada menos que "patada"- al nuevo concepto de tan noble deporte, cuando surgió allá por el siglo XIX más o menos.

Un premio que no consiste en crear un calendario de desnudos para el Cosmo, como quisiéramos algunas. No señor, se trata de una especie de trofeo dorado con forma de globo terráqueo, con el cual -en el momento de alzarlo su capitán, se entiende- se han proclamado sin vergüenza ni modestia como los mejores jugadores de fútbol -o calcio- del mundo. Es decir, los que mejores patadas pegan.

El GG no ha necesitado de metrosexualidades ni tintes para ser campeones, al menos en belleza. Tampoco han requerido un juego brillante para lo otro, lo de las patadas. Les ha bastado con no dejarse ganar por los bastardos franceses.

Tras asistir a la merecida y espectacular victoria de Federer en Wimbledon, ante un Nadal peleón, determinado y digno, pero poco afortunado, decidí que mi cupo de deportes en el día de ayer estaba ya cubierto. Así que cuando ese estudiante de Derecho de 64 años con el que comparto piso, que responde al nombre de "papá", se acomodó delante del televisor con la intención de ver la final del mundial, huí a mis aposentos.

Sin embargo, el griterío del segundo gol despertó mi curiosidad y me asomé a ver quién había sido el afortunado. Fue entonces cuando el GG, a quienes no había visto en todo el campeonato, apareció en pantalla haciendo gala de una sonrisa seductora, que deslumbraba aún más ante la posibilidad de la victoria. Si hubiera sabido que había chicos tan guapos jugando al fútbol -o calcio- me habría aficionado a este deporte mucho antes.

Por lo que vi después, y teniendo en cuenta mis escasos conocimientos en la materia, llegué a la conclusión de que el GG no merecía la victoria, muy a pesar de mis deseos, desatados por la pasión -esa lascivia declarada que me provocaban los jugadores- sumada al anhelo patriótico de ver caer a nuestros verdugos, no sólo por ser verdugos, sino por ser franceses, conceptos ya de por sí indisolubles. Tanto como la guillotina y la revolución.

"Pero esa es la grandeza del fútbol -o calcio-..." que dirían los comentaristas deportivos de A3. Italia jugó a defender y lo hizo bien, plantando un muro infranqueable ante su portería, que por cierto no se llamaba Buffon, sino Cannavaro, capaz de repeler todos los ataques de los franceses, más lucidos en sus ofensivas.

Francia hizo lo que sabe: jugar al fútbol, sacar pecho cantando la Marsellesa, mostrar orgullo patrio y hacer gala del mítico mal gusto galo, y no sólo por el corte de pelo de Ribery, al que es fácil imaginar cortando cabezas de herejes en las cruzadas, o la cara de paleto de Sagnol, que desde que descubrió lo que era un balón decidió dejar la tradición familiar de hacer queso curado de un golpe con las dos manos. Se trata de una mezcla de mala leche, con mal olor corporal -fácilmente identificable en el Metro de París-, que yo definiría como "leche agria".

Pero el campeón en "leche agria" fue sin duda Zidane, que perdió los estribos, hizo perder a su selección el partido y el campeonato, y sobre todo, perdió para sí mismo la oportunidad de retirarse como un caballero.

Con más belleza de cara y de espíritu -mientras no se demuestre lo contrario, los insultos de los italianos no llegaban hasta los micros- el GG, Italia, es por cuarta vez campeona del mundo de fútbol -o calcio.

Guapos y efectivos en su trabajo. ¿Qué más se les puede pedir a los italianos? Que sean cariñosos, generosos, brillantes, inteligentes, geniales, tiernos, educados... Y que echen de vez en cuando una mano en casa a sus señoras, si es que las tienen. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión, que diría Ende.

10.7.06

Guapos y Campeones I

Gianluca...

Filippo...

Vincenzo...

Francesco...

Luca...

Andrea...

Fabio...

6.7.06

Qué tiempos aquellos...

¿Os acordáis cuando los tomates sabían a tomate, y no a agua, y daba gusto comérselos así, sin pelar y "a bocaos"?

¿Os acordáis cuando al yogur natural azucarado, que era de Danone porque no había otra marca, había que echarle al menos dos cucharadas de azúcar para poder degustarlos sin arrugar los ojillos para soportar la acidez?

¿Os acordáis cuando con un único sueldo a lo largo de una vida, y aún menos, bastaba para vivir holgadamente, comprar una casa, un coche, y para dar de comer a una familia entera, compuesta por una pareja con más de un hijo?

¿Ha cambiado algo? ¿Vamos a mejor?

4.7.06

Muecas del Mundo

Hay tanta poesía por ahí... ¡Y yo sin encontrarla! Será que el mundo se empeña en mostrarme su peor cara: no la más dura y cruel, que me removería las entrañas en busca de la poesía de la acción directa; sino la cara más rancia y perversa, la de la desidia, el tedio, el hastío y el abandono. La cara de un mundo donde no hay razones ni respuestas para la propia existencia ni la ajena. La cara que hace muecas como queriendo decir "déjalo, pierdes el tiempo, no merece la pena".

O quizá soy yo, que no soy capaz de arrancarme las legañas de los ojos después de tanto llorar; y ya no los puedo abrir. Y ya no puedo ver más que una mínima parte, esa cara rancia, de lo que el mundo puede ofrecerme.

Me estoy rindiendo.