31.7.05

Sueños

Nota para mí misma:

Si tus sueños te ayudaron alguna vez a seguir viviendo, agradece al menos haberlos tenido. Quizá su función era sólo esa y no hacerse realidad.

La Guerra de los Mundos


¡Vaya bodrio me tragué la otra noche! Desde la primera secuencia, con ese locutor de radio de los años 50, quizá en un malogrado intento de homenajear a Orson Welles, que trata de explicar los evidentes motivos por los que una especie extraterrestre se decidiría a invadir y conquistar nuestro planeta -¡qué mala es la envidia!- hasta la solución final para salir del paso en que los bichos del espacio exterior se ponen malitos.

La película es mala de verdad, aburre. Se resumiría así: los extraterrestres nos invaden, aparecen en una ciudad, los matan a todos, pero Tom Cruise y sus hijos consiguen escapar en el último momento; aparecen en otra ciudad, los matan a todos, pero Tom Cruise y sus hijos consiguen escapar en el último momento; aparecen en otra ciudad... Y así sucesivamente, hasta que los extraterrestres enferman: las bacterias son infinitamente más poderosas que nosotros.

No voy a alabar la espectacularidad de las imágenes donde los malos destruyen el mundo porque no me parecieron tan espectaculares. Más bien al contrario, muchas parecían sacadas de estas pelis de serie B de mediados del siglo pasado, tipo "El ataque de las arañas mutantes". Quizá es otro homenaje, qué se yo. Ridículo de todos modos.

Quitando eso, la película tiene dos planos bonitos: aquel en que los tendederos llenos de ropa están a punto de salir volando, antes de que nadie sepa aún lo que está ocurriendo; y el de la iglesia, cuando es desmantelada por un trípode, que la corta como si fuera mantequilla y consigue que se deslice, obteniendo el consiguiente efecto de "luz a través del rosetón". Casi una experiencia religiosa.

Hablando de trípodes, tremendo nombre para las máquinas de guerra de los extraterrestres. Yo pensaba que era el lugar donde se ponía la cámara.

Otro punto positivo -¿el único?- es el fiel retrato del analfabetismo de la clase media estadounidense, muy logrado. Se refleja con toda la naturalidad del mundo la necesidad obsesiva que tienen algunos de los habitantes de ese país de salvar al mundo; una voluntad que, siendo por fin justos y fieles a la realidad, se revela completamente inútil. Memorable la escena en que los amigos de Tom discuten sobre la naturaleza de los acontecimientos, antes de caer fulminados por sendos trípodes; o el linchamiento al único coche que funcionaba sobre la faz de la tierra en ese momento y que, casualmente, era para Tom. Esas imágenes no muestran lo peor de los americanos sino, debemos reconocerlo, lo peor de la especie humana: el egoísmo llevado al extremo en momentos críticos. Así ocurre.

Para terminar, decir que la niña es la mejor actriz de la película, aunque su personaje sea repelente; su madre, Eowyn, está correcta, pero desaprovechada; Tim Robbins, fantástico, el único giro sorprendente en toda la cinta, un personaje que llega a dar más miedo que los propios trípodes; y Tom Cruise, patético. No sé si es que ha sido tan mal actor siempre, o sólo desde que es cienciólogo, pero recuerdo un personaje que me cautivó y que ahora no puedo imaginarme con otra cara que no sea la suya: el fascinante Lestat.

30.7.05

La sonrisa de la koré

Mucho más inquietante que aquella tan manoseada de la Gioconda, su esencia es la misma. La sonrisa quieta y los ojos vacíos, sin brillo, ausentes. Ellas-objeto nos miran desde su vacío. Y es que hubo un tiempo en que el arte no era sinónimo de vida. Más bien al contrario, el artificio servía para distanciar el arte de la naturaleza; el arte era entonces un sustituto de la verdad, y por ello carecía de la belleza de las emociones -lo sublime, lo siniestro- pero al mismo tiempo funcionaba como barrera ante la crudeza de la realidad, insoportable a cierta sensibilidad. Por eso, muchas obras de ese arte frío, que muestra el artificio, que no necesita engañar y que crea autómatas sin recato, fueron en su tiempo, cuando la crueldad del mundo y del hombre aún no había embotado la percepción sensorial, los ejemplos más preciados de una belleza ideal, una belleza soñada: la del equilibrio y la calma.

La koré es un exvoto, una sombra de una mujer real, que pasa por el templo y deja su representación estatuaria para decir "yo estuve aquí, yo sigo estando aquí". Como los garabatos que dejan los niñatillos en los lavabos públicos.

Trabajada, eso sí, con delicadeza, su uso meramente funcional no le impide revestirse de los detalles que toda imagen ritual necesita para cumplir su misión de sustitución del ser humano: los rizos geométricos, bucles en espiral que aspiran al infinito; los pliegues del tejido iguales, paralelos en sus rectas y en sus curvas. El hombre que creaba estas obras era un dios, como lo son también las niñas que juegan a vestir a sus muñecas con todos sus complementos, preocupándose por reproducir con exactitud el pelo y la ropa.

La sonrisa de la koré es la sonrisa falsa de una mujer que nunca existió, pero que tuvo su gemela en un mundo antiguo y olvidado. Retratos abstractos, reproducciones inexactas y simplificadas, que buscan una perfección imposible por definición. Copia el rostro de una muchacha, cuenta hasta mil y tendrás una koré. La sonrisa de la koré inquieta, sin asustar, porque está congelada en una mueca sin lógica: porque no puede ser.

El hombre de hoy ha olvidado la belleza simple de una sonrisa, la necesidad de repetirla, reinterpretarla, fabricarla con sus manos, haciéndola suya, para reconfortarse en esa belleza. El hombre de hoy no entiende esa mueca sin vida pero sí los agarrotados gestos de dolor que pueblan otras imágenes. Y es que hemos perdido el equilibrio y necesitamos sentir en extremo para sabernos vivos. Una sonrisa no basta, hace falta una carcajada. La ausencia de dolor no es nada. La experiencia de la muerte y el sufrimiento a través del arte son recordatorios imprescindibles de una existencia anestesiada.

29.7.05

Es noticia

Quizá debí haber estudiado Ciencias de la Información, eso suponiendo que la Información pueda considerarse una aséptica ciencia, en lugar de una rudimentaria artesanía donde cada maestrillo tiene su librillo.

El caso es que, ajena a los contenidos que componen esta licenciatura, no dejo de preguntarme, al ver los informativos de ciertas televisiones generalistas, si lo que ofrecen son realmente noticias, si son "noticias para tontos" o si me están intentando tomar el pelo.

Atendiendo a la definición de noticia, no la que aparece en los diccionarios o en los manuales de Teoría de la Comunicación, sino a la que me dicta mi lógica, entiendo que la información televisiva, que ni se compra ni se vende, o así debiera ser, está en un mercado: el del interés público.

Lo de la democratización de la información, donde las tecnologías a "nivel de usuario" multiplican las fuentes y los puntos de vista y hacen accesibles las opiniones de los que saben y los que no saben, aún no es un hecho, aunque a los que usamos internet diariamente nos parezca increíble. Más que nada porque donde se pongan los informativos de las tres, con el plato de comida por delante, que se quite lo demás.

La televisión sigue siendo el medio más popular para informarse, entre otras cosas porque sólo requiere una actitud pasiva. Televisión es sinónimo de comodidad, a veces de apoltronamiento, tanto a nivel físico como intelectual. Pero además de entretener y anestesiar nuestro tiempo sin tiempo, la televisión debe ejercer la función informativa como un servicio público. Es decir, la información al servicio del interés público.

No debemos confundir el interés público, o general, con "aquello que interesa a mucha gente". En este sentido, estoy convencida de que un número abrumador de personas puede estar interesada en hechos que no pasarán a la Historia, mientras los que sí lo harán esperan su turno en el fondo de un cajón para salir a la luz, y cuando lo hacen, consiguen que nos restreguemos los ojos somnolientos.

Sin embargo, esto no justifica que se haga de los informativos espacios donde tienen cabida las más estúpidas curiosidades o comentarios revestidos de la supuestamente simpática socarronería de algunos presentadores. Convertir a los informativos en espacios amenos es aceptable, pero esto no tendría que estar necesariamente reñido con el rigor, la credibilidad, la veracidad, la seriedad y la claridad, ingredientes que se echan de menos diariamente en nuestras televisiones.

¿Es noticia ver circular a un equipo de fútbol de aeropuerto en aeropuerto? Yo creo que no, máxime cuando lo hacen para publicitar la propia marca de la empresa para la que trabajan. Los informativos no tendrían por qué regalarles eso.

¿Es noticia el calamar gigante que se expone en una pescadería valenciana? ¿Y los helados que quitan el dolor de cabeza?

Contra los colores con que se pintan las noticias de las distintas televisiones ya es inútil luchar. Sabiendo de qué pie cojea cada una, es sencillo desarrollar los mecanismos necesarios para identificar la auténtica noticia entre la maraña de tonos, dobles sentidos y matices que puede llegar a envolver una frase.

Tampoco voy a destapar ahora teorías de conspiración mediática, que servirían para ir provocando, como quien lentamente inocula un veneno, la inoperancia del cerebro de los ciudadanos. La desinformación, la confusión premeditada de las prioridades informativas y la cuidadosa, a veces incluso detallista, manipulación de los contenidos y las formas al servicio de los contenidos, son ya viejos conocidos de todos los que alguna vez han trabajado en la tele.

Podría tomarse como una ingenuidad por mi parte el reclamar un poco de seriedad a los responsables de las cadenas; pero a los espectadores no nos cuesta tanto reflexionar sobre la información que recibimos, preguntarnos sobre el carácter y el interés de cada noticia, o qué acontecimientos, lugares y personas echamos en falta en la cotidiana revisión de la actualidad.

¿Fue noticia que el 16 de Julio de 2003 más de 16.000 personas disfrutaran del único concierto en España de uno de los grupos más prestigiosos de la música popular contemporánea? El grupo, efectivamente, era Radiohead; una de las 16.000, yo. Pero aquel día tuvo que morirse Celia Cruz. Y con eso ya estaba cubierta la noticia musical del día.


27.7.05

Paisajes

He visto paisajes de horizontes interminables, donde el aire era una fiesta de haces de luz dorada, suspendidos en miles de gotas de rocío. Paisajes donde lo grande era enorme y lo pequeño, diminuto. Paisajes de sombras alargadas y juguetonas, escurridizas e inmóviles. Paisajes de contrastes.

En ellos, un jardín era una selva, poblada de monstruosas criaturas y seres invisibles, innumerables. Y mi casa, mi palacio y mi castillo, mi fortaleza y mi cárcel.

Paisajes de manos grandes, suaves y calientes; de sillas bajas y pan rallado. Paisajes de rostros familiares, emborronados por el tiempo y la pérdida. Paisajes de olor a lluvia y a jabón; a besos y buenas noches. Hasta demà si Deu vol.

Paisajes donde tener frío o calor era seguir viviendo, frotarse las manos, secarse la frente...

Y paisajes de tedio, que eran grises y grises. Un gris y otro gris igual. La luz por la ventana y sólo a través de la ventana. Y dar un paso era tener una perspectiva distinta de la misma ventana. Paisajes otoñales, marchitos antes de hora. Paisajes a los que les costaba trabajo sonreír. Paisajes vacíos y nublados. Paisajes sin forma y sin nombre.

A veces los recuerdo y me pregunto dónde fueron a parar. Paisajes olvidados; paisajes recuperados bajo el pincel de la arqueología emocional.

Kundry

Ella es la auténtica protagonista del drama místico y mitológico que es Parsifal. Por una razón muy sencilla: Kundry es humana, mientras el resto de personajes sólo son bocetos, ensayos de un mismo hombre, ese hombre ideal, leit motiv de la cultura alemana a lo largo de su Historia, que para sublimarse -el concepto de "lo sublime" también lo inventaron ellos- debe ir superando pruebas hasta encontrar su propio grial, la perfección. Ritos de autoanálisis y purificación.

En la ópera alemana, lejos de la heroicidad de otras protagonistas femeninas universales -Mimí contra la enfermedad, Dido y Butterfly contra el abandono, Rossina contra los tejemanejes- las mujeres son un mero complemento al hombre-actor, teniendo un papel pasivo o, en el mejor de los casos, propiciatorio, siendo madres, cuidadoras y benefactoras; o bien, les corresponde representar al mal absoluto, véase la Reina de la Noche en La Flauta Mágica.

Aunque en Wagner debía estar presente también este desprecio a lo femenino -que se hace evidente al incluir un harén y al retratar a Kundry como un ser sin voluntad-, por alguna razón, decidió no ahorrar esfuerzos para darle entidad, y por tanto verdad, al personaje. Así, por encima de Amfortas, a quien el compositor señaló como protagonista y regaló una agónica y magistral aria al final del primer acto; y Parsifal, a quien sin razones de peso se otorgó el nombre de la ópera; Kundry sobresale tanto a nivel literario como musical.

La soprano Michaela Schuster -este post va al hilo de lo que pude ver el 18 de Julio en el Maestranza- tuvo que echarle mucho valor para enfrentarse a esta partitura en que, durante cuatro horas, encarna la visceralidad de las emociones humanas. A lo largo del drama, Kundry es salvaje, inconsciente, cruel, inocente, sierva, esclava, pecadora, amante y prostituta; y para explicar esta aparente veleidad, estos cambios sin ton ni són, Wagner recurre al sueño, un sueño reparador y beatífico en que purgar los pecados. Kundry se acuesta y se levanta siendo otra; a lo mejor ella también consulta las cosas con la almohada.

Ella es la representación de todas las pasiones humanas, del bien y del mal, pero no como valores absolutos, sino como esos pequeños matices que pueden abrir un abismo sobre el cual el hombre se ve suspendido a menudo, hasta que reacciona, en un sentido u otro. Y de hecho, Kundry es también sinónimo de reacción, equivocada o acertada; del sometimiento a las miserias humanas y de la lucha por escapar de estas ligaduras para hacer un camino propio. Kundry se convierte así en el retrato de todos nosotros.

Respecto al montaje que pudimos ver hace unos días en el Maestranza, de espectacular escenografía y con una importante carga audiovisual, sólo tengo una queja: el castillo de Klingsor. Aunque me pareció acertado presentar la sala principal como la negación de la arquitectura, un simple abismo de fuego donde el malvado Klingsor está atrapado en su propia pasión; me indignó que el harén del eunuco fuera diseñado como una recreación de la Mezquita de Córdoba. Sencillamente insultante.

Por lo demás, añadir que no dejo de oir en mi cabeza el Preludio, la joya más brillante de esta ópera, aunque asociado siempre a imágenes cinematográficas. Wagner tenía vocación de compositor de bandas sonoras. Seguro.

26.7.05

De mayor quiero ser como Letizia

Además de tener mi propio Antro, otro de mis sueños es ser como Letizia. Y no por tener la vida resuelta o por poder estrenar cada día un modelito nuevo; tampoco porque ella haya encontrado ya a su príncipe, mientras yo ni siquiera soy la princesa de mi propio cuento.

No envidio a la persona, sino al personaje, la imagen que, principalmente gracias a la labor de sus bienintencionados excompañeros -informadores y escrupulosos fabricantes de opinión-, se ha creado de la Princesa de Asturias, "Amante, Amada e Institución"; alguien muy alejado de aquella Letizia a quien, de vez en cuando, le sale un ramalazo frívolo y gélido que le quita todo el encanto.

El personaje que envidio es aquella mujer enamorada de un hombre que está más guapo con barba que afeitado; que a sus treintaitantos años aún está a la espera de cumplir la mayoría de edad y de independizarse para montar su propio negocio; y que es el símbolo de la continuidad y el relevo generacional de una institución a combatir desde sus fundamentos. ¿Por qué se sigue aceptando, a las alturas que estamos, tan evolucionados, tan revisionistas y tan sometidos a la razón, desde el Siglo de las Luces, que otorgar ese cargo de Princeps, "el primero entre iguales", puede ser una decisión basada en derechos de sangre? No voy a venir yo a demostrar que la capacidad personal, racional, administrativa y política de los seres humanos no se hereda genéticamente.

Si yo estuviera en la piel de Letizia, me dedicaría a trabajar, día tras día, para ir minando la voluntad de Felipe, hasta hacerle ver que la razón de su existencia no es representar la institución que representa. Si estuviera en la piel de Letizia, mi plan sería hacer temblar los pilares de la monarquía, desde dentro y con calma, implosionando poco a poco, con cariño, con mimo... Mi prueba de amor significaría liberar al pueblo de una pesada carga que, objetivamente, no le reporta tantos beneficios y puede plantearse de otra manera, más llevadera para los españoles -nuestros bolsillos y nuestras conciencias- sin poner en peligro la democracia en nuestro país.

Si yo estuviera en la piel de Letizia, una caricia o un susurro podrían ser el equivalente a ir aplacando el espíritu de convicción, tan arraigado en nuestra Familia Real - conste que lo escribo con mayúscula no por deferencia en el tratamiento, sino porque es una convención aceptada y promovida por el Diccionario de la RAE. Dulces susurros... Suaves reproches.

Y así, día tras día, compartiendo desayunos, dando sorbos al café, con las manos entrelazadas, iría obrándose el milagro. Hasta que quizá, alguna mañana de invierno, después de juguetear un rato con mi pelo entre los dedos, como si intentara hacer un recuento de mis puntas abiertas, él me confesara: "Cariño, me he planteado dejarlo".

Pero después de fantasear con la caída del imperio romano, me siento como una vulgar Mata-Hari al comprender que he estado especulando con un sentimiento de un valor muy superior al de aquella institución contra la que pretendía combatir. Me he manchado las manos con la basura de las ambiciones humanas, egoístas y sucias por muy excelsas que las consideremos en nuestra aún más ruin cotidianeidad, obviando la esencia del amor, que no existe para hacer cambiar al otro, que no es arma ni herramienta. Ni arma para manipular al amante-amado, que jamás debería convertirse en adversario; ni herramienta, medio para obtener un fin indigno, que no está a la altura.

El amor sólo es posible, y ésta es su verdad, aceptando al otro tal como es, amando sus defectos como si se tratara de sus mayores encantos; superando y haciendo superar las limitaciones; admitiendo y aprendiendo de las opiniones contrarias, que nunca erróneas. Sólo entonces el otro deja de ser adversario para convertirse en cómplice.

Si el personaje y la persona de Letizia coinciden, ahora mismo es una mujer enamorada de un hombre que representa una institución. Y si le quiere de verdad, crea o no en la monarquía, ella será reina. Y sus hijos también.

25.7.05

Con permiso de don Arturo...

No puedo resistir la tentación de copiar este artículo, firmado por Arturo Pérez-Reverte y publicado en El Semanal número 926, con fecha de ayer, 24 de Julio de 2005:

Viggo, el capitán

Conocí a Viggo Mortensenen un restaurante de El Escorial: un danés rubio y flaco, callado, de aire tímido, que hablaba un excelente español con acento argentino. Iba a interpretar al capitán Alatriste, pero yo sabía poco de él. Lo había visto en algunas películas y recordaba sobre todo sus ojos claros, su mirada de hielo mientras atormentaba a Demi Moore en La teniente O’Neil. Me gustaba su careto flaco y duro, su talento como actor, su interés por el personaje y el proyecto. Durante aquella comida hablamos de fotografía, de literatura y de España. Dos días más tarde vino a mi casa, y mientras tomábamos café rodeados de libros relacionados con la época y el personaje, me regaló varias cosas editadas por él, entre ellas un magnífico álbum de fotografías suyas sobre caballos. En correspondencia, le di un tratado de equitación del siglo XVIII.

No nos vimos mucho durante la intensa preparación de la película, y sólo en tres ocasiones durante los largos meses de rodaje. Me llamó alguna vez para comentar aspectos del personaje y de la historia, como el lugar de nacimiento de Alatriste. Nunca lo detallé en ninguna de las cinco novelas publicadas hasta ahora, pero a Viggo le interesaba el dato. La vieja Castilla, respondí. ¿Puede ser León?, preguntó tras pensarlo mucho. Puede, respondí. Así que se fue a León y lo pateó de punta a punta, deteniéndose en cada pueblo, en cada bar, hablando con quien se le puso delante. En efecto, concluyó al fin, Alatriste es leonés. Y lo dijo tan convencido que a estas alturas ni yo mismo cuestiono ya el asunto. De ese modo, viajando, leyendo, mirando, Viggo se llenó de España; de nuestra historia, de la luz y la sombra que nos hicieron como somos. Y así, en un proceso asombroso de asimilación, terminó haciéndose español hasta la médula: lo estudió todo, trabajó hasta perder el acento argentino, y hasta frecuentó a toreros para aprender ciertas maneras, cierto sentido de respeto por el enemigo, cierta actitud de resignado estoicismo ante la vida y ante la muerte.

Hace unos días estuve en la llanura de Uclés, convertida cinematográficamente en el campo de batalla de Rocroi: allí donde, en 1643, los temibles tercios españoles fueros destrozados por la artillería y la caballería francesas. Se rodaba la secuencia final de la película, porque en Rocroi, en el último cuadro formado por los veteranos del tercio viejo de Cartagena, termina la historia del capitán Alatriste. Estuve detrás de las cámaras, espectador privilegiado, viendo a un centenar de jinetes cargar una y otra vez contra la fiel infantería española, y a Viggo en primera línea, cabeza descubierta y espada en mano, vendiendo cara su piel y la de sus camaradas. Se cree de verdad que es Diego Alatriste, me comentó el director, Agustín Díaz-Yanes, entre toma y toma. Los actores son todos unos tíos raros, añadió, pero éste es un caso especial. Lo cree por completo. Se ha metido tan dentro del personaje que parece más español que nadie. Observa esa desesperación y esa mala leche. Hasta los días en los que no tiene que rodar, se viste y se queda aparte, con su espada entre las manos, pensando. Y así está, el cabrón. Inmenso. Que se sale.

Después, en una pausa del rodaje, estreché la mano de Viggo, manchada de sangre cinematográfica. Charlamos un rato y nos fuimos a comer bajo la carpa que nos protegía del sol, mientras yo observaba su mostacho soldadesco, sus cicatrices, el coleto cubierto de polvo y sangre, los ojos claros y absortos que miraban como sólo miran los veteranos, más allá de la vida y de la muerte. No era un actor, pensé de pronto. Era la imagen rigurosa del héroe cansado. El resumen vivo de todos aquellos hombres arrogantes, valientes, crueles, que sostuvieron con su espada y con su sangre un imperio agonizante, y luego, olvidados por reyes imbéciles y por una patria ingrata y miserable, terminaron como perros callejeros, mendigos, enfermos, mutilados, ahorcados por la justicia o acuchillados en un campo de batalla. Y allí, sentado bajo la carpa frente a mi personaje, cada uno con su gazpacho, su merluza y su agua mineral en la bandeja del catering, comprendí que nunca podré pagarle a Viggo Mortensen la deuda que durante esta larga y compleja aventura cinematográfica contraje con él. Por encarnar con perfección absoluta lo que Sebastián Copons, fiel compañero de Alatriste, le dice al joven Íñigo Balboa antes de la última carga de la caballería enemiga: «Si sales de ésta, cuenta lo que fuimos».

¡Qué ganas tengo de verla!

Batman Begins


Lenguajes hermanos, pero no gemelos, el cómic y el cine llevan muchos años lanzándose puyas, tantos como dándose palmaditas en la espalda. Debe ser cuestión de gustos, pero el mío me indica que es preferible que cada lenguaje se mantenga fiel a sí mismo y que las adaptaciones no se conviertan en "restauraciones en estilo", a lo Viollet-le-Duc.

El teórico frances se inventaba catedrales donde ya sólo existían piedras llenas de moho y telarañas; y lo hacía después de haber leído muchos cómics, es decir, después de haber estudiado a fondo las entrañas, las historias, las formas y los por qués de las catedrales góticas que aún quedaban en pie en su patria. Así se inventó un nuevo estilo, su estilo, un pastiche chauvinista nada fiel a la Historia, donde la arquitectura se convirtió en una serie de florituras que respondían a tics copiados de la memoria constructiva francesa.

Algo así ocurre cuando alguien que ha leído muchos cómics o que es fan de un superhéroe se decide a hacer una película sobre el objeto de su admiración: tics y más tics. Para la historia, el histrionismo hasta la exasperación del Hulk cinematográfico, no tanto del actor -fantástico Eric Bana en Troya-, como del lenguaje audiovisual que se plegó sin recato ante la ilusión de hacer un cómic en movimiento. Para la historia, pero de lo peor del cine, aquella separación en viñetas de los planos.

Tim Burton también sería muy fiel a la estética cómic en sus populares adaptaciones, las primeras de la saga; pero es que aquel estilo esperpéntico-gótico, heredado del expresionismo alemán, iba a constituir la esencia de la imagen habitual de sus películas. Así que aquellos Batman le sirvieron para autoafirmarse. Sin embargo, que los lenguajes sean más o menos coincidentes en su estética no garantiza un resultado de calidad. En este caso, quizá se deba a la más que discutible entidad de los personajes o quizá a la incapacidad de los actores a la hora de hacerlos creíbles: a Michael Keaton lo tengo asociado a películas estúpidas; luego está la mujer-florero Basinger; y para terminar de fastidiarlo, el malo-que-da-risa Nicholson. De las siguientes entregas del Hombre-Murciélago, mejor no hablar.

En Batman Begins, el cine vuelve a ser protagonista por encima del cómic. Su estética destaca por la sobriedad y su discurso, por el equilibrio. Los continuos flashbacks no distraen al espectador, sino que explican y dan entidad al personaje, que se quita la máscara de bufón impuesta por las películas anteriores, para recuperar su pátina de clásico del cómic. Los recuerdos de la infancia hicieron al hombre; los de juventud, al superhéroe.

En una época en que se recuperan los clásicos del cine oriental -Kurosawa, Mizoguchi...- y las nuevas propuestas se convierten en superproducciones galardonadas -Tigre y Dragón, Hero...-; en una época en que empezamos a profundizar en los valores de las culturas nipona y china, en sus costumbres y su arte, es más fácil entender un Batman ninja, entrenado en las artes marciales -lo que explica sus supuestos superpoderes, que no son tales- y que ha integrado a su personalidad, a través del aprendizaje de sus maestros, los valores de sacrificio, honor y respeto.

Este Batman es de carne y hueso, es un personaje real en unas circunstancias reales; pero también es un hombre que estuvo dominado por su miedo y por sus traumas, y que consiguió superarse a sí mismo.

Sobrecoge una ciudad de Gotham tan auténtica, tan próxima a nosotros que podría ser nuestra propia ciudad, donde las palabras que más resuenan, como un eco que se difunde en el aire, cada vez más potente y metálico, como por obra de un mal amplificador, son desesperanza y desesperación.

Al contrario que el patético y atascadísimo Jim Carrey, entre otros, los malos de Batman Begins dan miedo, más que nada porque son personas normales que, para superar sus traumas, como Batman, se han hecho fuertes creando una imagen de sí mismos capaz de aterrorizar a los demás; la diferencia sólo estriba en el lado de la Justicia en que se sitúan. Sólo el psiquiatra resulta chirriante, pero no debemos olvidar que no es más que un hombre atrapado en la locura de los demás, que terminó por ser su propia locura.

Los grandes temas son los de cualquier buen cómic. Más allá del honor, la traición o los romances artificiosos; aquí todo tiene sentido y circula dando vueltas entorno a una única cuestión: el miedo, que alcanza cotas de surrealismo al final de la cinta. Asociados a él, asuntos como la Justicia, tema estrella, presente en los grandes clásicos del medio; la Lealtad, que resulta ser la carencia más desgarradora, y decepcionante, de la conciencia del malo más malo; los juegos de espejos y las dobles apariencias -"Esta es tu máscara", le dice Rachel a Bruce acariciando su mejilla-; y la ignorancia de la verdad como bálsamo anestésico, es decir, mejor que no sepan.

Los diálogos también recuperan tópicos de cómic para convertir algunas sentencias en estandartes, como aquel "No voy a matarte, pero tampoco tengo por qué salvarte". Pero ejemplos como éste son los menos, y el guión vuelve a brillar por su sobriedad, su moderado realismo y su ingenio, regalando las mejores perlas a los secundarios -maldita categoría para estos actores-, como el mayordomo Michael Caine o el creador de todos los Bats, el ingeniero de la empresa Wayne, Morgan Freeman.

Mención especial para Liam Neeson, que hace un papel que le viene al pelo -desde la Lista de Schindler no le he visto hacer otro-. Y en sentido contrario, mención también para el fantástico Gordon, el camaleónico Gary Oldman, que nunca dejará de sorprenderme, y siempre positivamente. Este hombre también es de carne y hueso.

Bruce Wayne, ahora encarnado por Christian Bale, le saca ventaja a sus antecesores, en gran medida por culpa del guión. Christian le da un traje bonito y muy apropiado al personaje. Lo mejor es que hace ver que el hombre, más que el superhéroe, tiene sangre en las venas.

A pesar de que es, con diferencia, la peor del reparto, el guionista le ha regalado a la sosa Katie Holmes un momento estelar, por brillante y por especial en su significado dentro de la saga: aquel en que establece la proverbial distancia entre justicia y venganza. Sería estupendo que esta escena para el recuerdo quedara en la memoria de todos aquellos que tienen en sus manos el destino de un condenado a muerte. Quizá así el arte recuperaría la función social que nunca tuvo.

El cine de cómic puede convertirse en un género indpendiente al que concurren, aunque no siempre y nunca en la misma proporción, ingredientes del cine de aventuras, el cine de acción y el cine de ciencia-ficción.

Batman Begins consigue aunar todo eso en una amalgama que no compite, sino que complementa, a la esencia de la película: el drama psicológico. Recuérdalo: nada es real, todo ocurre en tu mente.

24.7.05

Recuerdos de San José de Níjar

San José de Níjar, 4 de Julio de 2005

Un hombre rubio, de aspecto desaliñado, ha llegado a la cala chica de San José mientras yo estaba tendida en la arena, tomando el sol. "Un guiri", he pensado, "uno de esos turistas que llegan envueltos en un aire hippy, pero tienen montón de pasta en el banco". Prejuicios.

Se ha quedado al pie de la escalera, observando. No se ha atrevido ni a ponerse al sol ni a darse un baño. Sólo observaba, no sé si al mar o a la docena escasa de personas que poblábamos la ínfima cala. Y pasados unos instantes de contemplación, ha sacado un saxo, no se sabe de dónde, para tocarlo con el único acompañamiento rítmico del run-run del mar.

El saxofón le confiere un aspecto si cabe más surrealista a la ya de por sí acogedora ensoñación que es San José, cobijo de soñadores despiertos sin patria; idealistas fracasados en un intento por reanimar la utopía; fantaseadores del imposible que es "vivir por vivir". Como el "arte por el arte". Utopía. Utopía y las notas volátiles y deshilvanadas; felices y juguetonas; ingenuas pero sabias, del saxofón.

Estoy yo sola con él. El aire, cargado de fuego, arena negra y sal, baila a nuestro alrededor; pero yo sólo siento el aire que viene embriagado de su sonido. Así, lejos de los turistas, parejas de novios, abuelas con nietos; sólo estamos la montaña, el mar, mi piel tirante y, revoloteando a mi alrededor, la música.

Quizá la vida sea esto: venir a calas desiertas en pueblecitos perdidos a tocar el saxo y tomar el sol. Quizá esto es sólo ficción.

Mirando a la orilla en forma de media luna que es la playa de San José, he visto resumidos en un instante, en un haz de luz, en una gota de este Mediterráneo azul -azulón, como el restaurante donde he comido hoy-, resumidos en un granito de esta arena morena, todos los años de vida de este pueblo viejo.

Él abrió y cerró el ciclo de la belleza. A veces, los hombres no son conscientes del poder que les ha concedido la naturaleza, o el instinto; no son conscientes de poseer esa capacidad para transformar la realidad. Porque la realidad de cada cual se debe a su percepción... Y mi percepción de esta cala en San José estará siempre ligada, en mi imaginación y en mi recuerdo, a la belleza de la melodía, rebelde e indisciplinada, mágica y propiciatoria, del saxofón.

23.7.05

EL ANTRO


Mi sueño es tener un antro. Muchas veces me he planteado la naturaleza de mi auténtica vocación y en cada ocasión se han desatado, de los hilos destensados de mi malhumorado espíritu, nudos de actividades artísticas: primero fue la danza, la pintura, la música... La literatura, siempre.

Y ahora me sorprendo a mí misma queriendo ser tabernera. Aunque no lo parezca, tiene su explicación.

Quizá no he conseguido ser artista, pero por vocación estaré siempre atada a la experiencia creadora, de una manera o de otra. Partiendo de la base de mi escasa capacidad creativa, he resuelto no hacer el intento de convertirme en el sujeto del arte, sino en su circunstancia. Voy a incitar a otros a nadar en esta ciénaga que es el universo de la creación.

Por ello, he concebido mi antro no como un simple bar, sino como un centro de creación artística, insuflado por el espíritu inquieto de sus habitantes, y por su voluntad de disfrutar del arte, de la belleza y de la cultura.

Mi antro se llamará "El Antro" y se caracterizará por ser capaz de crear un ambiente propicio para despertar a las almas creadoras de su letargo. La tradicional combinación de bebida y música estará integrada por ingredientes de primera calidad - la música que me gusta y que no he conseguido escuchar en ningún bar de Sevilla - e irá acompañada de elementos que crearán la "atmósfera adecuada", como la decoración, que surgirá de un estudiado concepto del diseño que aunará la autenticidad de materiales y formas tradicionales con simplicidad minimalista y comodidades heredadas de las vanguardias racionalistas.

De las paredes de mi antro colgará una exposición permantente de obras desconocidas de artistas desconocidos y diversas exposiciones temporales que irán cambiando de soporte - pintura, fotografía, escultura... - cedidas por los propios clientes-creadores, con los que se establecerá una fructífera relación de participación.

Sentencias de consagrados genios de la literatura se leerán en las paredes, recorridas por largos frisos para este fin. Y junto a ellas, mis clientes tendrán espacios en blanco en los que podrán escribir... Espacios que, leyes del arte efímero, serán borrados cada madrugada después del cierre para estar de nuevo disponibles, la velada siguiente, para acoger el impulso creador de otra mano, de otro espíritu.

De tarde, serviremos café, infusiones, tés, batidos y zumos... Pero de lo más chic. Será una "cafetería de autor", donde podremos disfrutar de un zumo de "aliento de artista" con frambuesas a las finas hierbas, coronado todo ello por sirope de hibisco.

De noche, huelga decirlo, cócteles varios y bebidas alcohólicas de todo tipo, también firmadas por sus autores, por supuesto.

De tarde, programaremos actividades como debates filosóficos; charlas y tertulias sobre temas políticos o históricos; debates sobre cuestiones éticas y estéticas; contaremos con la presencia de escritores, artistas y pensadores locales -si los hubiera, que aún está por comprobar-; y haremos críticas de las últimas exposiciones o muestras nacionales o internacionales.

Pondremos a disposición de nuestros clientes una pequeña biblioteca con títulos fundamentales que podrán alquilar durante su estancia en el Antro; así como juegos de ajedrez, puzzles y juegos de mesa tradicionales japoneses, como el go o el shogi.

Se animará a los clientes a participar de la vida creativa del Antro, a través de concursos de pintura, fotografía o poesía, cuyos resultados serán después expuestos en el local o compartidos con el resto de participantes, para motivar a un intenso debate sobre las tendencias estéticas populares y su aplicación en la vida cotidiana. Asimismo, se fomentará la participación en la creación de "obras literarias en cadena", y otros juegos creativos de herencia surrealista.

De noche, programaremos visionados de video y cine: desde los años 20 hasta hoy; de grandes clásicos a videocreación. Otras sesiones nocturnas se animarán con espectáculos, que podrán englobar desde actuaciones de magia hasta performances; o bien, con conciertos de artistas emergentes.

En el caso de que no se programen estas actividades, se diseñarán "noches temáticas", entorno a un evento cultural-musical, una época o un estilo. Así, podremos tener desde "noches romanas" y "noches barrocas" hasta una "noche Woodstock" o una "noche Brit Pop".

En este último caso, aunque no es obligatorio, sería conveniente peinarse el abundante flequillo hacia abajo a la derecha y llevar chapas poperas en la solapa o el bolsillo trasero del pantalón. Se apreciará el uso de gafas de pasta y la aportación de discos de vinilo descatalogados.

(Aclaración: aunque el último párrafo intentaba ser una hiriente y jocosa crítica al modernillo snob de turno, lo demás iba en serio).

22.7.05

Recuerdos de Aguadulce

Sigo empeñada en el protagonismo que mi cuadernillo azul debe tener en este blog. Alguna de las páginas que escribí en él, las escribí con la idea de que vinieran a parar a esta otra página. Así que sin más dilación, voy a empezar a verter sus contenidos...


Aguadulce, 2 de Julio de 2005

La lucha por recuperar lo sagrado


Desde mi torpeza y mi escasa capacidad, quiero descubrir dónde reside lo sagrado. Busqué un desierto en Almería para escribir sobre mí; escrutar mi alma; mirarme a los ojos con lupa. Pero la lupa me quema la retina. Sólo se me ocurren "planes de dinamización" que aplicar en esta playa. Busco la pureza y encuentro edificios residenciales de 20 pisos a diez metros del mar.

Propongo un "Plan de Dinamización Inversa". En él, la prioridad no son los discapacitados o sus problemas de accesiblidad; ni duchas, ni pasarelas, ni chiringuitos (también llamados "servicios de restauración a pie de playa para mayor comodidad del playero", che palle!).

En mi "Plan de Dinamización Inversa para Aguadulce" propongo derruir edificios a menos de 50 metros de la orilla, desbaratar el paseo marítimo, las pasarelas y escaleras. En mi plan desurbanizador van a volar por los aires todos los chalets de lujo, se van a levantar cabañas de madera sin agua caliente y se harán exposiciones de pintura sobre las rocas de las montañas próximas, también conocido como "arte rupestre" (no vale pintar indalos, eso ya se ha inventado).

Aguadulce sólo tiene algo genuino: un perfil áspero, rugoso y desordenado. Un perfil desértico en el que nada se puede hacer. Un perfil que sólo sugiere una palabra: abandono. ¿Por qué la gente que me rodea en esta minúscula playa se empeña en lo contrario? Busco el silencio y las gallinas no dejan de cacarear a mi alrededor, dándole una muerte obscena a mi espíritu.

21.7.05

Todo tiene que tener un principio


Hoy he agotado las páginas de mi cuadernillo azul y me dispongo a sustituirlo por otro: uno donde escribir es más difícil. No volveré a pasar las páginas con mis manos, se suavizará el callo de mi dedo corazón, me podré dejar el bolígrafo perdido en el fondo de cualquier bolso... Nada será útil.

Un primer post tiene que hablar del hecho de postear en sí. Es un rito de iniciación. Hoy abro los ojos al mundo, y los tengo llenos de alfileres, para mirar al vacío. Buscaba el más puro y simple acto de contemplación y me encuentro con esto. Buscaba vivir y regocijarme en la belleza y me encuentro con esto.

Espero perder el miedo a teclear al descubierto para ir mejorando, poco a poco. Y seguir contemplando.