31.8.06

Un lugar en el mundo

¿Tener mucho mundo significa tener poca patria? ¿Cruzar una puerta significa olvidar lo que hemos dejado a la espalda?

Para los que no tienen un hogar al que regresar, salir al mundo es más difícil. Y cuando lo hacen, es movidos por la necesidad inconsciente, instintiva, salvaje y animal de buscar ese hogar que han perdido, o que nunca han tenido, pero con otra forma, con otro nombre y en otro lugar. Es duro vagar en busca de ese hogar por un mundo que rechaza la entrada a niños de acogida.

Y puede que esté hablando de inmigración, o de refugiados políticos, o de pobreza y miseria, de hambre... O de todo lo contrario. De una vida con las necesidades cubiertas, pero con los bolsillos del alma bien vacíos.

En el recuento final, veremos quien tiene más.

30.8.06

Inventos que el mundo no necesita...

...pero yo sí.

Nunca me he planteado ganarme la vida como inventora, más que nada porque podría pasar demasiada hambre. Ni el más creativo puede presumir de tener ideas brillantes todos los días. Y aunque las tenga, no debería hacerlo. Lo habitual, en una persona hecha al ejercicio del duro trabajo intelectual -sí señores, pensar cansa- puede ser tener una o dos buenas ideas al año y mucho es. El resto de su actividad no es más que un buen envoltorio sobre las mismas ideas para mantenerse en el candelabro, que diría alguien.

Pero el trabajo de la invención no debería requerir esfuerzo, aunque sí cierta capacidad creativa. No se trata de inventar por inventar, sino de dar soluciones a problemas existentes. Por eso, mucho de los inventos realmente brillantes, esos que nadie esperaba, no son sino producto del azar, de errores de cálculo o de imprevistos varios. Los demás consisten en hacer más cómodo un producto a su consumidor, como los grandes inventos españoles, esos de los que nos jactamos constantemente: la fregona y el chupachups. Antes de hartarnos de meter palos por sendos agujeros, las mujeres -que eran las que hacían entonces el trabajo- tenían que fregar de rodillas; y los niños -que eran los que entonces comían caramelos- terminaban con la cara y las manos pringosos. Hacía falta, hacía...

Mi aportación al mundo de la inventiva no pretende superar este humilde listón. Y de hecho, lo que espero es que alguien recoja estas ideas para desarrollarlas algún día, sin pagar más precio que reconocerme el esfuerzo creativo con un "la sociedad lo estaba pidiendo a gritos". Y se entiende que el grito lo habrá dado este blog.

Cosas que echo en falta en este mundo, aunque no sé si es que ya existen, pero aún no las han traído a la tienda de chinos de la esquina de mi casa:

1. Un ordenador-entrenador. ¿Pasas ocho horas al día pegada a la pantalla de un ordenador? ¿Notas como se va hinchando la celulitis traicionera en las más insólitas partes de tu cuerpo? ¿Y no vas a hacer nada al respecto? El gimnasio estaría bien, si al llegar a casa no hubiera que fregar, poner lavadoras y preparar la comida del día siguiente. Claro, no hay tiempo para todo. El sexo es otra solución, pero con una vez al mes no se ejercitan suficientemente los abdominales. ¿Qué podemos hacer? Fácil: evitar el trabajo sedentario. No se trata de buscar empleo como escaladores o algo así, sino de hacer ejercicio mientras trabajamos. Muchos de nosotros pasamos tanto tiempo delante del ordenador que podríamos escribir y caminar al mismo tiempo, como hacen muchos con los mensajes a móviles. ¿Que no? ¿A alguien se le ha ocurrido instalar un teclado y una pantalla junto a los mandos de una cinta andadora como las de los gimnasios? Pues ahí está a la idea. De ahí, ya se puede sacar cualquier cosa. Puede que en vez de una cinta andadora sea una bicicleta estática, y puede que junto al ordenador se instale también una mesita portátil, con folios y bolígrafos o un teléfono con su base para que no se caiga. Hay un sinfín de posibilidades. Así, seguro que nos volveremos a ganar el pan con el sudor de nuestras frentes.

2. Un portabotellas de diseño. Sí, ya sé que esto existe. ¡Pero no son nada elegantes! Hoy me he visto llevando al trabajo un termo con té y una botellita de agua en una bolsa del Corte Inglés. Lo menos cool que se me ocurre vamos. ¿A nadie se le ha ocurrido que las chicas sanas, como yo, no compramos refrescos de lata en las máquinas de los bares de nuestros respectivos entornos laborales? ¿A nadie se le ha ocurrido que quizá nuestros bolsos no sean pozos sin fondo y que para evitar derramamientos sospechosos sobre nuestro dni y otra documentación importante conviene llevar las botellas separadas del resto de pertenencias? ¿A nadie se le ha ocurrido que ya está bien de hacerle publicidad al Corte Inglés, usando sus bolsas para todo? Pues eso es lo que pido, un bolso de mano, pequeño, adaptado a la forma y tamaño de una o dos botellas estándar, y bonito. No hace falta que tenga dibujos de flores, por favor.

3. Un entretienededos. Los fumadores y exfumadores me entenderán. ¿Qué haces con las manos si no estás fumando y por lo tanto no tienes nada que sostener, véase, un cigarrillo? ¿Qué haces si no estás hablando, sino escuchando, y por lo tanto no tienes motivos para gesticular? ¿Qué haces si no tienes bolsillos donde apoyar los pulgares? ¿Qué haces en la barra del bar esperando a que te sirven esa copa? ¿Dónde dejas los dedos? ¿Qué haces con ellos? ¿Te mesas el pelo? ¿Te colocas bien la camiseta, el pantalón, la falda, el vestido o lo que lleves puesto? ¿Miras la hora para darte cuenta de no tienes reloj de pulsera? ¿Buscas el móvil en el bolso para hacer como que te interesa mucho saber la hora que es? ¿Y cinco minutos después de haber llevado a cabo todo este ritual? ¿Entonces qué haces? Pensar una y otra vez lo que hacer con tus dedos. Echas de menos un juguete, una gomilla del pelo, un peluche de los que al apretarle la barriga emiten sonidos. Por eso propongo una idea para que sea desarrollada: se necesitan juguetes, aparatos, instrumentos o elementos varios que permitan y justifiquen hacer algo con los dedos, con las manos, mientras se está en el coto de caza. Quiero decir en discotecas, clubs, pubs y bares de moda. A ver si a alguien se le ocurre algo. A mi sólo se me ha ocurrido poner muelles en la barra, porque lo mismo pueden servir para tirar de ellos y ver como rebotan; como para meter los dedos, en el caso de los más osados; como para colgar el bolso...

4. Una percha divertida. Para que se vea, no para que sea algo digno de esconder en tu cuarto. Superado ya el trauma del galán de noche -que no sólo es un arbusto-, conviene salir del armario. Todos llegamos a casa exhaustos y sin ganas de pararnos una y mil veces a doblar la ropa y separar la que hay por lavar. No hay nada más reconfortante que desnudarte -para ponerte el pijama, se entiende- tirando la ropa por los aires sin preocuparte de cómo y dónde cae. Por eso, yo invoco a todos los diseñadores pertinentes, para que materialicen esta idea: un galán de noche que no sea galán, ni sea para galanes. Que sea una percha divertida, sin ton ni son. Un mueble que, si no tiene ropa encima, bien podría estar decorando un salón o expuesto en una galería de arte. Un estilizado, colorido y geométrico árbol que lanza sus ramas al cielo para permitirnos colgar en ellas nuestros ropajes, que penderán como manzanas maduras hasta el día siguiente. Alegría para un cuarto desordenado.

Y mi capacidad de inventiva no ha dado más de sí. Espero que alguien, algún día, ponga en pie estas ideas. Aquí tiene una compradora segura.

29.8.06

La Peor Estirpe

Aún en el umbral del siglo XXI, con la ilusión de tener todas las guerras ganadas y todos los miedos superados, nos hemos convertido en adictos a esas pequeñas comodidades burguesas de las que muchos dicen poder prescindir. Un vacío espiritual tan grande, que tiende a ser llenado con bienes materiales: una muchacha con hambre de amor, que se vuelve bulímica; un ser mediocre que se cree perseguido por el infortunio y busca la suerte en los juegos de azar, con su consiguiente ludopatía... Y el que más tiene más quiere. Porque quien más tiene, más ha perdido de todo aquello que era tan valioso y que no se encuentra en lo palpable.

Pero estos son casos extremos. Todos llevamos dentro, en mayor o menor medida, una frustración que nos hace vulnerables a la codicia material. Una frustración, que acompaña al hábito de no haber padecido nunca -o haberla olvidado demasiado fácilmente- una gran necesidad, como comentaba recientemente otro bloguero. En definitiva, no podemos renunciar a nuestras comodidades.

Por otro lado, la soledad -esa "enfermedad del siglo XXI"- llega a ser tan grande que, en ciertos momentos, para ciertas personas, bien podría llamarse aislamiento. A pesar de poder tener comunicación directa con Oriente Medio vía internet; servidos de satélites, agencias de noticias y programas barriobajeros en televisión; carecemos de comunicación directa con el más allá y con el más acá. No saludamos al vecino y hemos olvidado la historia, la ciencia, la filosofía y la metafísica. Hemos olvidado intentar comprender el mundo. Nuestras aspiraciones comunicativas quedan en aguas turbias, pantanosas, que no son río ni oceáno; en un duermevela que sirve para pasar el rato y evitar pensar que quizá ese rato era lo que llamamos vida. Y ya pasó.

Pero me estoy poniendo demasiado trascendental para el asunto tan simple que pretendía tratar. Y es que estos dos males de nuestra sociedad contemporánea -el aislamiento y la negativa rotunda a renunciar a nuestras pequeñas posesiones-, pueden unirse y generar una auténtica catástrofe cuando entra en juego "la peor estirpe" de trabajadores que existe: fontaneros, albañiles y demás chapuzas.

Así, una avería en casa, sea del tipo que sea, puede provocar una profunda crisis en nuestras cómodas existencias: habrá que renunciar a usar la ducha durante un día; o recurrir a un amigo o familiar. Pero en estos casos, ¿dónde se meten amigos o familiares? A veces fallan, otras veces ni siquiera existen.

Podría ahora hablar, como al principio, de frivolidad, de vacío espiritual, de lo poco acostumbrados que estamos a pasar cierta necesidad. Pero, bien pensado, ¿quién es capaz de ir a trabajar sin ducharse? Una persona que, por ejemplo, trabaje en un puesto de atención al público, seguro que no tendrá mucho público que atender durante esa jornada laboral -ahuyentado por el mal olor, claro está-, lo que, indirectamente podría suponerle un despido. Y si nos preguntamos qué puede suponer un despido para esa persona, tendríamos que abordar ya una reflexión que da para otro post sobre la relación de amor-odio que mantenemos con nuestros trabajos.

Pero no es preciso alarmarse. Siempre hay una solución. La llave que abre nuestras puertas es una llave inglesa y está en mano de la peor estirpe. Una serie de estafadores y timadores sin escrúpulos que conoce nuestros puntos débiles, que sabe que no podemos pasar más de dos días sin usar el cuarto de baño o la cocina. Y quizá, el gremio donde con más claridad se comprueba que el trabajo no se paga en función de criterios de calidad, rapidez o eficiencia; sino que impera una dictatorial ley de la oferta y la demanda, llevada a sus peores consecuencias. La desesperación nos lleva a pagar en mucho más de lo que vale un trabajo para salir del paso, para regresar a nuestra vida tranquila y satisfecha, saciada de sí misma. Y para que, pasados unos días de tedio, tengamos algo que contar: "No veas la que me lió el fontanero en casa el otro día..."

19.8.06

Apuntes para un Desnudo (Feo) de Espaldas

Incómoda con el post anterior, que quedó incompleto pero no puede ya ser completado, me atrevo a inaugurar esta nueva hoja en blanco dentro del mismo cuaderno, para incluir las ideas que se me van cayendo de las manos como las uvas en fin de año.

No se puede vivir a través del arte, porque eso significaría tratar de vivir a través de una ficción y la vida sólo es tal si se asume su carga de realidad (nunca de "realismo").

Puede que la belleza no exista. No se trata de que exista una multiplicidad de ideas de lo que es la belleza, tantas como personas capaces de tener una percepción estética. Sino que puede que quizá no exista ninguna y todas las bellezas que creemos percibir sean incompletas. De hecho, cada una de las bellezas que percibimos a lo largo de la vida está vinculada a nuestra insignificante existencia y sus insignificantes circunstancias, por tanto es más un cuadro patológico que otra cosa. Una pintura inacabada, real sólo en su momento, caduca un instante después. Personal, sí. Universal, no. Imposible, quizá. Como la perfección, negada desde su propia definición.

La belleza en la que he creído siempre, la que he buscado siempre, no puede ser esa belleza insignificante ligada a una subjetividad que es inferior, también por definición. Por eso, la niego.

El arte miente. El artista miente. La belleza no existe. ¿Hay algo más ingenuo y más absurdo que vivir buscando la belleza a través del arte?

¿No es la vida algo ingenuo y absurdo en sí, que con el paso de los años va dejando de serlo? Y no es que se vaya marchitando, sino que pierde en ingenuidad y en absurdo, para ganar en verdad, en sabiduría. El escepticismo es el camino fácil hacia una sabiduría falsa. ¿Cuál es el camino auténtico? ¿Hay un camino? ¿Es necesario que lo haya?

Desnudo de Espaldas

El arte miente. Deliberadamente y sin remordimientos. Sin piedad. Promete cosas que no pueden ser y vidas que no pueden ser vividas.

Mienten el arte y la belleza. O nuestra idea de arte y nuestra idea de belleza. Somos nosotros quienes nos mentimos. Nosotros nos engañamos.

Deseando encontrar un arte de verdad que me recuerde que estoy viva. Hastiada de melancolía, arriesgando el dolor. Renunciando a la belleza, asumiendo las cicatrices.

17.8.06

Sangre Derramada

Buscando información sobre la Necrópolis Romana de Carmona (Sevilla), he encontrado un artículo muy interesante, avalado por la Junta de Andalucía, que desvela los secretos de la investigación de uno de los conjuntos arquitectónicos más significativos del yacimiento: la Tumba del Elefante.


Llamada así por una escultura con forma de elefante hallada en su interior, este espacio que aloja también algunas urnas cinerarias, debería considerarse más bien como un santuario, dedicado a las divinidades orientales Cibeles y Attis. Sí, son ciertos los rumores: la Cibeles es algo más que la fuente donde se bañan algunos según gane un equipo u otro. Se trata nada menos que de una especie de Diosa Madre, generadora de vida y demás. Attis, mucho más desconocido, es algo así como un hijo para la Diosa Madre: un protegido, pero también un siriviente casto, amante y amado. Y el amor entre ambos dioses llegó a ser tan grande y tan imposible, que entre ellos hay historias de castración, mutilación genital, derramamiento de sangre... Todo muy desagradable. Pero termina bien: al final, Cibeles se apiada de su chico -que se había automutilado por ser incapaz de mantener la fidelidad prometida- y le resucita. Madre e hijo, amantes castos, entrega y sacrificio, muerte y resurrección. Quizá los más avezados estén ya sospechando haber leído esta historia antes...

El caso es que las coincidencias con ciertos ritos que nos son bastante más familiares van mucho más allá. El 25 de Diciembre los romanos celebraban el nacimiento de Attis. En primavera, durante el equinoccio, su muerte y resurrección, entre las que mediaba alrededor de una semana de diferencia. Se sacrificaba a animales y se hacían aspersiones con su sangre a los fieles. Muchos sacerdotes -que se castraban o al menos prometían castidad para ejercer como tales-, junto a otros participantes en las ceremonias, en medio de bailes rituales, cíclicos e hiptnóticos, girando sin parar cual derviches, se propinaban latigazos y se acuchillaban. ¿Por qué? Porque la sangre purifica, la sangre derramada era la que quitaba el pecado del mundo y tal y cual.

Por cierto, hay que destacar que, aunque extendida en todo el mediterráneo por los romanos, esta religión es originaria de Frigia, Asia Menor, actual Turquía. Y esto lo digo por los derviches y por los musulmanes.

¿Qué cuál es la relación con el Islam? Los baños de sangre. No, no estoy hablando de terrorismo. Sino de los clásicos ritos que año tras año podemos ver recogidos por los medios -más en prensa escrita que en la tele-, ritos llevados a cabo por los islamistas radicales chiís, que abundan en Irán. A lo mejor no se les quiere dar tanta publicidad a la brutalidad de esas prácticas, donde es fácil ver a una población entera propinándose navajazos y tan rojos como después de haber pasado por la tomatina, porque ahora, gracias a la guerra de Irak, se supone que los chiís tienen que quedar como los buenos y los sunís, pro-Sadam, como los malos. La historia dirá.

También se dan latigazos en Iberoamérica y todos nos escandalizamos. Como si no hubiéramos sido nosotros los portadores de esos ritos -¿qué hay de las divinidades precolombinas que se alimentaban de sangre humana, de corazones aún palpitantes? Como si no hubiéramos hecho lo mismo nosotros, 2.000 años atrás, claro está.

Quedaría como una tonta, o quizá simplemente como una mala copista sin criterio, si no hiciera obligada alusión a los cultos mitráicos, procedentes de Persia. Los paralelismos entre los cultos a Mitra y nuestro catolicismo son, si cabe, más evidentes que los relacionados con Cibeles y Attis. Además, todos los símbolos del cristianimo son parte de una cultura antropológica -que no religiosa- tradicional en todo el Mediterráneo. El agua purificadora, el árbol de la vida vs. la madera de la cruz de la muerte, de la que a su vez vuelve a renacer la vida por el sacrificio supremo, etc. No hay nada nuevo bajo el sol del Mediterráneo...

¿Quién se encargó de poner a todo el mundo de acuerdo para que los ritos de Cibeles y Attis, de Mitra, del Sol Invictus, y de tantos otros que circularán por ahí, se resumieran en la religión Católica? La historia dice que fue Constantino en el Concilio de Nicea del año 325, con el que quiso -y lo consiguió- sacar réditos políticos. Si no puedes con tu enemigo, únete a ellos. Y los cristianos de aquel tiempo ya eran muchos y muy poderosos para los romanos. Conste que todas estas teorías son de antes de que viniera Dan Brown a escribir El Código Da Vinci, que ahora todo el mundo le echa la culpa al pobre , cuando esto lo llevo escuchando yo desde que estaba en el colegio.

Pero muchos años antes de que los católicos se empezaran a ofender, al oír a los historiadores que negaban la autenticidad de sus ritos, así como de muchas de las claves, los supuestos misterios, que encierra su religión, ellos mismos se delataron. "Excusatio non petita, accusatio manifesta", dice el popular aforismo. Así que, cuando se dedicaban a saquear monumentos como la Tumba del Elefante, en la necrópolis de Carmona, deseosos de eliminar las inscripciones latinas grabadas en las lápidas, que aludían a Cibeles y Attis, ¿por qué lo hacían? ¿Por qué tanto odio hacia una religión con la que tenían tantos puntos en común?

Ahora la pregunta es, si la Historia ha podido demostrar, gritando alto y claro, que los ritos del cristianismo no son más que herencia de nuestra cultura antropológica; si es tan evidente que esos ritos, que no son en absoluto exclusivos del cristianismo, carecen por lo tanto de valor; ¿qué es lo que impide a los cristianos mirar por encima de esa capa de barniz que son los ritos para quedarse con la esencia del mensaje, tantas veces olvidado?

Quererse y dar sin pedir nada a cambio son las formas más bonitas y más sencillas de ser feliz. Yo me quedo con eso.

Por cierto, ¡visitad la necrópolis y la ciudad! Si os interesa el Arte y la Historia, no os la podéis perder.

Mass Media, Menos Info

Mientras mi hermano aparece en las portadas de la prensa local de la provincia argentina de Chubut; mientras su historia es ampliamente conocida, no sólo por periodistas sino por particulares -a los que mi padre telefoneó por error en busca de información-; mientras da ruedas de prensa para los medios de allí, al respecto de la traumática experiencia que ha vivido en los últimos días; aquí no se sabe nada. ¿Por qué?

Puedo comprender que la historia de dos españoles perdidos en la Patagonia durante tres días no tiene mucha chicha, sobre todo si son rescatados con vida. Puedo comprender que el asunto queda muy lejos del interés general -el concepto de "interés general" no deja de ser muy relativo. Pero... ¿qué habría ocurrido si las autoridades argentinas no hubieran llegado a tiempo? ¿Sólo los muertos son noticia? El morbo que da un cadáver moviliza a una redacción entera; pero un relato dramático con final feliz, no. ¿No se dan cuenta de que a veces nos gustaría leer -o ver, o escuchar- historias como esa para no perder la fe en el ser humano? Concretamente, en el ser humano argentino y en las autoridades de aquel país, a las que mi hermano y mi cuñada no saben ya como demostrarles cariño y agradecimiento. ¡Les han salvado la vida!

Y siguiendo el mismo razonamiento, si ningún periódico español de tirada nacional y mucho menos local, se hace eco de la noticia por considerarla de escasa importancia. ¿Por qué allí sí lo hacen? Si nuestra Protección Civil hubiera salvado a dos extranjeros que andaban haciendo turismo por un parque natural cualquiera en unas condiciones meteorológicas tan desfavorables como para dejarles aislados, ¿nuestros servicios informativos habrían contado la historia? Yo creo que sí. ¡Cómo nos gusta hacernos publicidad! Quizá los argentinos piensen igual...

Afortunadamente, después de una amplia pero infructuosa búsqueda vía internet y después de gastarnos un dineral en llamadas a medios argentinos, hoteles e incluso, como ya adelanté anteriormente, particulares, hemos conseguido hablar con mi hermano, que no había llevado consigo el teléfono. Sabemos que está bien, pero estamos esperando a que vuelva con ejemplares de la prensa argentina de ayer para conocer los pormenores de la historia.

Estoy por llamar a A3 para ver si se dejan de hablar de redes de prostitución y de asaltos a chalés en sus reportajes de A Fondo, y hacen un hueco a mi hermano y mi cuñada, ya que al menos les conocen de antemano por su aparición en Pelopicopata.

16.8.06

Perdidos en Argentina

Mi hermano acaba de aparecer, después de estar tres días aislado en una carretera de la Patagonia impracticable por el mal tiempo, pasando frío y hambre en un coche de alquiler. Hemos sabido que se había perdido únicamente después de recibir su llamada en la madrugada pasada, para informarnos de que estaba sano y salvo.

En el rescate de mi hermano y mi cuñada, tomaron parte dispositivos de seguridad de la zona e incluso una avioneta, que fue la que finalmente pudo localizarles, ya que el tránsito por carretera aún era muy complicado.

El diario El Chubut es el que más detalles ofrece de la noticia, muchos más que mi hermano, que seguramente no querría preocuparnos.

Aún no sé qué pensar de todo esto. En la foto tienen muy mala cara.

12.8.06

Piratas del Caribe

Atención, pregunta: ¿Alguien recuerda qué película está viendo el monstruito deforme de los Goonies, de nombre Sloth, mientras está encadenado en su guarida? Se trata de una película de piratas que, más tarde emulará, si no recuerdo mal, para salvar a los muchachos de aquella mítica y ochentera cinta dirigida por Richard Donner (The Goonies, 1985). Yo diría que es Capitán Blood (Captain Blood, 1935) y si hubiera estado en mi mano la traducción de su título al español, no habría dudado en llamarla "Capitán Sangre", que es mucho más efectista.

En este ejemplo del cine de aventuras más clásico, el viciosillo Errol Flynn crea uno de sus personajes más carismáticos, el del pirata bueno -honrado, valiente, mil veces íntegro, justiciero y hábil en el manejo de la espada-, años antes de deleitarnos con la colorista Robin de los Bosques (The Adventures of Robin Hood, 1938), La Carga de la Brigada Ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936) o la mítica Murieron con las botas puestas (They Died with Their Boots On, 1941). Un personaje cuyos valores reproduce con tesón a lo largo de su filmografía y que sería determinante en la génesis del héroe americano de toda la vida.

En los últimos años, con la resurrección del género de aventuras, también hemos asistido al regreso de su fantasma hecho carne en el guapito de cara de turno, Orlando Bloom, con el mismo peinado y todo. Orlando ya copió a Errol en Piratas del Caribe: la Maldición de la Perla Negra (Pirates of the Caribbean: The curse of the Black Pearl, 2003), pero es ahora, en Piratas del Caribe: el Cofre del Hombre Muerto (Pirates of the Caribbean: Dead Man's Chest, 2006), cuando se le ve del todo la pluma y el plumero, descolgándose con el mismo estilo -daga en mano- por el velamen del barco y representando a un personaje que ya no tiene cabida en el cine de hoy.

Hasta el Motín en la Bounty (Mutiny on the Bounty, 1962), las películas donde el mar y el barco eran tan protagonistas como los hombres habían sido siempre películas de hombres: es decir, machismo en estado puro, de las que son capaces de exasperar incluso a las que nos declaramos en contra del feminismo radical, en el mejor de los casos; y de aburrirnos mortalmente, en el peor. En ellas, frecuentemente, se habla de estereotipos humanos y valores inútiles que no nos interesan; las batallitas, en las que se basa el ritmo del conjunto, son coreografiadas y cortadas por el mismo patrón; y las protagonistas femeninas quedan relegadas a un incómodo segundo plano, donde todo lo que hacen es esperar a ser rescatadas removiéndose en uno de esos vestidos imposibles de llevar.

Últimamente se han ido cambiando las tornas, con desastrosos ejemplos donde la mujer no sólo ha dejado de ser pasiva sino que, por contraposición y en un movimiento pendular excesivo, se ha convertido, misteriosamente... ¡en un hombre de acción! Y para ello, véase La Isla de las Cabezas Cortadas (Cutthroat Island, 1995).

El papel de la mujer en el cine se ha ido adaptando a los cambios de mentalidad de los últimos años y así, ha recuperado su dignidad pérdida como mujer, adquiriendo una nueva dignidad nunca antes reconocida como "mujer de acción". Y ésto, precisamente, es lo que personalmente me atrevería a salvar de esta entrega, que por cierto no será la última, de la saga Piratas del Caribe. Se ve que no hay dos sin tres...

Ante un "Capitán" Jack Sparrow muy decadente, que se ha convertido en una caricatura de sí mismo -cuando ya él mismo no era más que una caricatura-; es decir, en un ridículo y cobarde Rey del Escaqueo. Y ante un Will Turner, aka Errol Flynn, anclado en 1935, cegado por la palabra "honor" y con grandes dificultades para descubrir los claroscuros del alma humana. Es la enclenque pero hermosa Elizabeth Swann -¿por qué es el único personaje que no tiene página propia?-, la que demuestra que los tiene tan bien puestos como mi admirada Eowyn; la única que sabe lo que quiere -véase el detalle de la brújula mágica- y que va a por ello sin dudarlo, sin escatimar en ingenio para conseguirlo y con la suficiente picardía como para no dejarse engañar por las apariencias.

Supongo que estos detalles en la caracterización del personaje han sido genialmente ideados por los guionistas para que las mujeres que vamos a ver la película no terminemos demasiado aburridas como para negarnos a ver la tercera parte. Y es que el "Capitán" ya ha perdido toda la chispa de la primera parte: ni sorprende, ni divierte, ni hace reír. El exceso de fantasía sin ton ni son ha engullido las posibilidades dramáticas hasta hacer de la película un engendro para niños. Y no es que ahora resulte poco creíble; es que, incluso para alguien que acepta ya de antemano que se trata de un cine de fantasía desbordante, carece de interés y de gracia. Salvo cuatro chistes flojos y la posibilidad de carcajearte con el doblaje del malo malísimo que ni impone ni da miedo -al contrario que su antecesor- y que es imposible dejar de comparar con Arévalo, la diversión brilla por su ausencia.

A estas alturas nadie me va a vender los fuegos artificiales, también conocidos como efectos especiales y tal, como excusa para ver una película. Y si la comicidad se desinfla... ¿Qué motivo me queda para esperar otros tres años a ver la tercera parte de Piratas del Caribe?

Veredicto: aburrida, floja, prescindible. Ni Johnny Deep merece la pena, ni siquiera cuando está a punto de ser engullido por un bicho descomunal, construyendo una imagen que no deja de recordarme al enfrentamiento entre Gandalf y el Balrog. Paralelismos por todas partes y demasiados barroquismos monstruosos para ocultar una grave carencia de ideas originales.

9.8.06

Beethoven en la Maestranza

El genio del Maestro siempre es grande, pero en una plaza de toros parece que se empequeñece. Seguramente no era aficionado a nuestra "fiesta nacional", al menos no tanto como su coetáneo Don Francisco de Goya y Lucientes, que no sólo era un gran admirador de los toreros de su época, sino que se rumorea que hubiera deseado vestirse de luces en sus años mozos.


A Beethoven y Goya se les ha comparado a menudo y siempre buscando un nuevo punto de convergencia. Que si la enfermedad, que si la sordera, que si el carácter... No voy a entrar en los dos primeros aspectos, porque para eso necesitaría tener datos concretos, y para especular, ya está el Canal Historia; pero en cuanto al carácter, siendo algo tan subjetivo, me atrevería a formular mi propia hipótesis.

La evolución del drama en ambos artistas es inversa: el español nació pobre y sin cultura, pero era un arribista despabilado, que supo ganarse la confianza de los poderosos, al tiempo que iba absorbiendo todos los conocimientos que estaban a su alcance. Fue feliz durante muchos años, hasta que la curiosidad mató al gato: saber más de la cuenta de sus amigos aristócratas fue la primera decepción. Después llegaron otras cuando se enteró de lo que pasaba en Francia, cuando tuvo contacto con las ideas revolucionarias y, sobre todo, cuando se dio cuenta de la imposibilidad de implantarlas en el Paraíso de los Cainistas, popularmente conocido como España. Su enfermedad fue la gotita que colmó el vaso: cada vez más solo, perseguido y repudiado por sus antiguos amigos, y además sufriendo terribles dolores y una progresiva sordera... ¡Que levante la mano el que piense que no le agriaría el carácter!

El alemán, por su parte, era un alma en pena practicamente desde que nació, de los que ven el vaso no medio vacío, sino casi casi vacío. ¿Pero de verdad había algo en el vaso? El pobre parecía que no podía tener una vida tranquila: constantes traumas, una familia rota, deshecha desde su infancia, desengaños amorosos y mucha soledad... Problemas que degeneraron en intentos -o al menos intenciones- de suicidio.

El hecho es que parece que pasar por situaciones extremas ayuda a cambiar la perspectiva. La historia de Beethoven es una historia de superación: de superación de sí mismo, de sus miedos, de sus traumas y de su capacidad artística. Cuentan que no dejaba una partitura tranquila, que la emborronaba constantemente hasta que obtenía lo que quería, hasta que todo encajaba en sus oídos primero, y más tarde, en su cabeza. Muchos le llamarían obsesivo; otros, perfeccionista.

Con los años, dejó a un lado las decepciones íntimas y se paró un poco a pensar en el bien general, recuperando la fe en el ser humano. Mientras tanto, se había ido quedando sordo, algo que desesperaría a cualquier músico. Y sin embargo, él seguía trabajando sin descanso, con una capacidad de abstracción que fue lo que quizá le convirtió en el padre de la música contemporánea.

La 9ª Sinfonía es un ejemplo de todo eso y, como ya sabrán todos los fans de Miguel Ríos, un canto a la esperanza en el hombre. Beethoven se convenció de que había una solución para los problemas del mundo, de que esa solución podía llegar a ser una realidad, y de que esa realidad sólo dependía de la voluntad del ser humano. En lo que no cayó el Maestro es en lo complicado que puede llegar a ser poner de acuerdo a toda la Humanidad. Pero ya se sabe, a grandes metas, grandes dificultades.

La West Eastern Divan tiene hoy, dos siglos más tarde, el mismo entusiasmo para materializar los sueños del Maestro. Pero la cosa no para de ponerse cuesta arriba. El utópico proyecto de Barenboim y Said quiere cambiar el mundo a través de la música.

Por eso, fue muy esperanzador comprobar ayer noche, a eso de las diez, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, la cantidad de público congregado para asistir al concierto de la joven orquesta de músicos árabes, judios o de cualquier otra etnia, raza, religión o nacionalidad. Y más si esta orquesta cargada de buenas intenciones y magistralmente dirigida por el propio Barenboim iba acompañada por el Orfeón Donostiarra para interpretar la Novena del Maestro. La Novena, nada menos.

Mucha gente, familias enteras. Me sorprendió la cantidad de jóvenes, pero no sólo el "menor-de-30-cultureta-snob", que por definición tiene la obligación de asistir a estos conciertos; sino chavales de 20, de 18, de 15, a los cuales no me costaría demasiado enmarcar dentro de la estética tradicionalmente "cani". Había incluso niños, y no quiero decir niños de 10 años, de los que están aburridos ya de ver el Conciertazo -admirable programa, por cierto- y necesitan algo más fuerte: me estoy refiriendo a renacuajos de la talla de "bebé mocoso", uno de los cuales amenizó la fiesta con un potente y sonoro llanto, capaz de competir con las voces de los que estaban en escena.

Mi esperanza en la futura cultura musical que podía abrazar mi tierra empezaba a truncarse por momentos, cada vez que echaba un vistazo alrededor. ¿Qué hacía allí toda esa gente? ¿El calor les había afectado al cerebro? ¿Quizá no tenían nada mejor que hacer y no tenían tele por cable o internet para consolarse? ¿Había sido el precio de la entrada -diez euricos- lo que les había animado a reunirse en la plaza de toros? ¿O es que mis paisanos van a la plaza de toros en cuanto haya un evento programado, sea del tipo que sea?

No tengo la respuesta, pero mis recientes análisis de la idiosincrasia sevillana me hacen decantarme por la última opción. La gente iba al concierto como quien va a los toros, lo que me hace pensar que quizá no estaba informados de que estaba previsto un concierto, y además de música "clásica". Es decir, botellitas de agua fresquita y refrescos varios recién comprados, bolsas de cacahuetes, pipas, kikos... Como en los cines de verano de antaño, sólo faltaban los bocadillos -no vi ninguno, pero no puedo asegurar que no estuvieran allí. Lo que haga falta y a disfrutar del espectáculo. A mi espalda se sentó una familia, de las que antiguamente se conocería como "familia numerosa", con cuatro o cinco niños, una de ellas con un hipo incesante, y el resto pasándose la bolsa de cacahuetes sin pelar.

Para hacer más difícil la tarea de mantener la atención, alguien tuvo el considerado gesto de sufrir un "yuyu" -por ahí se habla de desmayo-, con lo que nuestros ojos no pudieron hacer otra cosa más que centrarse en los efectivos de la Cruz Roja, que subían como podían entre la multitud para asistir a la protagonista del momento.

Eso, y la tradicional acústica del albero, explica que el sonido no llegara con intensidad y mucho menos con claridad. Se escuchaba un buen amasijo de notas, hasta el punto de que los pianissimos eran imperceptibles; hasta el punto de no distinguir cuando entraba un instrumento u otro; hasta el punto de hacerme pensar que la soprano desafinaba como una bellaca. Y en este punto, espero estar equivocada, porque en gallos no le ganaba ni Bustamante.

Por lo demás, los pelos como escarpias. Estando como estaba en una plaza de toros, estuve por sacar el pañuelo para pedir las dos orejas y el rabo, mientras el director hacía un gesto provocador: quizá no lo sabía, pero al señalar a la orquesta como la merecedora de los aplausos que le brindábamos, tenía una pose torera que ni Curro Romero. Sevillanía hasta el final: los aplausos se convirtieron, mágicamente, en palmas al compás. No sé donde terminaba el gesto simpático de los sevillanos, donde empezaba la costumbre de aplaudir así, sea cual fuere el motivo, y qué espacio quedaba para la que considero la auténtica razón de estas palmas: darle una lección de ritmo a Don Daniel, que de esto los andaluces sabemos un rato.

Eso sí, aún me duele la espalda. Y es que las plazas de toros no están hechas para disfrutar de la música.

8.8.06

Víctima de los Aeropuertos

Como la mitad de los españolitos de a pie, eso es lo que soy, en eso me he convertido. Yo que alardeaba tanto de no volar con Iberia, de no dejarme engatusar por nuestra amada y bienintencionada compañía aérea nacional, de haberme pasado al enemigo alemán, también conocido como Lufthansa, ahora me tengo que tragar mis palabras.

Ya no sé si los tradicionales problemas aeroportuarios españoles son cosa de nuestras chapuzas caseras, es decir, de los responsables de la gestión de los aeropuertos; o de las compañías que en ellos se integran, y hacen negocio claro está.

El asunto es que yo ahora mismo debería estar en Alemania, en aquel pueblo que acogió a Nietzsche en sus años mozos... Y aquí estoy, en casita. Pero ni me extraño, ni me sorprendo: y es que dadas las circunstancias, visto lo visto durante los últimos tiempos, tras la huelga de pilotos o desastrosos espectáculos como el del Prat, creo que casi todos los usuarios estamos ya curados de espanto.

La cosa empezó a olerme a chamusquina cuando reservé mi billete por internet -¿por qué no empezaré de una vez a desconfiar de esta máquina infernal, como dicen algunas personas de cierta edad?- con una compañía que consideraba lo suficientemente fiable: Lufthansa. Todo iba bien hasta que, en el momento del pago, me prometieron enviarme el billete por correo ordinario a la dirección postal que les indicase. ¿Por qué? En otras ocasiones, concretamente en los vuelos de Iberia, no he tenido necesidad de llevar al aeropuerto un billete "físico": me bastaba con llevar impreso el e-mail que confirmaba la transacción e indicaba el código de reserva correspondiente.

En principio no le di más importancia. Pero el día del vuelo se acercaba y el billete continuaba sin llegar a mi buzón así que, aunque iba poniéndome nerviosa, pensando que no me dejarían subir al avión sin el billete; intenté dominar a mi "yo dramático" pensando que, como con los vuelos de Iberia, con el e-mail bastaría.

Todo habría ido bien si el Metro de Madrid, enterito, no estuviera en obras. El trayecto de Atocha a Barajas, que normalmente no ocupa más de media hora y no exige hacer más de dos transbordos, en esta ocasión me hizo perder una hora entera dando vueltas por túneles subterráneos varios, cargando con una enorme maleta por escaleras que, por supuesto, se construyeron cuando aún no se habían inventado las mecánicas.

Pretendía pasarme por el mostrador de Lufthansa, primero, para comprobar si había algún problema con el billete. Pero como iba un poco justa de tiempo y la compañía asociada que operaba el vuelo, que no era otra que Spanair, estaba en una terminal distinta, decidí ir directamente a facturar. Ingenua de mí, pensaba que si había algún problema, el personal de Spanair me lo diría antes de hacer subir mis maletas al avión.

Pero no. Aunque tenía que cambiar de avión en Frankfurt, para seguir hasta Leipzig con otra compañía distinta, concretamente Eurowings, la amable señorita del mostrador de Spanair no sólo me confirmó que podía recoger mis maletas directamente en el destino final, sino que me dio las dos tarjetas de embarque para los dos vuelos.

Lo demás estuvo más bien dentro de lo que cabe esperar en estas situaciones: primero, patearme todo el aeropuerto en busca de mi puerta de embarque; dejar que me desnudaran para comprabar que no llevaba armas de destrucción masiva en los calcetines; aguantar una cola de media hora para embarcar y, mientras tanto, mordisquear un bocadillo de jamón. De ese jamón que pensaba que no iba a volver a probar hasta pasadas tres semanas de exilio germano...

Pero, como en las películas, estaba despidiéndome por teléfono de mis seres queridos, cuando formulé un deseo en voz alta: "Ojalá pudiera quedarme en España". Y, como en las películas, se cumplió. Al llegar al embarque, más o menos, vinieron a preguntarme que dónde iba yo queriendo volar sin billete. Les mostré las tarjetas de embarque y el e-mail, confirmando la reserva, pero no parecía ser suficiente.

Las palabras más difíciles de asumir en momentos así son: "Un momento, voy a hacer una llamada para comprobarlo". Y eso es lo que me espetó sin remilgos el "encargado de hacernos embarcar", cuyo cargo tendrá otro nombre más profesional, supongo. El tío estuvo mareando la perdiz un buen rato, sujetando el teléfono entre el cuello y el hombro, mientras me tenía esperando y dejaba pasar a otros pasajeros. Al colgar me dijo que mi billete no había sido emitido y que no podía volar sin billete; que la única solución era ir a recogerlo al mostrador de Lufthansa, pero que como estaba en la otra punta del aeropuerto, no le daría tiempo porque el avión estaba a punto de despegar. Y que fuera yo corriendo si me atrevía... Más o menos.

El simpático trabajador del aeropuerto dio por hecho que no había solución y me aseguró que me iban a "reasignar a otro vuelo", cosa que no me interesaba demasiado porque perdería mi enlace a Leipzig y, en consecuencia, mi posterior enlace en tren a Naumburg. Y sin más ganas de complicarse ni de perder más minutos atendiéndome me despidió, mientras yo le miraba con la boca abierta, indicándome que no olvidara recoger mi maleta al salir.

Lo de las maletas es otra. Estuve como una hora esperando a que salieran y cuando mi paciencia estaba a punto de agotarse le pregunté al imperturbable trabajador de "equipajes perdidos" si aquello era normal, si solía tardar tanto y si cabía la posibilidad de que mis maletas estuvieran ya volando hacia Leipzig. A la que el hombre me sonrió, con toda la tranquilidad del mundo, y contestó: "Es una posibilidad". Atónita me quedé.


Para varíar, esta aportación icónica es mía, una foto tomada en el Aeropuerto de Barajas. Me gustaría llamarla Maletas Esperando a sus Dueños. O bien, ¿Qué llevan puesto?

Recogidas las maletas -en realidad una, la otra sigue perdida- me fui al mostrador de Lufthansa a alcarar lo sucedido. Efectivamente, mi billete no llegó a emitirse y, afortunadamente tampoco me habían llegado a pasar a mi cuenta el cargo de 386 euros que costaba. La bilingüe español-alemán me atendió con comprensión y amabilidad en mi idioma, mientras cuchicheaba con su compañera en alemán por lo que, paranoica como soy, ya empecé a pensar que aquello era una conspiración contra mí. Pero no, aquella me aseguró que no me iban a cobrar el billete, sólo los gastos de gestión. ¿De gestión de qué? ¿De un billete que no existe? Estaba tan agotada que decidí obviar el asunto. Le pedí que no me "reasignara" nada, que no me pusiera en lista de espera, como ya me había prometido, porque sólo tenía ganas de volver a casa a descansar.

Y en esas estoy, descansando. Y sin ninguna gana de viajar, y menos aún, de volar.

Y conste que a mis lectores les he ahorrado el asunto de la otra trabajadora de Lufthansa que me había atendido previamente y que se dedicó a recordarme, con aires broncos, lo estúpida que soy, lo fácil que me resulta perderme en un aeropuerto y las escasas posibilidades que tenía de llegar a mi destino en las horas que le quedaban a aquel sábado.

4.8.06

Cerrado por Vacaciones

Para evitar un engorroso mailing de despedida, he preferido llenar ese espacio vacío en forma de archivo correspondiente al mes de agosto de 2006 en este blog, con el objetivo de informar, a quien pueda interesarle, de mi inminente partida.

No, no os asustéis, mi querida multitud de incondicionales lectores, de momento no abandono estas páginas. Aunque es posible que lo haga -no creáis que no me lo he planteado, después de haber cumplido un año en blogger sin celebrarlo, como casi todos mis cumpleaños. Se trata de un cierre temporal por vacaciones, pero como casi todos los blogs que visito, así como las escasas tres o cuatro personas que de vez en cuando me leen, también andan un poco desconectados, casi nadie se va a dar cuenta.

Mañana cojo, no uno, sino dos aviones para Alemania: uno de España a Alemania y el otro, dentro del propio país para llegar a mi destino, un poco apartado de las habituales rutas turísticas. Se trata de un pueblecito de 31.000 habitantes, más cerca de la frontera checa que de Berlín, por ofrecer un dato respecto a su situación, que sin embargo, no tiene nada que envidiarle a algunos destinos turísticos mucho más sobrevalorados. Imagino que, entre otras cosas, encontraré cierta calma y pocos ordenadores; es decir, algo que necesito mucho. Además, cuenta con una catedral que, aunque no había oído mencionar en mis cinco años estudiando Historia del Arte en la Universidad de Valencia, parece de gran interés por su decoración escultórica. Pero como aún no lo he visto, mejor no adelantar acontecimientos.

De hecho, prometo a mi regreso un completo cuaderno de viaje. Literalmente, que para eso me he comprado dos cuadernos de gusanillo y cuadritos. Aunque todavía no sé si lo incluiré en este blog, o crearé uno ex profeso.

Por otro lado, se me quedan en el tintero muchos temas de los que hablar, muchas ideas anotadas a bote pronto o a vuela pluma -¡Qué dos expresiones más bonitas!-, ideas que no han sido ampliamente desarrolladas, no tanto por la falta de tiempo, como por puro agotamiento: mis párpados caen pesadamente cada vez que tienen que enfrentarse a una pantalla de éstas y mis dedos se colapsan ante el teclado tras dos o tres golpes sobre los caracteres.

Algunos de mis temas pendientes, de los que no puedo prometer que vaya a desarrollar a mi regreso, podrían llevar por título:

- Si yo fuera alcaldesa
- Cómo hacerse millonario en internet con las descargas de música
- Huelga de tomates
- Encuestas auténticas: nadie ve documentales

Etc.

Y el etcétera, sí que prometo desarrollarlo.

Hasta septiembre.