30.9.06

Recuerdos de Jimeno

Ahora sí.
Ya puedo planchar la ropa, que nadie se tumbará encima, dejándola llena de pelos.
Ya puedo hacer la cama, sin que nadie enrolle en las sábanas o patalee sobre el colchón.
Ya puedo barrer debajo de los muebles, que no encontraré ningún obstáculo inesperado.
Ya podemos comprar muebles nuevos, que nadie los arañará.
Ya puedo abrir el armario, que no sorprenderé a nadie dentro, revolviendo entre mis cosas.
Ya puedo llenar de objetos decorativos cualquier repisa, que nadie va a caminar entre ellos, tirándolos.
Ya puedo dejar que se me caigan las cosas de las manos, que nadie las va a tomar por una pelota que se puede hacer rodar hasta la otra punta de la casa.
Ya puedo cerrar las puertas, sin temer dejar a nadie encerrado.
Ya puedo abrir mi ventana, sin temer que nadie se siente en el alféizar, jugándose la vida.
Ya puedo limpiar y preparar pescado para comer, que no tendré que compartirlo con nadie.
Ya puedo sentarme a comer, que nadie va a intentar robar comida de mi plato.
Ya puedo comprar plantas y flores, que nadie irá a comérselas.
Ya pueden entrar insectos en mi casa, que nadie los va a perseguir.
Ya puedo trabajar tranquila, sin que nadie juegue con mis papeles.
Ya puedo escribir en el ordenador, sin que nadie pisotee mi teclado.
Ya puedo tocar la guitarra, que nadie morderá las cuerdas.
Ya puedo entrar despreocupadamente en una habitación a oscuras, sin temer pisar a nadie.
Ya puedo tumbarme en el sofá, que nadie vendrá a sentarse en mi barriga.
Ya puedo llegar a casa destrozada del trabajo, que nadie se va a ovillar en mi regazo, para ronronear cálidamente y hacerme ver que siempre contaré con él.

Sólo era un gato, pero ha dejado esta casa vacía.

28.9.06

Jimeno


Así lo ví, hace más o menos cuatro años, durmiendo plácidamente. Y así lo quiero recordar. En el día de hoy, esta página sólo podía estar dedicada a él, mi "compañero de fatigas". Aquel que estuvo a mi lado cuando nadie más estaba; aquel que me hacía reír, cuando yo sólo quería llorar. Espero que en esta corta existencia, de tan sólo ocho años, haya sido feliz.
Hasta siempre, Jimeno.

26.9.06

El Retorno de los Archisónicos

A riesgo de parecer una niñata cualquiera, me voy a atrever a escribir la frase que lleva todo el día retumbándome en la cabeza: ¡Cómo mola el disco de Muse!

Después del fiasco megalómano que resultó ser Absolution, aburrido y completamente prescindible; estos tres pavos parecen decididos a purgar sus pecados con un disco sin pretensiones, justo lo contrario del anterior. Consiguen ahora tomarse un poco menos en serio a sí mismos, o así interpreto yo su actitud, a la vista de las declaraciones del castrato Bellamy en referencia a los alienígenas y la conspiración mundial. Pura ironía. Eso debe ser.

El asunto es que Black Holes and Revelations es un disco fácil de escuchar. Muy, muy sencillito. Pero chispeante y divertido, recuperando el espíritu cachondón del sobrevalorado Origin of Symmetry, que debió surgir como una broma de buen gusto y llegó a ser un disco de "kool-to" (léase "culto"), sin saber muy bien cómo. Y si no, escúchense las referencias de guitarra hispánica en "Plug In", que se reproducen de nuevo aquí. Qué humor tienen estos chicos.

No le he prestado ninguna atención a la letra, pero es evidente que la letra es lo de menos. Lo es siempre para Bellamy, demasiado preocupado en dar agudos como para pararse a respirar y vocalizar.

Lo que más mola del disco es la cantidad de oportunidades que brinda a pringaíllos ridículos como yo. Sonidos archisónicos sin par, de los que te permiten dar la rienda suelta a tus institos, haciéndote bailar como la chica de Flashdance -quien pueda, claro- y sobre todo, ofreciéndote un montón de registros expresivos para practicar poniendo caras en el espejo, o probando con maquillajes extravagantes y peinados frikis. En ocasiones como esta, sueño con tener el látigo de Jessica Alba en Sin City para menearlo haciendo "chás-chás", mientras susurro silabeando "su-per-mass-ive-black-hole!"

De referencias musicales, no merece la pena hablar, porque sobran. Sólo diré, que tienen suerte de que Schubert lleve tantos años muerto. Si llevara unos poquitos menos, aún tendría fuerzas para levantarse de la tumba y llevarles a juicio por el copieteo descarado del tradicional Ave María matrimonial, que perpetran sin pudor en el corte número cinco del disco, "A soldier's poem".

¿Cómo calificarlo? Como technorrock-barroco. ¡Cómo mola!

24.9.06

Odaliscas y Palos de Escoba

Hoy he estado hablando, fuera del ciberespacio, sobre el concepto de belleza femenina al que alude la entrada anterior. Mi interlocutor, además de confirmar a título personal esa teoría, tan defendida por parte de los hombres, de que las mujeres que de verdad les atraen no se asemejan en absoluto a las modelos escuálidas -se refirió a la imagen de lozana juventud que ofrecían en su momento Carmen Sevilla y Sofía Loren como iconos sexuales-; añadió un par de ideas interesantes. La primera, que muchos diseñadores prefieren modelos que no llamen la atención, para que no sean protagonistas por encima del vestido que lucen. La segunda, que el estilo filiforme de los cuerpos de las modelos tiene relación con la intención "artística" -estética, matizaría yo- de los diseñadores.

Al pensar en una mujer estilizada e ideal como obra de arte en sí misma, se me vino a la mente esta pintura:

Aunque de Ingres se haya dicho que estuvo a medio camino entre el clasicismo y el romanticismo, aunque se haya dicho que aplicaba las normas del dibujo clásico a un concepto romántico de la belleza; todo eso no implica que ese dibujo construyera formas extraídas de la realidad. En sus obras no hay naturalismo. La Gran Odalisca es una idealización, una conceptualización, de una belleza que no está en la naturaleza. La Gran Odalisca no es ninguna mujer: ni ha existido, ni existirá nunca.

¡Viva el Pelo!

Modelo.
(Del
it. modello).
1. m. Arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo.

Esta es la primera acepción que ofrece el diccionario de la RAE del término "modelo". Si los modelos son "ejemplos a seguir", tiene sentido que los responsables de eventos como la Pasarela Cibeles, pongan mucho cuidado en el "punto de referencia" que quieren transmitir a quienes van dirigidos este tipo de acontecimientos: tiendas y consumidores de moda. Pero no sólo eso, los medios de comunicación, principalmente televisión y revistas especializadas, magnifican la difusión de estos eventos, que puede llegar a cualquier ámbito y rincón de nuestra sociedad.

Por eso, no es de extrañar, que todas aquellas personas preocupadas por inculcar unos valores de salubridad, por encima de un concepto de belleza fútil e inalcanzable, desde poderes públicos a padres y madres que ven el espectáculo de la moda desde el sillón de sus casas, intenten frenar una tendencia que lleva muchos años siguiendo un camino torcido. No hace falta que venga ningún médico a explicarnos que las muchachas de las pasarelas están un poco faltas de carne: si las tuviéramos delante, seguro que más de uno le ofrecería un puchero o una ensaimada.

En definitiva, aplaudo llena de satisfacción que se haya tomado una iniciativa para evitar que personas enfermas puedan desfilar como modelos, esto es, como "ejemplos a seguir". ¿Es que vamos a hacer de la enfermedad un paradigma de belleza? Cibeles ha sabido verlo, aunque con cierto retraso.

Quizá sólo faltaba dar un paso más. ¿De qué se trata? ¿De impedir la entrada de una imagen escuálida en nuestro subconsciente como modelo de belleza? ¿O de presentar como modelos de belleza a mujeres reales? Porque si se tratara de esto último, cabe decir que los organizadores se han quedado cortos. Falta la estría y la celulitis de las mujeres reales; falta el poco tiempo para maquillarse y darse cremitas; falta la imposibilidad de ir todas las semanas a la peluquería a tomar tratamientos de hidratación intensiva contra la sequedad del cabello; faltan los conjuntos de tiendas de barrio o las piezas de mercadillo bien combinadas, porque no podemos ir a comprar ropa a los diseñadores que participan en Cibeles.

Pero sobre todo, falta pelo. ¿A quién se le ocurrió que la mujer perfecta era una mujer que carecía de pelo en todo el cuerpo, salvo en la cabeza, donde debía ser largo, sedoso y abundante? ¿A quién se le ocurrió que, periódicamente, debíamos sufrir esa tortura llamada "depilación"? ¿Qué tipo de sádico se excita con una mujer lo suficientemente masoquista como para provocarse esos daños? ¿Es que nadie se ha enterado de que las mujeres, como los hombres, tenemos pelo por todo el cuerpo? ¿Será posible que los hombres consideren a las pieles tersas, satinadas y "calvas" de las modelos como "modelos de belleza"?

Ya hemos dejado de pasar hambre para contentar a los hombres o a nosotras mismas, engañadas por un canon de belleza que hemos asimilado tras un hábil bombardeo de imágenes. ¿Para cuándo la rebelión contra la cera y las pinzas?

23.9.06

Conciencia Democrática

"Esta sociedad no está preparada para la democracia". Estas palabras se las oí decir a alguien, de quien no voy a revelar la identidad. Estas palabras consiguieron que me rebelara al instante, posicionándome radicalmente en contra, alabando, desde mi idealismo desbocado, las virtudes del ser humano de hoy que, felizmente guiado por su razón y su sentido de la moral, es capaz de regirse a sí mismo. Estas palabras, pronunciadas hace más de un año, no revestían para mí ni una sombra de duda.

Se refería a la sociedad y la democracia de otro país, Italia. Y al visitarlo, inconscientemente, fui entendiendo cómo pudo llegar a conclusiones tan extremas. Una sociedad con un desequilibrio tan abrumador entre el Norte y el Sur, que sigue los sucesos de su política con total pasividad. Una sociedad mediatizada, donde todos los medios pertenecen a una única persona, que casualmente, es (era) el Presidente de la República. ¿Cómo era posible que en el Sur, donde con más crudeza se viven las consecuencias de una mala gestión nacional, aderezadas con la presencia de ese "fantasma" regional, que lo sobrevuela todo y que se hace llamar mafia, nadie se plantee que es necesario un cambio?

Muy al contrario, todo al que se le preguntaba, contestaba casi ofendido, que allí no había problemas y que Berlusconi lo estaba haciendo muy bien. ¿Y sus conciencias? ¿Y su razón? ¿Y su sentido de la moral? ¿Es que no tenían esa vocecita en sus cabezas que les indicara lo que estaba bien y lo que estaba mal? Al parecer no escuchaban los susurros apagados, ahogados en las señales contradictorias de la experiencia de la vida cotidiana. Su actitud, por encima de las quejas constantes entre ellos que no llevan a ningún lado, se limitaba a esperar a que algo cambiara. Su actitud era completamente pasiva: esperaban que "alguien" resolviera sus problemas por ellos y su sueño era huir a un lugar mejor.

Quizá esta gente sin sueños, esperanzas o ambiciones; sin ganas de apartarse un poco de su realidad para poder comprenderla a fondo; sin intención de mejorar las condiciones de vida de su tierra... Quizá ellos no estaban preparados para la democracia. Quizá ellos no tenían la suficiente capacidad para escoger democráticamente, siguiendo los dictados de su conciencia, porque quizá no habían sido entrenados para escuchar a su conciencia. Quizá ellos, sin interés en participar en el destino de su país, no sabía elegir a un candidato que no había surgido de su sociedad, de sus problemas más reales, sino que venía importado del norte. Quizá se habían equivocado al hacer sus apuestas durante los últimos años.

Pero, ¿quién es tan ruin como para sentirse con la suficiente superioridad moral para quitarles el derecho a elegir? ¿La democracia significa "libertad para arruinar tu vida si te apetece"?

Es evidente que la democracia tiene grandes fisuras. Lo vemos diariamente en países donde se ha elegido democráticamente a sus gobernantes, y éstos resultan ser tiranos que se apoderan para siempre del poder. Lo vemos en países donde se ha elegido democráticamente una opción política que se distingue por su extremismo para coartar las libertades de ciertos grupos sociales. Lo vemos en países que, sin que nadie se lo pida, son capaces de otorgarse aquella superioridad moral que mencionaba para resolver los problemas del mundo, cuando ni siquiera son conscientes (o cierran los ojos ante) de la carencia de libertades que tienen en casa.

En fin, ¿estamos a salvo de nuestras propias decisiones?

20.9.06

Teoría de la Comunicación

Lecturas. Evangelio según María Magdalena. Capítulo 3, versículos 15-19.

Un día llegóse a mi puerta un forastero. Tal como el Señor me había enseñado, le recibí en mi casa como un padre recibiría a su hijo al regresar de una jornada de trabajo. Le dí pan y vino y le ofrecí un lecho en que dormir, para refugiarse del frío de la noche sin estrellas. Tras varios días, ví que era el diablo, vestido con sus engaños, que me tentaba en un ardor amoroso que era pecado. Entonces el Señor me mandó llamar: "¿Qué tienes, María?". "Mis palabras son vanas, pues puedes leer en mi alma." El Señor me dijo entonces: "Si pronuncias tu sentir en alto, María, lo responderé. Y mi respuesta hará tus palabras verdad".

Teoría de la Comunicación.

Amén.

Soledades en equilibrio

- ¿Por qué no me has llamado?
- Estaba disfrutando de mi soledad.
- ¿Y ahora qué quieres?
- ¡Te necesito! ¿Dónde estás?
- En mi soledad. Me arrojaste a ella. Ahora la disfruto y no quiero salir.

Qué difícil es encontrar el equilibrio.

17.9.06

España, de psicólogo

Una de las mayores sorpresas de mi exilio italiano -reconozcámoslo, no fue para tanto, sólo tres meses- no la encontré en el descubrimiento de aquel país, sino en lo que ese viaje me permitió descubrir de mí misma. Además de llegar a comprender que puedo sobrevivir lejos de casa o que puedo hacerlo en compañía de personas ajenas a mi entorno -las trabas sociales que tengo en España siempre me habían hecho pensar lo contrario-, lo más extraordinario fue descubrir que amo a mi país. Sí, a ese mismo país que, desde el interior de la cazuela, siempre he criticado, denostado y detestado. ¡Gran repulsa a nuestra ruindad patria!

Y sin embargo, allí, todo eran elogios. Cosas del exilio.

Pude hablar con australianos locos de acento insoportable, que no parecían echar de menos su casa; con alemanes enfurecidos por la inferioridad de la organización italiana en todos los aspectos de la vida, respecto a la propia; con ucranianos que hacían gala de tintes extravagantes, mientras referían el caer de las hojas de los árboles en el otoño de su país, que resultaba ser, por cierto, el más grande de Europa; con eslovenos incapaces de comprender por qué no otorgábamos la independencia a los vascos -"nosotros quisimos separarnos y lo hicimos", me decía un muchacho de 22 años que parecía no recordar lo que era la guerra-; con iraquíes que huían de su hogar y buscaban una nueva vida en un país distinto; y con italianos que parecían ver en mi la personificación de una especie de fraternidad cultural basada, por encima de todo, en la sangría, el fútbol y otros tópicos.

Y cuando a mí me preguntaban por España, me brillaban los ojos y comentaba: "lo mejor que tiene, es que tiene de todo". España es para todos los gustos, una suma de paisajes de todo tipo; de culturas, de formas de ser y de pensar; de estilos de vida. España encierra todas las bellezas.

Y curiosamente, lo que me parecía más hermoso de mi país resulta ser su peor lacra. Dentro de la cazuela, la diversidad, la diferencia, deja de ser algo digno de celebrarse, para ser hervor de envidias. Porque tu tienes más que yo, y el otro, más que los dos. Porque cuando tú tienes frío, yo tengo calor. Porque hablamos en distintos idiomas, o en el mismo desde dos modos de vida tan diversos, que nos impide entendernos. Porque lo mío es mío y de nadie más. Porque no sabemos compartir, porque no hay idea de fraternidad. Porque el vecino de enfrente no es nuestro amigo, ni nuestra familia, es la mala suerte que nos ha tocado. Como un hermanastro feo que llega a casa, con la unión indeseada de nuestros padres. Pero cuando descubrimos que no es tan feo y, lo que es peor, que le ha tocado más en herencia... Entonces nuestra ira puede ser terrible.

Ese mal endémico nuestro, que nace y crece a lo largo de toda nuestra sociedad, en forma de envidias, de cotilleos, de demostraciones de orgullo, no es la envidia en sí misma. Cualquier psicólogo puede confirmarlo: somos inseguros y tenemos la autoestima por los suelos. Somos pobres de espíritu, y lo sabemos, y por eso nos preocupa si el vecino tiene más o menos, o qué nos podemos inventar o exagerar para criticarlo. Nos queremos poco, nos sabemos débiles, y por eso, para quitarnos los miedos, nos arriesgamos al máximo: un país de cobardes que se juegan la vida, para demostrar que son muy machos, en las carreteras o corriendo delante de un grupo de toros, eso da igual.

Quizá deberíamos dejar de mirarnos al espejo y empezar a mirar al mundo. Quizá así podamos descubrir que somos muy afortunados de tener lo que tenemos y de ser como somos. Quizá dejemos de avergonzarnos y bajar la cabeza cuando se habla de España. Porque España, lo peor que tiene, es un problema psicológico muy extendido entre sus habitantes. Y eso, en un par de sesiones, se cura.

13.9.06

Mujeres del Renacimiento

La burocracia es lo que tiene. Se sabe cuándo empiezan a pedirte documentación, pero no cuándo terminan. Esta vez era un formulario que tenía que cumplimentar con mis datos para entregar una solicitud que no viene al caso.

Y de repente, en la casilla titulada "Profesión" me quedé en blanco, sin saber qué escribir. ¡Qué paradoja!

Se me ocurrió que podía otorgarme el apelativo de "mujer del renacimiento", pero luego pensé que nadie lo entendería.

Si en la casilla donde pedían que especificara mi sexo hubiera escrito "varón", el dilema ni siquiera se habría planteado. Los hombres no tienen reparo en llamarse entre ellos "hombres del renacimiento", o ya puestos, "humanistas", dando por hecho que todo el mundo sabe lo que eso significa. Y sin embargo, muchas veces, ni ellos mismos lo saben.

Pero, qué extrañas se ven esas mismas palabras cuando están referidas a una mujer. ¿Es que durante el Renacimiento no había mujeres? ¿O es que no hay "mujeres del renacimiento"? ¿Será que las mujeres de aquella época nunca ejercieron como "humanistas"?

A lo largo de la Historia del Arte, las artistas han sido escasas y poco reconocidas. ¿Podemos pensar por ello que no existieron? ¿Podemos achacar esa horfandad de madres para la criatura artística a la necesidad de cumplir con un determinado rol social?

Muchos hombres se dedicaron al arte sin alcanzar el éxito, ni el reconocimiento, ni un mínimo nivel económico que les permitiese una vida digna, ni el respaldo social. Pero por encima de todo, vivieron con el arte y a través del arte, y lo hicieron con tesón. ¿Podemos creer que la determinación de una mujer por ejercer un oficio u otro, por vivir su vida, era tan débil como para frenarse por el qué dirán? ¿Es posible que ninguna se lo planteara siquiera? ¿Que ninguna tuviera el gusanillo de crear algo más que... niños?
¿Dónde estaban las mujeres? ¿De verdad eran todas tan cobardes? ¿O es que la Historia escrita por los hombres no las ha querido recordar? ¿O no las ha sabido recordar, porque no entraban en los "cánones"? Como la deformación de una imagen que el cerebro sabe enderezar; la ausencia de un píxel, que el ojo rellena sin que se lo digamos. Quizá los "hombres del renacimiento" no supieron verlas a ellas, las "mujeres del renacimiento".
Para más adelante, cuando tenga tiempo para recopilar, dejo la obligatoria tarea de colgar referencias a algunas mujeres artistas. Se lo merecen.
Eso sí, reconozco que querer ser una "mujer del renacimiento" sólo por ejercer una profesión más o menos creativa, después de haber cursado una carrera que no tiene mucho que ver con mi oficio actual, pero que no deja de lado la creatividad, es bastante pretencioso.

12.9.06

El pez grande y el pez chico

Juanito tenía seis años y un pelo crespo y rebelde que se hacía difícil peinar. Los mechones rubios se desperezaban desde la coronilla, mientras su madre intentaba ponerle el uniforme, para su primer día de vuelta al colegio, tras las vacaciones.

Había tenido a su hijo con mucho trabajo, después de numerosos tratamientos de fertilidad junto a su marido. Y por fin, con 37 años consiguió dar a luz a esa criatura tan esperada, amada, deseada... Ahora tenía 43 y cada vez menos energía para correr detrás de esa pesadilla revoltosa que era el rey de la casa.

Ni fuerzas para castigarle cuando se portaba mal, ni voluntad para ponerle límites. Su hijo era más que su vida, su sol. Y no hacía más que repetírselo, mientras le ofrecía golosinas con la sola intención de ver de nuevo su sonrisa llenar de luz la habitación. No había nada que Juanito hiciera mal, y si lo había, se olvidaba pronto.

Así que aquel primer día de colegio estaba siendo duro. No había nervios, ni emoción en la cara de su hijo. Sólo un llanto intermitente y reivindicativo, que su madre fingía no escuchar. Contra su voluntad, lo dejó a cargo de la maestra y se fue lentamente, tras miles de abrazos desconsolados, lanzándole besos tras el cristal de la puerta, tal como había leído que debía hacerse en los libros de psicología infantil que acumulaba en su estantería.

Los primeros días entre los niños fueron más de juegos y risas, que de cuadernos y libros. Y sin embargo, el insatisfecho Juanito no cambiaba su expresión enfurruñaba. Apenas hablaba con nadie. Los ojos vacíos nunca se posaron en los lápices de colores de su mesa, ni en los dibujos que adornaban las paredes, ni siquiera, en los pájaros que volaban tras los cristales. Respondía a la maestra con un mutismo insolente. A veces, en contrapartida, le gritaba y volvía a lloriquear.

Juanito, en definitiva, echaba de menos los mimos de su madre.

Así que decidió tomarse la revancha. Pataleaba. Tiraba de las coletas a sus compañeras. A la maestra le lanzaba los libros. Pellizcaba a las niñas y pegaba patadas a los niños. Desobedecía cualquier orden. Si le pedían que hablara, callaba. Si tenía que callar, los gritos se oían desde el pasillo. Pronto empezaron el puñetazo y el cabezazo contra la pared; las marcas de tijera en las mesas y los garabatos en libros ajenos.

La maestra no perdía la calma, acostumbrada como estaba a muchos casos como aquel. Pero las visitas al psicólogo del colegio o al despacho del director no tenían efecto en el niño. Y así las clases iban pasando y mientras los demás comenzaban a leer, él se disputaba la atención de todos, perdiendo una tras otra las oportunidades de avanzar.

Un día se miró al espejo y sin saberlo, empezó a ver una imagen que no le gustaba. Las golosinas y mimos de su madre le habían convertido en un niño gordo; su falta de atención, en un niño tonto. Y la ira le consumía. Ya sólo le quedaba una cosa: el miedo.

Y aprendió que el miedo era un arma. Aprendió que podía amenazar a su madre, podía decirle que había dejado de quererla, para conseguir cualquier cosa. Aprendió que podía sacar de quicio a su maestra, para que le castigara y le evitara asistir a una de sus tediosas clases. Aprendió que podía golpear a sus compañeros hasta que éstos le dieran su bocadillo, le miraran con respeto, evitaran discutir sus ideas o levantar la voz en su presencia.

Aprendió que su fama de matón le precedía, que podía reclutar a un pequeño grupo de vándalos que harían lo que él dijese, por miedo a un enfrentamiento con esa bestia en que se había convertido. Aprendió que podía aprovechar su influencia sobre los demás para conseguir que los "empollones", tristes debiluchos que no hacían nada más divertido que estudiar, le hicieran los deberes que él no quería hacer. Y así fueron pasando los meses y los años.

Siendo niña, un día trajeron a mi clase a Juanito, castigado. Era un año mayor que todos nosotros y creo que la intención del psicólogo era ponerle a prueba: demostrarle lo que se sentía siendo un año mayor, y estando un año por detrás de sus compañeros; demostrarle que ser "un año más tonto" puede ser lo suficientemente humillante como para hacerle cambiar de actitud. Pero fue inútil.

Con nosotros, Juanito cometía los mismos errores. Se lo conté a mi madre, atemorizada. Me sonrió y me dijo: "Tranquila, deja que pase el tiempo".

Y pasó el tiempo. Y Juanito también pasó, sin pena ni gloria. Y es que todos los imperios del terror, tarde o temprano, caen.

Gracias a Grumman por haberme dado la idea para esta historia, a través de esta entrada.

11.9.06

Y por fin, la belleza

Ese concepto que los teóricos, estetas y aficionados llevan ya miles de años queriendo definir, sin éxito. A veces está y otras no está, simplemente.

Y en Alatriste, la belleza está. O así se presenta ante mis bienintencionados ojos. Lo que me gusta de la película:

- Alatriste en sí mismo, por su orgullo mudo; su altivez mesurada o desmesurada, según el caso; su gesto digno; su honradez para consigo; su aire de fanfarrón venido a menos; su pose torera; su voz aguardentosa; su aliento de borracho; sus manos cansadas de amar y de matar. Porque era un hombre de verdad y no un retrato idealizado. Porque las circunstancias le habían hecho un cabrón, y no la voluntad. Porque hacía lo único que sabía y podía: sobrevivir matando.

- La luz de Madrid, de Sevilla, de Cádiz... La luz de los palacios y las chabolas. Por ser dorada y brillante o lechosa y fría, según sople el viento.

- La pincelada suelta, capaz de captar una mota de polvo en el aire quieto, del que iluminó la escena en que Alatriste duerme... Y despierta.

- La gota del lienzo del Aguador de Sevilla, de Velázquez. Y cómo fascina a Alatriste.

- La Capilla del Salvador, en Úbeda.

- "¡Y tú que sabes!"- que le espeta el protagonista a María de Castro, cuando ésta le dice que no está enamorado de ella. Por lo que dijo y cómo lo dijo.

- El collar que debía ser para María de Castro.

- La secuencia en el hospital de sifilíticas. Porque me hizo llorar, y a Alatriste también.

- Angélica de Alquézar tomando en mitad de unas escaleras la decisión más importante de su vida.

- Las tijeras que Angélica clava en el muslo de Íñigo, porque amor y dolor van de la mano.

- El reencuentro en la playa de Alatriste e Íñigo tras su liberación, porque vi a un padre perdonando los errores de su hijo.

- La breve escena de taberna del comienzo y lo que podría haber sido si a Quevedo, el todopoderoso guionista le hubiera dejado decir aquello de: "No queda sino batirse".

- Alatriste, recitando a Olivares un poema de miserias sobre el "sol negro" de Flandes.

- Las sombras y el triste augurio que envuelve la secuencia del claustro desde el comienzo. Las palabras que cruzan Saldaña y Alatriste después de haber intentado matarse.

- Las brumas de Flandes en la primera secuencia. El frío y la humedad calando los huesos. La tiritera de Guadalmedina y el pañuelo en la boca. No saber por dónde puede aparecer tu asesino. Angustia, miedo y resolución.

- La lluvia de Flandes, años después. Porque Íñigo ya estaba allí, porque todo era distinto. Porque Alatriste y él habían cambiado. Y porque la lluvia no perdonaba a nadie.

- El fiel Copons, por la honestidad del personaje y porque Eduard Fernández lo clava.

- El destello de genialidad de Dechent interpretando a la víbora malhablada, traicionera, nauseabunda, pero guasona y compañera, al fin y al cabo, que era Garrote.

- Ver que la muerte es sucia y barata.

- Quevedo. Echanove, ya no sé quién es.

- Javier Cámara, que me convenció de que era Olivares.

- La batalla de Rocroi, porque lejos de las gestas espectaculares de cartón piedra, al estilo Braveheart, aquí no se hinchan las virtudes de un ejército que está perdiendo, pero sí se refleja un valor que escasea: lo que hacen cuatro gatos -españoles- que quedan vivos después de una masacre, cuando le ofrecen una rendición. Apretar los dientes y seguir.

- La marcha de Semana Santa que domina el final de esta secuencia, porque conmueve asociar ese sentir del patetismo de la Semana Santa; a la entrega a una muerte segura por un ideal. Y también por las connotaciones que luego he sabido que tiene el hecho de que la haya interpretado el Regimiento Soria 9.

Y más cosas, que seguramente se desvelarían en un segundo visionado. Éstos que escribo son sólo los recuerdos más impactantes que conservo, diez días después de haber visto la película.

8.9.06

Primero, las malas noticias

De Alatriste, no me gusta:

- Que la película parezca un puzzle donde faltan piezas.
- Que algunos planos digan mucho, mientras otros dicen muy poco.
- Que las secuencias que tienen mucho que decir, se sucedan rápidamente y queden mal resueltas; mientras las que apenas dicen nada, acaparen una atención y una duración que las hace innecesarias y las convierte en aburridas.
- Que haya silencios incómodos, no entre los diálogos de los personajes, sino en mitad de ningún sitio, donde parece que falta la música.
- Que haya bruscos cambios de ritmo, no buscados, sino por ineficacia del montaje (o del guión).
- Que haya secuencias largas y aburridas que, además de no contar nada, ni siquiera tengan interés estético.
- Que haya un exceso de rotulación para tapar una evidente incapacidad para hacer elipsis temporales con el único uso del lenguaje cinematográfico.
- Que los planos de ambiente exterior de las ciudades sean tan escasos y, cuando los hay, tan cortos que apenas se vea nada.
- Que el trasfondo social y político de una época "engulla" a los personajes de la historia.
- Que no haya historia.
- Que los diálogos empleen un lenguaje propio de anteayer, en lugar de parecer sacados del siglo XVII.
- La secuencia del teatro, porque no se muestra un corral de comedias del siglo XVII, sino un teatro de hoy; porque es demasiado larga para no decir nada; porque no interesa; y porque Ariadna Gil está mediocre, sosa, lacia y sin gracia.
- La secuencia de las ovejas en el callejón, porque en ella, Malatesta y Alatriste pusieron las mismas caras que los jugadores de la selección española de fútbol cuando suena el himno.
- La batalla de Rocroi, que se echa a perder cuando los soldados españoles que van a parlamentar con los franceses no parecen moribundos, sino borrachos, provocando carcajada general.
- El asalto al barco holandés, porque parece rodado en plató y porque el fragmento de cubierta que se ve parece una pista de baile.
- La cacería, porque el ciervo parece rescatado de un documental de Félix Rodríguez de la Fuente y porque no me creo que un montaraz tan experimentado, soldado viejo y viejo zorro, sea tan torpe como para pisar una ramita y espantar al animal.
- El personaje de Íñigo, porque se dedica a dar bandazos de un lado a otro, sin llegar a ser nada concreto.
- El desnudo de Elena Anaya, porque para mostrar escenas de sexo, tendrían que haber desnudado también a Unax Ugalde. Si no, no tiene gracia.
- Las idas y venidas de Alatriste por el despacho de Olivares como si fuera Pedro por su casa.
- Algunos temas de la banda sonora, porque me recuerdan a otros. El de la guitarra, al Concierto de Aranjuez. El que, en mi subconsciente, he titulado como "el tema del deseo", que suena siempre sobre el rostro impávido de Elena Anaya, porque me recuerda demasiado a la Muerte de Isolda, en el Tristán e Isolda de Wagner y, al mismo tiempo, a la "versión" que ya hizo en su momento Bernard Herrmann para el Vértigo de Hitchcock sobre el mismo tema.
- Y por fin, no me gusta el no haber sido capaz de descubrir qué secuencia se rodó en Sevilla.

Las buenas noticias, más adelante.

7.9.06

¡Oh, capitán, mi capitán!

De Alatriste (2006), la fallida película monumental de Agustín Díaz Yanes, hecha de hermosísimas estampas barrocas, pegadas con engrudo casero, ya se ha dicho casi todo. Pero quizá sea este conocido verso de Walt Whitman, según se pronuncie en distintas entonaciones, el que mejor resuma el sentir de la mayoría de sus espectadores: desde las enloquecidas fans de Viggo Mortensen, algo más que la encarnación del "Hombre", con mayúsculas, según ha demostrado; a los entregados lectores de la saga y aficionados a un personaje memorable, engarzado en una época memorable, gracias a la letra de Arturo Pérez-Reverte. De los que, esperanzados, creían atisbar en esta película el glorioso futuro de la Armada Invencible del Cine Español; hasta los descreídos que iban escépticos al cine, guiados más por la curiosidad que por otra cosa.

Salvando la crítica en medios tradicionales, que ha proferido un vergonzoso y sonrojante, pero unánime aplauso; la del boca a boca, la de los blogs, que es la que ha empezado a mover el mundo mediático, también ha sido casi unánime, pero en sentido contrario. No voy a enlazar páginas, por no dar prioridad a unas sobre otras, pero lo que se puede leer en ellas viene a ser más o menos lo mismo: "lo que pudo ser y no fue", "quien mucho abarca, poco aprieta", "una oportunidad desaprovechada", etc.

Así que, ya sabemos que el problema de la película es de guión. Poca estructura, mucha tijera, personajes sin definir e historias sin hilvanar. Pero, ¿qué más?

Dado que la crítica objetiva ya está hecha, y muy bien hecha, por otros; mi aportación sólo puede ser subjetiva. Y sin más ambición que dar a conocer mi opinión personal -no seré yo quien condene a Díaz-Yanes-, me dispongo a relatar en una lista desordenada lo que me gusta, lo que no me gusta y lo que me hubiera gustado de la película.

En las próximas entregas de "Con la Mirada Perdida"...

5.9.06

Nunca te acostarás sin saber una cosa más

Mientras voy preparando con mimo mi crítica sobre Alatriste, que promete ser despiadada y feroz, a la vez que fervientemente apasionada y enternecedora, me veo en la necesidad de escribir una nueva entrada que, sin duda, irá a parar a la categoría que en su día titulé como "Revoltillo", por no tener ni pies ni cabeza.

Dos cosas de las que debo dejar constancia:

1. Hoy he aprendido que el agua de lluvia es agua destilada y por lo tanto no contiene esas sales minerales tan necesarias para el organismo. Así que, aviso para navegantes, nunca mejor dicho: si os vais de aventura y la cantimplora se vacía, si os quedais sin provisiones, no os salvará ni el agua de mar -esto ya estaba más o menos claro- ni el agua de lluvia. Antes, es preferible beber de un riachuelo que serpentea con dificultad en mitad de un pedregal; de un charco maloliente; o de vuestro propio orín. Y no sabría decir si éste es el orden de prioridad. Éstas son las cosas que mi enseña mi hermano el aventurero, tras salir con vida de su experiencia en Argentina. Seguro que cualquier boy scout mínimamente formado ya lo sabía, pero yo soy una chica de ciudad.

2. Buscando información sobre el mosaico romano que se conserva en el patio del Ayuntamiento de Carmona y que representa en su centro la cabeza de la Medusa, me he dado cuenta de que esta imagen es frecuente en las termas romanas y no dejo de preguntarme por qué. Cada maestrillo tiene su librillo, y cada historiador -o redactor, en su defecto- da su opinión sobre el significado de la presencia de este bicho tan supuestamente feo -que no lo es tanto- en un espacio termal. El asunto es que no he llegado a leer frases del tipo "la Medusa suele representarse en las termas porque...", como si nadie se hubiera dado cuenta de que se repite. Como si los que se han parado ha hablar de su Medusa, creyeran que es la única. Además, en este caso la Gorgona va acompañada de las alegorías de las cuatro estaciones, un motivo que, según este artículo, fue muy frecuente en época romana pero que curiosamente no tiene muchos ejemplos en España. Dicho artículo, aporta una foto como prueba de que, procedente de Palencia, existe un mosaico de esas características, al que consideran único en España. El ejemplo carmonense demuestra que no lo es.

Así que, si hay algún historiador más enteradillo que yo al respecto, le agradecería que me hiciera partícipe de su sabiduría. Y si no, a quien esté interesado, le emplazo a una investigación más allá de la red. Pero, ¿es que todavía se escriben libros de Historia? ¿Y hay museos que visitar?