11.9.06

Y por fin, la belleza

Ese concepto que los teóricos, estetas y aficionados llevan ya miles de años queriendo definir, sin éxito. A veces está y otras no está, simplemente.

Y en Alatriste, la belleza está. O así se presenta ante mis bienintencionados ojos. Lo que me gusta de la película:

- Alatriste en sí mismo, por su orgullo mudo; su altivez mesurada o desmesurada, según el caso; su gesto digno; su honradez para consigo; su aire de fanfarrón venido a menos; su pose torera; su voz aguardentosa; su aliento de borracho; sus manos cansadas de amar y de matar. Porque era un hombre de verdad y no un retrato idealizado. Porque las circunstancias le habían hecho un cabrón, y no la voluntad. Porque hacía lo único que sabía y podía: sobrevivir matando.

- La luz de Madrid, de Sevilla, de Cádiz... La luz de los palacios y las chabolas. Por ser dorada y brillante o lechosa y fría, según sople el viento.

- La pincelada suelta, capaz de captar una mota de polvo en el aire quieto, del que iluminó la escena en que Alatriste duerme... Y despierta.

- La gota del lienzo del Aguador de Sevilla, de Velázquez. Y cómo fascina a Alatriste.

- La Capilla del Salvador, en Úbeda.

- "¡Y tú que sabes!"- que le espeta el protagonista a María de Castro, cuando ésta le dice que no está enamorado de ella. Por lo que dijo y cómo lo dijo.

- El collar que debía ser para María de Castro.

- La secuencia en el hospital de sifilíticas. Porque me hizo llorar, y a Alatriste también.

- Angélica de Alquézar tomando en mitad de unas escaleras la decisión más importante de su vida.

- Las tijeras que Angélica clava en el muslo de Íñigo, porque amor y dolor van de la mano.

- El reencuentro en la playa de Alatriste e Íñigo tras su liberación, porque vi a un padre perdonando los errores de su hijo.

- La breve escena de taberna del comienzo y lo que podría haber sido si a Quevedo, el todopoderoso guionista le hubiera dejado decir aquello de: "No queda sino batirse".

- Alatriste, recitando a Olivares un poema de miserias sobre el "sol negro" de Flandes.

- Las sombras y el triste augurio que envuelve la secuencia del claustro desde el comienzo. Las palabras que cruzan Saldaña y Alatriste después de haber intentado matarse.

- Las brumas de Flandes en la primera secuencia. El frío y la humedad calando los huesos. La tiritera de Guadalmedina y el pañuelo en la boca. No saber por dónde puede aparecer tu asesino. Angustia, miedo y resolución.

- La lluvia de Flandes, años después. Porque Íñigo ya estaba allí, porque todo era distinto. Porque Alatriste y él habían cambiado. Y porque la lluvia no perdonaba a nadie.

- El fiel Copons, por la honestidad del personaje y porque Eduard Fernández lo clava.

- El destello de genialidad de Dechent interpretando a la víbora malhablada, traicionera, nauseabunda, pero guasona y compañera, al fin y al cabo, que era Garrote.

- Ver que la muerte es sucia y barata.

- Quevedo. Echanove, ya no sé quién es.

- Javier Cámara, que me convenció de que era Olivares.

- La batalla de Rocroi, porque lejos de las gestas espectaculares de cartón piedra, al estilo Braveheart, aquí no se hinchan las virtudes de un ejército que está perdiendo, pero sí se refleja un valor que escasea: lo que hacen cuatro gatos -españoles- que quedan vivos después de una masacre, cuando le ofrecen una rendición. Apretar los dientes y seguir.

- La marcha de Semana Santa que domina el final de esta secuencia, porque conmueve asociar ese sentir del patetismo de la Semana Santa; a la entrega a una muerte segura por un ideal. Y también por las connotaciones que luego he sabido que tiene el hecho de que la haya interpretado el Regimiento Soria 9.

Y más cosas, que seguramente se desvelarían en un segundo visionado. Éstos que escribo son sólo los recuerdos más impactantes que conservo, diez días después de haber visto la película.

No hay comentarios: