23.1.07

El inasible silencio

Hay veces en que es preferible callar y escuchar. Hay veces en que uno está cansado de escucharse hablar, tanto que ya no se oye más que con una voz apagada y gris, redundante y machacona, que suena como sintonía de fondo, como hilo musical de ascensor.

El problema es que a veces los silencios buscados no llevan más que a un vacío imprevisto, donde lo único que suena no son las esperadas voces de los demás; esas voces conocidas, amantes y amadas, que nos sacarán de la modorra espiritual, de nuestras vacaciones de continente y contenido léxico-gráfico. A veces, sin saber a dónde acercar la oreja, llegan a nuestros oídos palabras que nunca deberían haber llegado, bien incovenientes, bien innecesarias y, la mayor parte de las veces, inútiles y vanas.

Y muchas de esas palabras me hacen chirriar los oídos tanto que no puedo callármelo más y empiezo a escribir sobre por qué no me gustan los silencios que no permiten escuchar el silencio sino voces ineresperadas.

Encuentro la monodia imparable de una voz mandona, pero sostenida, que no sé como acallar, porque no basta con asentir, llevar la corriente o dar la razón, negando externamente la propia conciencia, los propios argumentos.

Encuentro publicidad barata. "Apocalypto, la última película de Mel Gibson. Con la colaboración de Turismo de México y Viajes Iberia." ¡Qué descaro! Cómo para alabar a los publicistas ahora...

Encuentro canciones de una emisora de radio que no busco y que no sólo carecen de su pretendida poesía, sino del más mínimo conocimiento de la gramática. "Es probable que lo merezco...". ¿Dónde se ha dejado esta chica el subjuntivo? ¿Es que en México no se utiliza?

Quizá por eso, los silencios infinitos, las medias voces, el griterío popular que atraviesa los muros de palacio y los ritmos trepidantes del pop y del rock, ensamblados en la última película de la Coppolina, María Antonieta, me gustaron tanto.

La crítica, para otro día.

16.1.07

Darse de Baja

Más de una vez he pensado en darme de baja del servicio de vida que tengo contratado hace 27 años; pero la empresa que me lo suministra no ha dejado de ponerme problemas en cada ocasión que he intentado hacer efectiva esa baja. Muchas veces me he puesto en huelga de vida, he dejado de usar el servicio, con la esperanza de que me dieran de baja automáticamente, pero no ha sido así.

Siempre respondía la típica señorita de Atención al Cliente, muy imbuida de conocimientos de marketing directo: "¿Pero cuál es el problema? ¿Ha consultado las ofertas que tiene disponibles? Quizá sea posible cambiar las condiciones de su contrato para hacerlo más favorable a sus necesidades." Ante mi negativa, mi postura inamovible, sin razones ni explicaciones, llegaban las amenazas: "Es posible que al dar de baja su servicio de vida, el resto de usuarios de su vivienda se vean afectados, ¿quiere continuar con el procedimiento de desconexión de cualquier manera?". Ahí la señorita de atención al cliente ya veía un resquicio de duda, pero no dudaba en pasarme con el Servicio Técnico para llevar a cabo la desconexión.

El Servicio Técnico de Suministro de vida, como todos los de su especie, utiliza un vocabulario único, que sólo sus trabajadores conocen. Las formalidades y formalismos, técnicos y tecnocráticos, de la burocracia tecnológica me dieron siempre quebraderos de cabeza. Me proponían elegir entre diversas formas de desconexión, pero, tal como me las ofrecían, ninguna resultaba del todo satisfactoria.

Un día me presenté en su oficina, ingenua de mí, y me mostraron un catálogo con las opciones, a cuál más desagradable y sangrienta, a sabiendas de que aquello me desmoralizaría y frenaría mi aparente ímpetu destructivo. Siempre planeaba sobre mí la duda de cómo afectaría mi desconexión a la red local de mi vivienda. Y todo ello pudo con mis razones diluidas. ¿Por qué no continuar con el servicio? ¿Y por qué sí?

Al final, me venció la pereza. Sigo con el mismo contrato, aunque he conseguido beneficiarme de alguna oferta. El precio sigue siendo elevado, pero he aprendido a usar el mando a distancia, el control remoto y todos esos sistemas que parecía que no servían para nada y que desconocía casi por completo. En fin, he descubierto ciertas ventajas en este servicio, y como no conozco nada mejor, he decidido no darme de baja.

Y en esas estaba cuando, hace dos días, suena el teléfono. "Le llamaba del banco para ofrecerle un seguro de vida". Esta chica de atención al cliente no conoce mi historia y no sabe lo poco que vale eso que ella quiere comprar por un precio tan alto, con el fin de hacer negocio.

12.1.07

Luces y Sombras

Cuanto más leo sobre el siglo XVIII, cuantas más obras conozco de esta época, más convencida estoy. El periodo comprendido entre 1730 y 1770, así, a grosso modo, no es ese "Siglo de las Luces", entendido como el momento en que, oh milagro, aparece en el mundo la ciencia; una ciencia que, por cierto, abarcaba todo el conocimiento humano y que derivaría en todas las ciencias estudiadas hoy.

No, la ciencia siempre estuvo ahí. El mérito del siglo XVIII es darle un reducto, un patio de juegos donde se queda sin amiguitos, pero puede crecer sola.

La ciencia se ordena y reclama su espacio, desvinculándose del mundo, de la vida, del arte... Si en el XVII las obras de arte son un juguete para la razón, en el XVIII se vuelven vulgares y ya no levantan cabeza; se convierten en piezas cada vez más viscerales, encaminadas al placer directo de los sentidos y apartadas del camino en que los números y las leyendas daban forma a la pintura; en que la geometría y su simbolismo levantaban edificios.

Todo se ha acabado y está lleno de absurdas rocallas, de las que nunca se sabe si tienen forma de oreja o de caracola mutilada.

10.1.07

Una Crueldad

Puede que haya cierto tipo de solidaridad que actúa de buena fe, con convicciones; pero lo cierto es que la mayor parte de quienes, desde el primer mundo, dan de comer al hambriento y auxilian al enfermo del tercero, no hacen sino acallar con estos gestos un sentimiento de culpa por tener todo lo que otros desearían; llenar el vacío que deja el consumismo superficial; llenar un vacío espiritual.

Pero imaginemos que vivimos en un mundo ideal, donde todos tienen, no lo que quieren, sino lo que necesitan. Un mundo saciado de bienes materiales. ¿Cómo satisfaríamos entonces el hambre de ese estómago rugiente que es nuestro espíritu? Sin nadie a quien alimentar, sin nadie a quien ofrecer las sobras, ¿qué tendríamos para compartir? ¿Quién es más pobre ahora?

5.1.07

Montañas

Si la fe mueve montañas, el miedo las eleva y las hace menguar; las derrumba y las hace bailar; las erige y las convierte en polvo, en nada.

El miedo es el mejor bálsamo contra la crudeza de la verdad universal: es la demostración de que esa verdad no existe, el estímulo para crear verdades particulares en realidades paralelas.

3.1.07

Y comieron perdices...

Una pareja en un restaurante. Mientras ella se lleva el tenedor a la boca, comenta:

- Qué bien que al final todo saliera como queríamos.

- Sí, es casi increíble que, en el último momento, esa banda del este que quería extorsionar a mi padre le liberara, después de tantos días retenido y justo a tiempo para asistir a nuestra boda.

- Sí, pero, todo gracias a tu negociación. No esperaba que fueras a reaccionar tan bien... Ya sabes que yo habría querido que interviniera la policía directamente, pero fuiste tan cauteloso, tan hábil, que al final lo conseguiste tú solito.

- Bueno, no es para tanto... Ha habido un poco de suerte, nada más.

- No seas modesto. Has hecho mucho para llegar hasta aquí.

- Te refieres a lo del anillo, claro.

- ¡Madre mía! Recuperar la sortija de mi abuela, aquella que su segundo marido había empeñado antes de morir para pagar sus deudas de juego, sólo, sólo y exclusivamente, para pedir mi mano. ¡Cómo los antiguos!

- Será que soy un romántico...

- Eso sí.

- Pero tú sí que te lo has trabajado. Has conseguido que mi familia te acepte y ya sabes cómo son. Intratables. Ni yo mismo me atrevería a enfrentarme a sus prejuicios. Siempre he tendido a agachar la cabeza y seguirles la corriente, para evitar discusiones. Pero tú has conseguido ganártelos... Por tu corazón. Por cómo eres. Por eso te quiero.

- Y yo a tí.

Hay un silencio y ella dice:

- Qué ricas las perdices.

- Sí...

- ¿Qué hay de segundo?