31.8.05

I want to live in America

Decenas de personas -según las autoridades podrían ser cientos- han muerto en Nueva Orleanspor falta de previsión. Todos los años montones de casitas se deshacen como si fueran de papel y es necesario desalojar urbanizaciones enteras, a causa de huracanes y tifones, en una costa; o por incendios y terremotos, en la otra.

Miles de soldados han muerto en una guerra que echó mano de motivaciones falsas para justificarse y hoy, la farsa se muestra clara y diáfana incluso a los ojos de los propios estadounidenses.

El dinero que podría emplearse en educación y sanidad, se derrocha en armamento y fuegos artificiales que hacen muy bonito en el espacio aéreo. A todos les gusta ver los estallidos de Cabo Cañaveral y todos siguen, como si de una superproducción de Hollywood se tratara, las incidencias del viaje de los astronautas-hasta el infinito y más allá- con el alma en vilo. Más que reyes del mundo, llegarán a ser los reyes del universo.

Aunque sabemos que el dinero mueve voluntades como montañas en cualquier sitio, allí su poder podría multiplicarse por mil. Con dinero se compra todo: arte -nuestro patio del castillo de Vélez Blanco, por ejemplo-, cultura, un estatus, popularidad -tan codiciada por sus devaluadas autoestimas- e incluso justicia.

Un determinado nivel económico puede hacer a ciertas personas intocables ante un sistema judicial con fallos evidentes. Los jurados populares no son aconsejables en ningún caso, pero menos aún cuando abunda el analfabetismo en la población.

Allí hay clases y clases. Por debajo de la clase trabajadora, que dentro de lo que cabe vive relativamente bien, hay muchas más clases, infinitamente más degradadas. Y sobrevivir es casi una aventura. Regreso a la Jungla de Cristal. O de cemento.

Y es allí, en el "País de las Libertades", donde perdura la pena de muerte. ¿Por qué? Pues porque hay clases y clases, precisamente. Y porque sobre todas las demás, hay una clase que se otorga a sí misma el derecho a decidir sobre la vida o la muerte de los otros. Complejo de Dios, que le llaman.

Hablando de divinidad, hay que mencionar a su presidente, un alcohólico que tiene comunicación directa con Dios, no sabemos si por teléfono, por fax o por internet, muy al estilo Aída Nízar. ¿Qué ocurriría si alguien como ella presidiera el Gobierno del Estado Español? No duraba ni dos días, linchamiento inmediato, seguro.

Y todo esto en un sistema político que carece de partidos que representen a la izquierda.

En fin, si todo esto ocurriera aquí, los españolitos todos nos habríamos echado a la calle veinte veces, entre otras cosas porque somos unos quejicas a quienes nos encanta la "crispación", esa cosa tan de moda hoy en día, que a mí sólo me recuerda a una marca de cereales y el sonido que se desataba en mi plato al verter la leche.

Una inquebrantable cadena de gravísimos acontecimientos y una insostenible situación caracterizada por la total ausencia de libertades, que aquí significarían sin duda la inmediata dimisión del gobierno en pleno y una serie de dimisiones asociadas que harían tambalear todo el sistema político para tener que replantearlo íntegramente de nuevo. Tabula rasa.

Sin embargo, ellos, encantados de la vida. Alguien me decía ayer: "pregúntales, a ver si están descontentos". Mi respuesta a semejante desafío iba por el camino de la viga en el propio ojo de la parábola aquella. Pobrecitos, no se dan cuenta.

Teniendo en cuenta que la imagen que tengo de los Estados Unidos procede casi exclusivamente de los informativos televisivos -tan criticados y criticables-; de los documentales y libros de Michael Moore; y de series de televisión como CSI o películas tipo American Pie, es muy posible que dicha imagen esté bastante distorsionada y no se corresponda en absoluto con la realidad.

Hay cosas que es necesario ver con los propios ojos. Una fascinación ejercida por el rechazo y la repulsión, quizá. Pero hay cosas que parecen pedirme a gritos que las analice a fondo para ver si alcanzo a comprender los porqués.

Haciendo un ejercicio de acercamiento a los Estados Unidos pondría en peligro mi vida y mi libertad, entre otras cosas por no ser ciudadana estadounidense, por hablar un inglés deficiente, por ser morena y por ser española, que no hispana.

Puede que visitar Estados Unidos signifique entrar en la boca del lobo, o en un nido de víboras, o cuantas expresiones del estilo se me ocurran, pero tengo que verlo de cerca. Si estoy equivocada, reconoceré públicamente mi error; si no lo estoy, disfrutaré viendo caer un imperio.

¿Por qué ir a Estados Unidos? Porque sería como ir a la Roma de Cómodo.

30.8.05

Cargadero de mineral en Almería


Para los clasicistas y academicistas que consideran que toda forma de progreso científico, avance tecnológico o simple uso cotidiano, urbano y laboral es incompatible con la belleza. Invitados quedan a abrir los ojos a otras categorías estéticas que también son capaces de golpear el corazón.

El Despertar

Muchos han elucubrado sobre los aspectos que distinguen al hombre del animal. Lo que sí es animal es querer separar al ser humano de su naturaleza innata: aquello que no puede perder, pues lo demás es aprendido.

En estas divagaciones, la capacidad lingüística muy desarrollada y, en ocasiones, absolutamente inútil, del ser humano, ha ido ganando posiciones como la característica principal en la consideración del hombre por encima del resto de las especies.

No digo que no sea una baza importante. También lo es la sociabilidad y, al igual que el lenguaje, como forma de comunicación, es tan aplicable al ser humano como a mi gato que, gemido tras gemido, mancha a mancha, aromatizando mi casa entera con su inigualable perfume, consiguió hacerse un hueco en la complicada estructura social de los gatos callejeros de mi barrio. Tras la castración, ese universo que nos es tan ajeno a sus amos y cuidadores, quedó sumido en el más profundo de los olvidos...

En fin, el tema no era Jimeno, sino la religión y la magia. Esa es mi apuesta dentro de "la serie de cosas que hacen especiales al ser humano". Tampoco es que el tema -la parte entrecomillada- me interese, pero había que hacer una introducción para hablar del asunto mágico-religioso.

A mi entender, hay varios estratos: primero, la inconsciencia. Por aquel entonces sí que se vivía bien; éramos todos como niños chicos, no había miedos ni preocupaciones. Y por supuesto, al no haber amenaza, el hombre no había desarrollado una respuesta a la amenaza. No había necesidad de protegerse frente a nada. Aquí los hombres son como dioses.

Luego la consciencia y el miedo. Un estrato breve y agónico en que el ser humano se da cuenta de su fragilidad, imperfección y finitud. Reconocerse en el espejo de la vida con esa cara de don nadie llega a ser doloroso, así que es necesario buscar remedio. La magia, el mito. "No somos omnipotentes..." "¡Pues alguien tiene que serlo!" "No tenemos todas las respuestas, todas las soluciones, toda la protección".

Pasamos al siguiente nivel. Y entonces el hombre se pone a buscar un dios-papá que le solucione la papeleta. Magia o religión, igual da. Ambas tienen muchas cosas en común. Para empezar, la fe -otro de mis asuntos favoritos- y para continuar, el rito. Por este orden, porque la fe puede ser individual, mientras que el rito es un acto social: la iglesia, o el nombre que reciba una institución de similares características en el caso de la magia, es una estructura social que administra los bienes de papá-dios a través de un intermediario u oficiante. Siempre es así. Aunque para mí, si tuviera que elegir una religión, las mejores serían siempre las que carecen de intermediarios.

Por encima de este nivel, la conciencia. Aquí comprendemos que si no encontramos las respuestas es quizá porque no haya respuestas, o bien, porque no hemos desarrollado todavía los mecanismos -ciencia, técnica- necesarios para hacerlo. La razón nos ayuda a asumir que no somos superiores ni tenemos por qué serlo. Y sobre todo nos ayuda a ver con claridad que el estado anterior, de enajenación mental, social y global, era una reacción a esa carencia de entendimiento.

No digo con esto que el estrato racional sea el nivel supremo en el desarrollo intelectual del ser humano. Más bien al contrario. Si hemos conseguido llegar hasta aquí, la sensación de vacío espiritual será terrible. Nada de miedo, es la melancolía del no-ser. El hombre necesita colmar este vacío y llenarse de paz. Quizá la tendencia natural es caer de nuevo en el nivel mágico-religioso. Pero cuando la razón habla, el corazón ya no se permite juegos de magia.

La melancolía del hombre laico es la de aquel que recuerda con lágrimas en los ojos un ser infantil que un día le llenaba el corazón, que se sabía libre dentro de una casa guardada y protegida por sus padres.

El adulto que sale de casa a buscarse la vida volverá a ver a sus padres, a veces con alegría, y otras, con la desesperación de tener que pedirles de nuevo ayuda, pero sabe que un regreso definitivo es imposible.

El adulto que sale de casa tiene que aprender a hacer su propio camino. Por eso, aunque aún no lo he encontrado, estoy segura de que hay otro nivel más, por encima de la senda de la razón, que sosegará y dará plenitud a los hombres de espíritu inquieto.

29.8.05

Sevilla, lejos de Sevilla


Primero fue la patética Misión Imposible 2, y ahora resulta que ya unos cuantos años antes, en 1996, el sobrevalorado Dan Brown -cómo fastidia que venda tanto- ya se había cebado con la patria de nuestro corazón: con Sevilla, la nuestra y la de todos; la Sevilla universal, que lo es desde el 92, por cierto, desde 1492.

Estoy segura de que, mucho antes de la mencionada película del ahora histriónico Tom, con la memorable hoguera alimentada por nuestras tallas de santos, ángeles y otros personajes bíblicos -nadie en esta ciudad osaría quemar el nazareno de Pasión obra de las gubias de Martínez Montañés- hubo otras referencias a Sevilla de calidad igualmente cuestionable en el panorama cultural internacional, pero fue ésta, quizá por su violencia visual, o quizá sólo por ser de las más recientes, la que se me quedó grabada en la memoria como la mayor estúpidez que ha provocado una extraña sensación de orgullo entre mis paisanos.

Por supuesto, no se puede comparar esta clase de desatinos con la adorable traducción de "The rain in Spain falls always on the plain" por "La lluvia en Sevilla es una maravilla", que tarareaba, doblada, la escuálida Audrey Hepburn. Me refiero a críticas a Sevilla con verdadera sustancia y en escaparates mediáticos, pero muy mediáticos.

Antes de Tom -muchos me preguntan aún por qué le odio tanto- y Dan, hubo otros, lo sé; y lo peor es que les alimentamos nosotros. La autocrítica es sana; la autoparodia, también. Tomarse nuestra cultura a guasa, no tanto. Y claro, luego nos quejamos de haber dado lugar a semejantes engendros. Y si no, que le pregunten a Pérez Reverte por el retratillo social de los tres mafiosos y delincuentes que, más sevillanos que nadie, se pavoneaban por su novela -también sobrevalorada, a mi entender- La piel del tambor.

En fin, que parece que Dan Brown se mete con Sevilla. Y todos ponen en grito en el cielo. Habrá que esperar a leer la Fortaleza Digital, aunque no sé si merecerá la pena...

Lo que parece evidente es que, para garantizar que la imagen de Sevilla en el mundo exterior no sea como una estampita de las del famoso timo, los propios sevillanos tendríamos que ser los primeros en cuidarla. Y con esto no me refiero a dejar que el dinero público se deje correr por los insondables pozos de la promoción -que me lo digan a mí, que he sacado muchas veces la basura-, ni siquiera a revitalizar la imagen de la ciudad, poniendo a punto la "fachada sin terminar" de nuestro ayuntamiento. Ya ves, ¡qué podrá aportar otra obra más, otro andamio más, otra zanja más, a esta ciudad de polvo y albero!

28.8.05

Miedo

Ante mis ojos, se suceden imágenes en blanco y negro, diapositivas desteñidas en un proyector atascado. La angustia de ver que el tiempo no pasa, de ver cómo gotean los segundos en un alarde infinito de nostalgia de sí mismos; o quizá, la angustia de ver que el tiempo pasa demasiado rápido para poder verlo. Un par de clics y del blanco al negro, de nuevo, sin pestañear. Ese abismo del todo o nada, que puede convertir la vida en un juego o en una decepción: caída libre hasta que ese movimiento reflejo de los músculos nos hace despertar entre las sábanas.

Arriesgarse o no. El regalo no es la vida en sí, sino saber que podemos hacer de ella lo que deseemos. Sólo hay que elegir: arriesgarse o no.

Y el miedo en este caso es quizá la más animal de las emociones: instintiva, visceral e irracional. A veces, incontrolable. Pero siempre una barrera, un obstáculo que sortear para alcanzar el objetivo de una vida plena. El miedo sólo llegará a ser una herramienta útil cuando sepamos transformarlo en prudencia.

El objeto del miedo pueden ser los otros, lo ajeno a nosotros, pero siempre nace del interior. El mayor enemigo de un hombre con miedo es él mismo. "¿De qué tienes miedo?" "De parar un día, mirarme al espejo y encontrar algo que no me gusta." Y el espejo siempre son los otros: lo que hacemos a los demás, lo que les decimos. Y la respuesta que nos dan, es siempre la imagen más clara y objetiva que podemos tener de nosotros mismos.

Las razones del miedo pueden ser infundidas por los demás, actitudes que esconden una malsana necesidad de control también digna de análisis, pero sólo hacen mella en una mente débil o dependiente. La alienación que, vistas desde fuera, parecen sufrir de un modo evidente algunas sociedades, como la estadounidense o la vasca, nacen de esos miedos.

Pero el control efectivo a través del miedo no se efectúa sólo a gran escala: es algo que empieza poco a poco, aportando pequeños granitos de arena-personas manipuladas y manipulables gracias al escaso valor que se dan a sí mismas. Una tarea que muchas veces se lleva a cabo en las familias y que dificulta las relaciones hasta el caos emocional en que nos encontramos en la actualidad: desde los casos de violencia doméstica, hasta el "callar hasta reventar" por no decir las palabras equivocadas; abusos, acosos y vampiros emocionales; el chantaje de los que nunca son culpables; la incapacidad para depositar la confianza en los demás; el enrarecimiento de una charla amistosa o amigable; la lucha por el poder sobre el otro; y los daños por omisión. "Yo no he hecho nada". Sí, pero quizá eso fue lo peor. Distorsiones provocadas por un miedo infantil y paralizante, que impide reaccionar con madurez ante situaciones familiares o sentimentales determinadas.

Las guerras se alimentan del miedo de los pueblos, aunque todavía podemos culpar a Papá Estado. Pero en este caso, se trata de los valores transmitidos en el entorno familiar y de eso sólo nosotros somos responsables. Hay que saber reconocer el miedo, que a menudo se disfraza de otras cosas; hay que saber vencerlo, sin permitirle que nos deje inmóviles, esperando una respuesta. Y sobre todo, hay que superarlo para saber cuando arriesgarse. Porque "arriesgarse o no" no es una elección: la duda sólo radica en cuándo hacerlo.

21.8.05

La cama vacía

Cuando era pequeña, me gustaba usurpar la cama de mis padres para poder disfrutar al máximo de la posición horizontal; es decir, formando una equis de tamaño humano, estirando manos y pies hacia los cuatro puntos del rectángulo de 2 por 1.50 metros. Quería una cama enorme para mí sola, sin límites, donde en ningún caso me chocara con el borde del colchón, el abismo, el vacío, el precipicio de medio metro que me aguardaba con las fauces abiertas. No quería chocarme con nada. Quería dormir en la cama como quien flota en una nube de algodón. La comodidad llevada al extremo.

Ahora me estiro en mi cama de 1.90 por 1.35 metros, que no es lo mismo, pero aún así, hace un buen papel. Y a veces temo el día en que, estirando la mano izquierda hacia ese lado -yo tiendo a dormir en el derecho- me encuentre a alguien debajo de las mantas, usurpando mi espacio.

Y es que mi generación ha sido educada para la soledad, pero una soledad egoísta de quita y pon, una soledad de intereses, de "hoy sí, mañana no", de "sin compromiso", de "no tengas prisa", de "dentro de un rato", de "ya te llamo yo". Una soledad donde yo soy la dueña y señora de mi cama y aquí la usa quien yo digo y cuando yo quiero. Una soledad que desconoce por completo el significado de compartir.

Las frases que oía en mi casa, cuando aún usurpaba la cama recién hecha de mis padres, debían haber dirigido mis pasos hacia otro lugar. Pero por alguna razón, he ido a dar en la confortabilidad de lo artificial, en la comodidad de la vida a medias, que no es capaz de arriesgarlo todo y ofrecer parte de su tiempo y su espacio a otra persona. Las cosas han cambiado mucho desde la época de mis padres, aquel tiempo de entrega absoluta.

Quizá hemos ganado en libertad, pero no se puede tener todo y seguramente tengamos que aprender de nuevo a ceder un poco de nuestras míseras libertades, del espacio vacío de la cómoda vida en solitario y de la vana satisfacción profesional -que no es más que una manera cualquiera de ganarse el pan- para poder disfrutar de las pequeñas alegrías de los momentos compartidos.

18.8.05

Basura

La Señora Basura bostezaba, recostada cuan larga era en un cómodo charco del baldío lodazal. Recuerdo haberla visto en otro tiempo, una época de esplendor, donde todo era rosa fucsia y rótulos luminosos, pelos cardados y sudaderas asimétricas de hombro al aire. Por aquel entonces, acababa de salir de una profunda crisis, y empezaba a coger sus kilitos de siempre. Colores pardos y texturas mugrientas: seguía conservando lo más auténtico de su esencia. Aún así, las cáscaras de plátano eran un producto estrella de la montaña que custodiaba. Mala señal. Señal de que aquellos años, que querían romper la música destrozando guitarras y romper la cultura escupiendo en la cara, eran sólo un espejismo. Breve oscilación del péndulo.

Hoy, la Señora Basura vive sumergida en un constante compás de espera y un tiempo de vacas flacas. Flacas como ella, que ni siquiera está delgada. Eso para otras, que antaño estuvieron gordas, pero que hoy se muestran pletóricas y recauchutadas: abundantísimos lípidos desperdigados por la montaña, temiendo ser aprovechados para hacer jabón.

Y es que hoy, la Señora Basura no vive su mejor momento. Su fortaleza de podredumbre y abandono es un exiguo callejón empedrado, por el que corren los chorros del "agua va". Hoy todo es reutilizable, biodegradable, reconvertible o, simplemente, reciclable. Y no es que ésta no sea una buena opción para aliviar a la Señora Basura de su pesada carga: lo sería si no agonizase a la espera de nuevos artículos que nunca llegan.

Por que la basura, aquella que debería poblar la montaña de la referida Señora, puebla en realidad nuestras vidas. Toda la basura del mundo, los restos de porquería de los demás, aquella herencia de nuestros antepasados, que, conviene recordar, no siempre dejan un interesante legado, es venerada en los museos, sin padecer una criba previa, sin discriminación ni criterio. El "todo vale" se ha asentado como distintivo de la cultura del pasado siglo y el presente.

Y las miserias de los que no son antepasados, los que siguen vivos, son primera página de todos los periódicos. Se vende como artículo de lujo. Hemos aprendido a vivir de la basura y lo más triste, es que nos gusta. Disfrutamos devorándonos. Hemos perdido el respeto a la muerte y las cosas muertas, momificamos virtudes que dejaron de serlo hace años, queriendo recuperar lo irrecuperable. No nos resignamos al paso del tiempo, no aceptamos la muerte como un adiós y una renovación: la convertimos en espera de algo más. Y veneramos, como a una diosa, los gozos de la escatología más degradante, a nivel humano e intelectual.

Descanse en paz aquel mítico personaje de Fraggle Rock.

15.8.05

Flores para la Virgen


Hoy, 15 de agosto, por obra y gracia del calendario de nuestra religión consuetudinariamente, aunque no constitucionalmente, aceptada como oficial, es festivo en toda España. La Virgen de Agosto recibe homenajes en cualquier punto del país, y en formas diversas. En Sevilla, por ejemplo, se procesiona a la Virgen de los Reyes.

Los informativos de nuestras televisiones no tenían suficiente chicha con la noticia del asesinato del primer ministro de Sri Lanka, así que han tenido que llenar su tiempo con lo de siempre: pasando revista a las fiestas populares de la España profunda, o superficial; nocturna o diurna. Es igual. No importa el motivo; lo esencial es divertirse. Enhorabuena a quien lo consiga.

Para la Virgen de Agosto, las calles de los pueblos y ciudades se engalan; se celebran verbenas, romerías, encierros de vaquillas y ofrendas florales. Viendo una de estas escenas, se me ha venido a la memoria la ofrenda de flores que se celebra a la Virgen de los Desamparados durante la semana de Fallas en Valencia.

Las imágenes de la Virgen siempre van engalanadas con flores. Remontándonos en el tiempo, las propuestas iconográficas concepcionistas del siglo XV, antes de que el dogma de la Inmaculada Concepción fuera asumido por la iglesia católica, ya asociaban ciertas flores -la azucena y la rosa- a la Virgen. Y hasta donde yo sé, las vírgenes medievales carecían de estos delicadísimos atributos.

Eran recias guerreras, como delatan sus nombres: Virgen de los Reyes, Virgen de las Batallas, Virgen de la Victoria. Emparentadas con las gestas para liberar a la cristiandad del yugo islámico o con la función áulica, las vírgenes de aquellos años eran estandartes o tronos, imágenes mayestáticas, en cuyo nada reconfortante regazo crecía y se acomodaba el Niño Dios. Sólo recuerdo una imagen medieval -aquel icono en que la Virgen, con una inquietante mirada fija, inclina su cabeza buscando la del niño- donde una rosa constituye el centro de la composición.

La candidez de la Virgen renacentista quizá estaba vinculada a la nueva imagen de la mujer a partir del siglo XV, una imagen que buscaba sus raíces en la cultura clásica de korai y guirnaldas, de voluptuosas Venus, recubiertas por una capa de dulce amor materno-filial. La impoluta Virgen Niña recibe los mismos atributos iconográficos que una diosa del amor. La flor es claramente un icono sexual, presente en nuestro inconsciente, e incluso en nuestro vocabulario.

Las estadísticas -muy fiables, realizadas en una población de 10 personas, con una equilibrada proporción de hombres y mujeres, entre los 24 y los 50 años- demuestran que el significado sexual de la flor está fijado a nuestro inconsciente de modo indeleble. La mayoría de hombres se rindió ante la callada belleza de un capullo cerrado; mientras las féminas preferían la obviedad del hilillo de sangre goteando de los pétalos carmesíes, devanados y desenvueltos en un estallido de flor abierta de par en par. Entre la flor silvestre y la cultivada, por supuesto gana la segunda. La imagen del tulipán resulta tan obvia, que es hiriente. El anuncio de tampones que se deslizan por un pétalo, desgarrando su fina piel aterciopelada, más aún.

Para qué hablar del ramo de la novia, una pequeña princesa de bondad, una reproducción a escala humana de la Virgen en belleza y virtud, que por cierto, también debe ser virgen, si se trata de una novia católica a la antigua usanza, claro. Y conste que la única que puede tocar ese ramo, aparte de la propia novia, es la próxima en casarse; es decir, alguien que es más virgen, más cándida y más inocente todavía.

Por último, la imagen de la flor como símbolo del renacimiento de la naturaleza en primavera; una primavera que, como dice el refrán, la sangre altera, favoreciendo acercamientos, acaloramientos y alegrías varias. Recordemos, por cierto, que un mes tan florido como Mayo, sobre todo si Marzo ha sido ventoso y Abril lluvioso, es el mes de la Virgen, con sus cruces florales -la mujer en el hombre, el estallido de luz, color y vida en un instrumento de muerte.

No veo nada obsceno en ofrecerle flores a una imagen sagrada. Más bien al contrario, es lógico regalar algo hermoso, con una tradición simbólica que lo une a la vida, al corazón, a sus latidos, y al amor, un amor generoso y rebosante de energía vital.

La vinculación de las flores a la sexualidad probablemente se debe a su belleza y su aroma. Quizá hay una explicación científica sobre el perfume a rosas que perciben los supuestos santos en supuesto éxtasis. Quizá la sensación de felicidad está relacionada con experiencias sensoriales tradicionalmente agradables tanto a través de la vista, el olfato, el tacto, el oído o el gusto. Quizá se generan endorfinas. Quizá si estás enamorada y te regalan flores, te mueres de gusto. Habrá que probarlo.

13.8.05

El Teatro de Baelo Claudia

Repasando mis apuntes de la facultad, he ido a toparme con el arte romano, o más bien, con las características sociales y culturales de las ciudades romanas deducidas de su edificación civil y su urbanismo.

Estudiar Historia del Arte -y también escribir Historia del Arte- es un arte en sí mismo, y no una ciencia como se nos ha querido vender. A cada promoción de estudiantes que ingresa en la Universidad, durante el primer curso, se le insiste en este punto para que a lo largo de los cuatro años posteriores consiga desmontar esta hipótesis.

Hacer Historia del Arte consiste en acudir a las fuentes, en primer lugar. Y no me refiero al manual de Manuel Bendala Las claves del arte griego, que sin duda debe ser estupendo como introducción, sino a las fuentes "de verdad". En la práctica, ningún alumno lo hace. Sólo unos cuantos profesores, y un puñado de investigadores, que en la mayor parte de los casos, son las mismas personas.

A continuación, comienza el trabajo auténticamente creativo: establecer analogías, vínculos, y descifrar el mensaje de cada obra. En esta ocasión, la mejor guía suele ser el propio instinto. El problema es que con demasiada frecuencia confundimos estudiar Historia del Arte con memorizar los antedichos manuales; y así, al enfrentarnos a una obra no sabemos sino repetir de carrerilla lo que nos han enseñado. Escasea el espíritu crítico en las universidades y esto, no sólo en esta disciplina, sino en todas, es algo fundamental para formar a buenos profesionales.

Los estudiantes de Historia del Arte nos hemos acostumbrado a leer demasiado y mirar muy poco, a preparar un examen y obviar la obra. ¿Qué obra crees que va a caer en el examen? Sólo en este caso le prestamos atención, manoseamos los apuntes que nos ha dictado el profesor o, en su defecto, su libro -todos los malos profesores tienen un libro de obligada lectura- y memorizamos el párrafo. Si conseguimos escribir la misma idea, con los mismos datos y distintas palabras, el sobresaliente está asegurado.

Abotargados con tantas letras, perdemos la obra de vista y no sabemos cómo reaccionar cuando nos encontramos frente a una que desconocemos. En ese momento siempre hay alguien qué pregunta: "¿y esto qué es? ¿Cómo se llama? ¿Para qué servía este edificio? ¿Quién pintó este lienzo? ¿Qué significa?". Y si no lo sabemos, algo nada extraño, dado que no somos enciclopedias con patas, estamos perdidos: queda constatado como una evidencia que nos dieron el título en una tómbola.

El referido abotargamiento y la notable carencia de espíritu crítico hace que se nos pasen por alto los parecidos más evidentes, las conexiones culturales, artísticas y sociales, básicas para la interpretación de una obra de arte y, sobre todo, para empezar a considerarla síntoma de unas ideas y de una forma de vida.

Hace un momento, miraba fotos del teatro de Baelo Claudia, y leía reseñas que aludían a sus gradas, y su división según los diversos estratos sociales. Y me decía "qué suerte que ya no exista esa división de clases y cualquiera pueda ponerse tan cerca del escenario como quiera". Error.

El precio de una entrada a dos metros del actor, artista o cantante de turno, es casi inaccesible a la mayoría de los mortales, que tenemos que conformarnos con la summa cavea, es decir, el gallinero. No hemos cambiado nada. No sé cómo no me he dado cuenta antes...

3.8.05

El embrujo de Sevilla


Hace mucho, mucho tiempo, cuando España no era un pequeño país decadente y ridículo, sino un imperio que extendía su poderío a lo largo y ancho del planeta, hubo una ciudad que, envalentonada y orgullosa, se atrevió a proclamar su majestad por encima de las ciudades del mundo. "Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla", rezaban los grabados de entonces.

Sabiéndose hermosa, tornóse vanidosa y presumida. Sabiéndose rica, pretendió ser poderosa. Sabiéndose útil, creyóse indispensable.

Y así, mientras rozaba su gloria con las yemas de los dedos, Sevilla fue maldita para siempre, quedando atrapada en su sueño de esplendor; ciega ante el mundo, no pudo volver a abrir los ojos. Así se forjó su leyenda.

Tan grande fue la caída desde su desierta cumbre, que quedó inerte y desprotegida. Fue entonces cuando sucumbió ante el encantamiento de dos brujas: una flamenca, pero de Flandes; otra española, pero de más allá del mar.

La ciudad que había sido impulso y amparo de la cultura, reina de las artes y princesa de las letras; la ciudad que engendró a Diego Velázquez y Lope de Rueda, que alentó a Miguel de Cervantes, quedó encadenada a su martirio flamenco y todavía hoy ésa es su única diversión: mirarse al espejo mientras canta y baila. Empachada de sí misma, apenas le queda agilidad para moverse y desafina. No le importa no saber dar a luz una creación ni carecer de criterio para apreciarla y eso la hace aún más mezquina y bajuna, faltando al respeto al verdadero arte.

La ciudad que durante siglos había abierto sus brazos al mundo, uniendo continentes, demostró que sólo actuaba movida por la fascinación que sobre ella ejercía el preciado metal, que terminó por dar nombre a una torre de arena y paja.

Sevilla hundió sus naves ante las costas americanas y desde entonces no ha vuelto a salir a mar abierto. Por eso el aire cerril y provinciano. Por rencor no acepta nada de lo que venga de fuera, como amante despechada que renuncia al amor.

Sevilla hoy no es sombra de lo que fue, es el resultado de la regla matemática de sumar las miserias personales de sus habitantes a lo largo de 500 años.

El embrujo de Sevilla es una maldición que la hace aburrida, caprichosa, estéril, intolerante y soberbia; que la llena de prejuicios y la convierte en esperpento.

Sevilla, que podría ser hoy una anciana dama, elegante señora de su pequeño paraíso, no es más que una vieja que aún sueña, con cara embobada y ojos de lluvia, la lejana belleza de su juventud; una vieja que vive rodeada de gatos -gordos, lentos y castrados- que sólo se le acercan para comer.