15.8.05

Flores para la Virgen


Hoy, 15 de agosto, por obra y gracia del calendario de nuestra religión consuetudinariamente, aunque no constitucionalmente, aceptada como oficial, es festivo en toda España. La Virgen de Agosto recibe homenajes en cualquier punto del país, y en formas diversas. En Sevilla, por ejemplo, se procesiona a la Virgen de los Reyes.

Los informativos de nuestras televisiones no tenían suficiente chicha con la noticia del asesinato del primer ministro de Sri Lanka, así que han tenido que llenar su tiempo con lo de siempre: pasando revista a las fiestas populares de la España profunda, o superficial; nocturna o diurna. Es igual. No importa el motivo; lo esencial es divertirse. Enhorabuena a quien lo consiga.

Para la Virgen de Agosto, las calles de los pueblos y ciudades se engalan; se celebran verbenas, romerías, encierros de vaquillas y ofrendas florales. Viendo una de estas escenas, se me ha venido a la memoria la ofrenda de flores que se celebra a la Virgen de los Desamparados durante la semana de Fallas en Valencia.

Las imágenes de la Virgen siempre van engalanadas con flores. Remontándonos en el tiempo, las propuestas iconográficas concepcionistas del siglo XV, antes de que el dogma de la Inmaculada Concepción fuera asumido por la iglesia católica, ya asociaban ciertas flores -la azucena y la rosa- a la Virgen. Y hasta donde yo sé, las vírgenes medievales carecían de estos delicadísimos atributos.

Eran recias guerreras, como delatan sus nombres: Virgen de los Reyes, Virgen de las Batallas, Virgen de la Victoria. Emparentadas con las gestas para liberar a la cristiandad del yugo islámico o con la función áulica, las vírgenes de aquellos años eran estandartes o tronos, imágenes mayestáticas, en cuyo nada reconfortante regazo crecía y se acomodaba el Niño Dios. Sólo recuerdo una imagen medieval -aquel icono en que la Virgen, con una inquietante mirada fija, inclina su cabeza buscando la del niño- donde una rosa constituye el centro de la composición.

La candidez de la Virgen renacentista quizá estaba vinculada a la nueva imagen de la mujer a partir del siglo XV, una imagen que buscaba sus raíces en la cultura clásica de korai y guirnaldas, de voluptuosas Venus, recubiertas por una capa de dulce amor materno-filial. La impoluta Virgen Niña recibe los mismos atributos iconográficos que una diosa del amor. La flor es claramente un icono sexual, presente en nuestro inconsciente, e incluso en nuestro vocabulario.

Las estadísticas -muy fiables, realizadas en una población de 10 personas, con una equilibrada proporción de hombres y mujeres, entre los 24 y los 50 años- demuestran que el significado sexual de la flor está fijado a nuestro inconsciente de modo indeleble. La mayoría de hombres se rindió ante la callada belleza de un capullo cerrado; mientras las féminas preferían la obviedad del hilillo de sangre goteando de los pétalos carmesíes, devanados y desenvueltos en un estallido de flor abierta de par en par. Entre la flor silvestre y la cultivada, por supuesto gana la segunda. La imagen del tulipán resulta tan obvia, que es hiriente. El anuncio de tampones que se deslizan por un pétalo, desgarrando su fina piel aterciopelada, más aún.

Para qué hablar del ramo de la novia, una pequeña princesa de bondad, una reproducción a escala humana de la Virgen en belleza y virtud, que por cierto, también debe ser virgen, si se trata de una novia católica a la antigua usanza, claro. Y conste que la única que puede tocar ese ramo, aparte de la propia novia, es la próxima en casarse; es decir, alguien que es más virgen, más cándida y más inocente todavía.

Por último, la imagen de la flor como símbolo del renacimiento de la naturaleza en primavera; una primavera que, como dice el refrán, la sangre altera, favoreciendo acercamientos, acaloramientos y alegrías varias. Recordemos, por cierto, que un mes tan florido como Mayo, sobre todo si Marzo ha sido ventoso y Abril lluvioso, es el mes de la Virgen, con sus cruces florales -la mujer en el hombre, el estallido de luz, color y vida en un instrumento de muerte.

No veo nada obsceno en ofrecerle flores a una imagen sagrada. Más bien al contrario, es lógico regalar algo hermoso, con una tradición simbólica que lo une a la vida, al corazón, a sus latidos, y al amor, un amor generoso y rebosante de energía vital.

La vinculación de las flores a la sexualidad probablemente se debe a su belleza y su aroma. Quizá hay una explicación científica sobre el perfume a rosas que perciben los supuestos santos en supuesto éxtasis. Quizá la sensación de felicidad está relacionada con experiencias sensoriales tradicionalmente agradables tanto a través de la vista, el olfato, el tacto, el oído o el gusto. Quizá se generan endorfinas. Quizá si estás enamorada y te regalan flores, te mueres de gusto. Habrá que probarlo.

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