29.8.05

Sevilla, lejos de Sevilla


Primero fue la patética Misión Imposible 2, y ahora resulta que ya unos cuantos años antes, en 1996, el sobrevalorado Dan Brown -cómo fastidia que venda tanto- ya se había cebado con la patria de nuestro corazón: con Sevilla, la nuestra y la de todos; la Sevilla universal, que lo es desde el 92, por cierto, desde 1492.

Estoy segura de que, mucho antes de la mencionada película del ahora histriónico Tom, con la memorable hoguera alimentada por nuestras tallas de santos, ángeles y otros personajes bíblicos -nadie en esta ciudad osaría quemar el nazareno de Pasión obra de las gubias de Martínez Montañés- hubo otras referencias a Sevilla de calidad igualmente cuestionable en el panorama cultural internacional, pero fue ésta, quizá por su violencia visual, o quizá sólo por ser de las más recientes, la que se me quedó grabada en la memoria como la mayor estúpidez que ha provocado una extraña sensación de orgullo entre mis paisanos.

Por supuesto, no se puede comparar esta clase de desatinos con la adorable traducción de "The rain in Spain falls always on the plain" por "La lluvia en Sevilla es una maravilla", que tarareaba, doblada, la escuálida Audrey Hepburn. Me refiero a críticas a Sevilla con verdadera sustancia y en escaparates mediáticos, pero muy mediáticos.

Antes de Tom -muchos me preguntan aún por qué le odio tanto- y Dan, hubo otros, lo sé; y lo peor es que les alimentamos nosotros. La autocrítica es sana; la autoparodia, también. Tomarse nuestra cultura a guasa, no tanto. Y claro, luego nos quejamos de haber dado lugar a semejantes engendros. Y si no, que le pregunten a Pérez Reverte por el retratillo social de los tres mafiosos y delincuentes que, más sevillanos que nadie, se pavoneaban por su novela -también sobrevalorada, a mi entender- La piel del tambor.

En fin, que parece que Dan Brown se mete con Sevilla. Y todos ponen en grito en el cielo. Habrá que esperar a leer la Fortaleza Digital, aunque no sé si merecerá la pena...

Lo que parece evidente es que, para garantizar que la imagen de Sevilla en el mundo exterior no sea como una estampita de las del famoso timo, los propios sevillanos tendríamos que ser los primeros en cuidarla. Y con esto no me refiero a dejar que el dinero público se deje correr por los insondables pozos de la promoción -que me lo digan a mí, que he sacado muchas veces la basura-, ni siquiera a revitalizar la imagen de la ciudad, poniendo a punto la "fachada sin terminar" de nuestro ayuntamiento. Ya ves, ¡qué podrá aportar otra obra más, otro andamio más, otra zanja más, a esta ciudad de polvo y albero!

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