28.8.05

Miedo

Ante mis ojos, se suceden imágenes en blanco y negro, diapositivas desteñidas en un proyector atascado. La angustia de ver que el tiempo no pasa, de ver cómo gotean los segundos en un alarde infinito de nostalgia de sí mismos; o quizá, la angustia de ver que el tiempo pasa demasiado rápido para poder verlo. Un par de clics y del blanco al negro, de nuevo, sin pestañear. Ese abismo del todo o nada, que puede convertir la vida en un juego o en una decepción: caída libre hasta que ese movimiento reflejo de los músculos nos hace despertar entre las sábanas.

Arriesgarse o no. El regalo no es la vida en sí, sino saber que podemos hacer de ella lo que deseemos. Sólo hay que elegir: arriesgarse o no.

Y el miedo en este caso es quizá la más animal de las emociones: instintiva, visceral e irracional. A veces, incontrolable. Pero siempre una barrera, un obstáculo que sortear para alcanzar el objetivo de una vida plena. El miedo sólo llegará a ser una herramienta útil cuando sepamos transformarlo en prudencia.

El objeto del miedo pueden ser los otros, lo ajeno a nosotros, pero siempre nace del interior. El mayor enemigo de un hombre con miedo es él mismo. "¿De qué tienes miedo?" "De parar un día, mirarme al espejo y encontrar algo que no me gusta." Y el espejo siempre son los otros: lo que hacemos a los demás, lo que les decimos. Y la respuesta que nos dan, es siempre la imagen más clara y objetiva que podemos tener de nosotros mismos.

Las razones del miedo pueden ser infundidas por los demás, actitudes que esconden una malsana necesidad de control también digna de análisis, pero sólo hacen mella en una mente débil o dependiente. La alienación que, vistas desde fuera, parecen sufrir de un modo evidente algunas sociedades, como la estadounidense o la vasca, nacen de esos miedos.

Pero el control efectivo a través del miedo no se efectúa sólo a gran escala: es algo que empieza poco a poco, aportando pequeños granitos de arena-personas manipuladas y manipulables gracias al escaso valor que se dan a sí mismas. Una tarea que muchas veces se lleva a cabo en las familias y que dificulta las relaciones hasta el caos emocional en que nos encontramos en la actualidad: desde los casos de violencia doméstica, hasta el "callar hasta reventar" por no decir las palabras equivocadas; abusos, acosos y vampiros emocionales; el chantaje de los que nunca son culpables; la incapacidad para depositar la confianza en los demás; el enrarecimiento de una charla amistosa o amigable; la lucha por el poder sobre el otro; y los daños por omisión. "Yo no he hecho nada". Sí, pero quizá eso fue lo peor. Distorsiones provocadas por un miedo infantil y paralizante, que impide reaccionar con madurez ante situaciones familiares o sentimentales determinadas.

Las guerras se alimentan del miedo de los pueblos, aunque todavía podemos culpar a Papá Estado. Pero en este caso, se trata de los valores transmitidos en el entorno familiar y de eso sólo nosotros somos responsables. Hay que saber reconocer el miedo, que a menudo se disfraza de otras cosas; hay que saber vencerlo, sin permitirle que nos deje inmóviles, esperando una respuesta. Y sobre todo, hay que superarlo para saber cuando arriesgarse. Porque "arriesgarse o no" no es una elección: la duda sólo radica en cuándo hacerlo.

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