18.8.05

Basura

La Señora Basura bostezaba, recostada cuan larga era en un cómodo charco del baldío lodazal. Recuerdo haberla visto en otro tiempo, una época de esplendor, donde todo era rosa fucsia y rótulos luminosos, pelos cardados y sudaderas asimétricas de hombro al aire. Por aquel entonces, acababa de salir de una profunda crisis, y empezaba a coger sus kilitos de siempre. Colores pardos y texturas mugrientas: seguía conservando lo más auténtico de su esencia. Aún así, las cáscaras de plátano eran un producto estrella de la montaña que custodiaba. Mala señal. Señal de que aquellos años, que querían romper la música destrozando guitarras y romper la cultura escupiendo en la cara, eran sólo un espejismo. Breve oscilación del péndulo.

Hoy, la Señora Basura vive sumergida en un constante compás de espera y un tiempo de vacas flacas. Flacas como ella, que ni siquiera está delgada. Eso para otras, que antaño estuvieron gordas, pero que hoy se muestran pletóricas y recauchutadas: abundantísimos lípidos desperdigados por la montaña, temiendo ser aprovechados para hacer jabón.

Y es que hoy, la Señora Basura no vive su mejor momento. Su fortaleza de podredumbre y abandono es un exiguo callejón empedrado, por el que corren los chorros del "agua va". Hoy todo es reutilizable, biodegradable, reconvertible o, simplemente, reciclable. Y no es que ésta no sea una buena opción para aliviar a la Señora Basura de su pesada carga: lo sería si no agonizase a la espera de nuevos artículos que nunca llegan.

Por que la basura, aquella que debería poblar la montaña de la referida Señora, puebla en realidad nuestras vidas. Toda la basura del mundo, los restos de porquería de los demás, aquella herencia de nuestros antepasados, que, conviene recordar, no siempre dejan un interesante legado, es venerada en los museos, sin padecer una criba previa, sin discriminación ni criterio. El "todo vale" se ha asentado como distintivo de la cultura del pasado siglo y el presente.

Y las miserias de los que no son antepasados, los que siguen vivos, son primera página de todos los periódicos. Se vende como artículo de lujo. Hemos aprendido a vivir de la basura y lo más triste, es que nos gusta. Disfrutamos devorándonos. Hemos perdido el respeto a la muerte y las cosas muertas, momificamos virtudes que dejaron de serlo hace años, queriendo recuperar lo irrecuperable. No nos resignamos al paso del tiempo, no aceptamos la muerte como un adiós y una renovación: la convertimos en espera de algo más. Y veneramos, como a una diosa, los gozos de la escatología más degradante, a nivel humano e intelectual.

Descanse en paz aquel mítico personaje de Fraggle Rock.

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