3.8.05

El embrujo de Sevilla


Hace mucho, mucho tiempo, cuando España no era un pequeño país decadente y ridículo, sino un imperio que extendía su poderío a lo largo y ancho del planeta, hubo una ciudad que, envalentonada y orgullosa, se atrevió a proclamar su majestad por encima de las ciudades del mundo. "Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla", rezaban los grabados de entonces.

Sabiéndose hermosa, tornóse vanidosa y presumida. Sabiéndose rica, pretendió ser poderosa. Sabiéndose útil, creyóse indispensable.

Y así, mientras rozaba su gloria con las yemas de los dedos, Sevilla fue maldita para siempre, quedando atrapada en su sueño de esplendor; ciega ante el mundo, no pudo volver a abrir los ojos. Así se forjó su leyenda.

Tan grande fue la caída desde su desierta cumbre, que quedó inerte y desprotegida. Fue entonces cuando sucumbió ante el encantamiento de dos brujas: una flamenca, pero de Flandes; otra española, pero de más allá del mar.

La ciudad que había sido impulso y amparo de la cultura, reina de las artes y princesa de las letras; la ciudad que engendró a Diego Velázquez y Lope de Rueda, que alentó a Miguel de Cervantes, quedó encadenada a su martirio flamenco y todavía hoy ésa es su única diversión: mirarse al espejo mientras canta y baila. Empachada de sí misma, apenas le queda agilidad para moverse y desafina. No le importa no saber dar a luz una creación ni carecer de criterio para apreciarla y eso la hace aún más mezquina y bajuna, faltando al respeto al verdadero arte.

La ciudad que durante siglos había abierto sus brazos al mundo, uniendo continentes, demostró que sólo actuaba movida por la fascinación que sobre ella ejercía el preciado metal, que terminó por dar nombre a una torre de arena y paja.

Sevilla hundió sus naves ante las costas americanas y desde entonces no ha vuelto a salir a mar abierto. Por eso el aire cerril y provinciano. Por rencor no acepta nada de lo que venga de fuera, como amante despechada que renuncia al amor.

Sevilla hoy no es sombra de lo que fue, es el resultado de la regla matemática de sumar las miserias personales de sus habitantes a lo largo de 500 años.

El embrujo de Sevilla es una maldición que la hace aburrida, caprichosa, estéril, intolerante y soberbia; que la llena de prejuicios y la convierte en esperpento.

Sevilla, que podría ser hoy una anciana dama, elegante señora de su pequeño paraíso, no es más que una vieja que aún sueña, con cara embobada y ojos de lluvia, la lejana belleza de su juventud; una vieja que vive rodeada de gatos -gordos, lentos y castrados- que sólo se le acercan para comer.

1 comentario:

El Ojo de Sevilla dijo...

Con tu permiso, he introducido esta entrada en mi blog. Me ha encantado y suelo destacar algunos blogs de vez en cuando. Espero que no te moleste.
¡Felicidades, gran blog el tuyo!