13.8.05

El Teatro de Baelo Claudia

Repasando mis apuntes de la facultad, he ido a toparme con el arte romano, o más bien, con las características sociales y culturales de las ciudades romanas deducidas de su edificación civil y su urbanismo.

Estudiar Historia del Arte -y también escribir Historia del Arte- es un arte en sí mismo, y no una ciencia como se nos ha querido vender. A cada promoción de estudiantes que ingresa en la Universidad, durante el primer curso, se le insiste en este punto para que a lo largo de los cuatro años posteriores consiga desmontar esta hipótesis.

Hacer Historia del Arte consiste en acudir a las fuentes, en primer lugar. Y no me refiero al manual de Manuel Bendala Las claves del arte griego, que sin duda debe ser estupendo como introducción, sino a las fuentes "de verdad". En la práctica, ningún alumno lo hace. Sólo unos cuantos profesores, y un puñado de investigadores, que en la mayor parte de los casos, son las mismas personas.

A continuación, comienza el trabajo auténticamente creativo: establecer analogías, vínculos, y descifrar el mensaje de cada obra. En esta ocasión, la mejor guía suele ser el propio instinto. El problema es que con demasiada frecuencia confundimos estudiar Historia del Arte con memorizar los antedichos manuales; y así, al enfrentarnos a una obra no sabemos sino repetir de carrerilla lo que nos han enseñado. Escasea el espíritu crítico en las universidades y esto, no sólo en esta disciplina, sino en todas, es algo fundamental para formar a buenos profesionales.

Los estudiantes de Historia del Arte nos hemos acostumbrado a leer demasiado y mirar muy poco, a preparar un examen y obviar la obra. ¿Qué obra crees que va a caer en el examen? Sólo en este caso le prestamos atención, manoseamos los apuntes que nos ha dictado el profesor o, en su defecto, su libro -todos los malos profesores tienen un libro de obligada lectura- y memorizamos el párrafo. Si conseguimos escribir la misma idea, con los mismos datos y distintas palabras, el sobresaliente está asegurado.

Abotargados con tantas letras, perdemos la obra de vista y no sabemos cómo reaccionar cuando nos encontramos frente a una que desconocemos. En ese momento siempre hay alguien qué pregunta: "¿y esto qué es? ¿Cómo se llama? ¿Para qué servía este edificio? ¿Quién pintó este lienzo? ¿Qué significa?". Y si no lo sabemos, algo nada extraño, dado que no somos enciclopedias con patas, estamos perdidos: queda constatado como una evidencia que nos dieron el título en una tómbola.

El referido abotargamiento y la notable carencia de espíritu crítico hace que se nos pasen por alto los parecidos más evidentes, las conexiones culturales, artísticas y sociales, básicas para la interpretación de una obra de arte y, sobre todo, para empezar a considerarla síntoma de unas ideas y de una forma de vida.

Hace un momento, miraba fotos del teatro de Baelo Claudia, y leía reseñas que aludían a sus gradas, y su división según los diversos estratos sociales. Y me decía "qué suerte que ya no exista esa división de clases y cualquiera pueda ponerse tan cerca del escenario como quiera". Error.

El precio de una entrada a dos metros del actor, artista o cantante de turno, es casi inaccesible a la mayoría de los mortales, que tenemos que conformarnos con la summa cavea, es decir, el gallinero. No hemos cambiado nada. No sé cómo no me he dado cuenta antes...

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