30.8.05

El Despertar

Muchos han elucubrado sobre los aspectos que distinguen al hombre del animal. Lo que sí es animal es querer separar al ser humano de su naturaleza innata: aquello que no puede perder, pues lo demás es aprendido.

En estas divagaciones, la capacidad lingüística muy desarrollada y, en ocasiones, absolutamente inútil, del ser humano, ha ido ganando posiciones como la característica principal en la consideración del hombre por encima del resto de las especies.

No digo que no sea una baza importante. También lo es la sociabilidad y, al igual que el lenguaje, como forma de comunicación, es tan aplicable al ser humano como a mi gato que, gemido tras gemido, mancha a mancha, aromatizando mi casa entera con su inigualable perfume, consiguió hacerse un hueco en la complicada estructura social de los gatos callejeros de mi barrio. Tras la castración, ese universo que nos es tan ajeno a sus amos y cuidadores, quedó sumido en el más profundo de los olvidos...

En fin, el tema no era Jimeno, sino la religión y la magia. Esa es mi apuesta dentro de "la serie de cosas que hacen especiales al ser humano". Tampoco es que el tema -la parte entrecomillada- me interese, pero había que hacer una introducción para hablar del asunto mágico-religioso.

A mi entender, hay varios estratos: primero, la inconsciencia. Por aquel entonces sí que se vivía bien; éramos todos como niños chicos, no había miedos ni preocupaciones. Y por supuesto, al no haber amenaza, el hombre no había desarrollado una respuesta a la amenaza. No había necesidad de protegerse frente a nada. Aquí los hombres son como dioses.

Luego la consciencia y el miedo. Un estrato breve y agónico en que el ser humano se da cuenta de su fragilidad, imperfección y finitud. Reconocerse en el espejo de la vida con esa cara de don nadie llega a ser doloroso, así que es necesario buscar remedio. La magia, el mito. "No somos omnipotentes..." "¡Pues alguien tiene que serlo!" "No tenemos todas las respuestas, todas las soluciones, toda la protección".

Pasamos al siguiente nivel. Y entonces el hombre se pone a buscar un dios-papá que le solucione la papeleta. Magia o religión, igual da. Ambas tienen muchas cosas en común. Para empezar, la fe -otro de mis asuntos favoritos- y para continuar, el rito. Por este orden, porque la fe puede ser individual, mientras que el rito es un acto social: la iglesia, o el nombre que reciba una institución de similares características en el caso de la magia, es una estructura social que administra los bienes de papá-dios a través de un intermediario u oficiante. Siempre es así. Aunque para mí, si tuviera que elegir una religión, las mejores serían siempre las que carecen de intermediarios.

Por encima de este nivel, la conciencia. Aquí comprendemos que si no encontramos las respuestas es quizá porque no haya respuestas, o bien, porque no hemos desarrollado todavía los mecanismos -ciencia, técnica- necesarios para hacerlo. La razón nos ayuda a asumir que no somos superiores ni tenemos por qué serlo. Y sobre todo nos ayuda a ver con claridad que el estado anterior, de enajenación mental, social y global, era una reacción a esa carencia de entendimiento.

No digo con esto que el estrato racional sea el nivel supremo en el desarrollo intelectual del ser humano. Más bien al contrario. Si hemos conseguido llegar hasta aquí, la sensación de vacío espiritual será terrible. Nada de miedo, es la melancolía del no-ser. El hombre necesita colmar este vacío y llenarse de paz. Quizá la tendencia natural es caer de nuevo en el nivel mágico-religioso. Pero cuando la razón habla, el corazón ya no se permite juegos de magia.

La melancolía del hombre laico es la de aquel que recuerda con lágrimas en los ojos un ser infantil que un día le llenaba el corazón, que se sabía libre dentro de una casa guardada y protegida por sus padres.

El adulto que sale de casa a buscarse la vida volverá a ver a sus padres, a veces con alegría, y otras, con la desesperación de tener que pedirles de nuevo ayuda, pero sabe que un regreso definitivo es imposible.

El adulto que sale de casa tiene que aprender a hacer su propio camino. Por eso, aunque aún no lo he encontrado, estoy segura de que hay otro nivel más, por encima de la senda de la razón, que sosegará y dará plenitud a los hombres de espíritu inquieto.

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