17.9.06

España, de psicólogo

Una de las mayores sorpresas de mi exilio italiano -reconozcámoslo, no fue para tanto, sólo tres meses- no la encontré en el descubrimiento de aquel país, sino en lo que ese viaje me permitió descubrir de mí misma. Además de llegar a comprender que puedo sobrevivir lejos de casa o que puedo hacerlo en compañía de personas ajenas a mi entorno -las trabas sociales que tengo en España siempre me habían hecho pensar lo contrario-, lo más extraordinario fue descubrir que amo a mi país. Sí, a ese mismo país que, desde el interior de la cazuela, siempre he criticado, denostado y detestado. ¡Gran repulsa a nuestra ruindad patria!

Y sin embargo, allí, todo eran elogios. Cosas del exilio.

Pude hablar con australianos locos de acento insoportable, que no parecían echar de menos su casa; con alemanes enfurecidos por la inferioridad de la organización italiana en todos los aspectos de la vida, respecto a la propia; con ucranianos que hacían gala de tintes extravagantes, mientras referían el caer de las hojas de los árboles en el otoño de su país, que resultaba ser, por cierto, el más grande de Europa; con eslovenos incapaces de comprender por qué no otorgábamos la independencia a los vascos -"nosotros quisimos separarnos y lo hicimos", me decía un muchacho de 22 años que parecía no recordar lo que era la guerra-; con iraquíes que huían de su hogar y buscaban una nueva vida en un país distinto; y con italianos que parecían ver en mi la personificación de una especie de fraternidad cultural basada, por encima de todo, en la sangría, el fútbol y otros tópicos.

Y cuando a mí me preguntaban por España, me brillaban los ojos y comentaba: "lo mejor que tiene, es que tiene de todo". España es para todos los gustos, una suma de paisajes de todo tipo; de culturas, de formas de ser y de pensar; de estilos de vida. España encierra todas las bellezas.

Y curiosamente, lo que me parecía más hermoso de mi país resulta ser su peor lacra. Dentro de la cazuela, la diversidad, la diferencia, deja de ser algo digno de celebrarse, para ser hervor de envidias. Porque tu tienes más que yo, y el otro, más que los dos. Porque cuando tú tienes frío, yo tengo calor. Porque hablamos en distintos idiomas, o en el mismo desde dos modos de vida tan diversos, que nos impide entendernos. Porque lo mío es mío y de nadie más. Porque no sabemos compartir, porque no hay idea de fraternidad. Porque el vecino de enfrente no es nuestro amigo, ni nuestra familia, es la mala suerte que nos ha tocado. Como un hermanastro feo que llega a casa, con la unión indeseada de nuestros padres. Pero cuando descubrimos que no es tan feo y, lo que es peor, que le ha tocado más en herencia... Entonces nuestra ira puede ser terrible.

Ese mal endémico nuestro, que nace y crece a lo largo de toda nuestra sociedad, en forma de envidias, de cotilleos, de demostraciones de orgullo, no es la envidia en sí misma. Cualquier psicólogo puede confirmarlo: somos inseguros y tenemos la autoestima por los suelos. Somos pobres de espíritu, y lo sabemos, y por eso nos preocupa si el vecino tiene más o menos, o qué nos podemos inventar o exagerar para criticarlo. Nos queremos poco, nos sabemos débiles, y por eso, para quitarnos los miedos, nos arriesgamos al máximo: un país de cobardes que se juegan la vida, para demostrar que son muy machos, en las carreteras o corriendo delante de un grupo de toros, eso da igual.

Quizá deberíamos dejar de mirarnos al espejo y empezar a mirar al mundo. Quizá así podamos descubrir que somos muy afortunados de tener lo que tenemos y de ser como somos. Quizá dejemos de avergonzarnos y bajar la cabeza cuando se habla de España. Porque España, lo peor que tiene, es un problema psicológico muy extendido entre sus habitantes. Y eso, en un par de sesiones, se cura.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Se puede decir más alto pero no más claro. Tal vez te haya faltado mencionar las interminables discusiones por ver quién la tiene más larga y que nos son tan propias

Grumman dijo...

Bueno, un par de sesiones?....hmmm...muy largas deberian de ser esas sesiones.

Luis Caboblanco dijo...

Nos gusta discutir y porfiar... ¡somos así! y además luego nos olvidamos fácilmente, por más que una guerra civil se empeñe en recordárnoslo. Y hemos sido así siempre, desde los tiempos en que esperábamos a los romanos con un cuchillo entre los dientes.

Un saludo

Jorge Peña dijo...

España no existe, sin más. No tenemos identidad, o no queremos sentirla (excepto, como dices, cuando salimos de nuestro país), tampoco tenemos ese arraigo que nos haga sentirnos fieles a una historia común... Para esto no hay ayuda que valga.

umla2001 dijo...

Gracias a todos por pasaros por aquí.

Anónimo. ¡Sé quién eres! Pero no lo voy a decir. Por supuesto, no he incluido alusiones a ese tipo de conversación por razones obvias. No era plan de resultar soez. Pero tienes mucha razón.

Grumman, lo de "un par de sesiones" sólo es una frase hecha. Pero es evidente que el problema tendría solución si todos pusiéramos algo de nuestra parte, aunque el esfuerzo tuviera que ser un poco mayor que la simple asistencia a dos sesiones de psicólogo. Eso es, al menos, lo que yo creo.

Caboblanco, qué decir... De acuerdo en todo. Sin más.

Y Jorge, no seas tan pesimista. Yo creo que sí tenemos identidad y que el problema sí podría tener solución. Decía alguien que el único problema que no tiene solución es la muerte. Y de momento, estamos vivos para intentarlo.

Besos para todos.