26.7.05

De mayor quiero ser como Letizia

Además de tener mi propio Antro, otro de mis sueños es ser como Letizia. Y no por tener la vida resuelta o por poder estrenar cada día un modelito nuevo; tampoco porque ella haya encontrado ya a su príncipe, mientras yo ni siquiera soy la princesa de mi propio cuento.

No envidio a la persona, sino al personaje, la imagen que, principalmente gracias a la labor de sus bienintencionados excompañeros -informadores y escrupulosos fabricantes de opinión-, se ha creado de la Princesa de Asturias, "Amante, Amada e Institución"; alguien muy alejado de aquella Letizia a quien, de vez en cuando, le sale un ramalazo frívolo y gélido que le quita todo el encanto.

El personaje que envidio es aquella mujer enamorada de un hombre que está más guapo con barba que afeitado; que a sus treintaitantos años aún está a la espera de cumplir la mayoría de edad y de independizarse para montar su propio negocio; y que es el símbolo de la continuidad y el relevo generacional de una institución a combatir desde sus fundamentos. ¿Por qué se sigue aceptando, a las alturas que estamos, tan evolucionados, tan revisionistas y tan sometidos a la razón, desde el Siglo de las Luces, que otorgar ese cargo de Princeps, "el primero entre iguales", puede ser una decisión basada en derechos de sangre? No voy a venir yo a demostrar que la capacidad personal, racional, administrativa y política de los seres humanos no se hereda genéticamente.

Si yo estuviera en la piel de Letizia, me dedicaría a trabajar, día tras día, para ir minando la voluntad de Felipe, hasta hacerle ver que la razón de su existencia no es representar la institución que representa. Si estuviera en la piel de Letizia, mi plan sería hacer temblar los pilares de la monarquía, desde dentro y con calma, implosionando poco a poco, con cariño, con mimo... Mi prueba de amor significaría liberar al pueblo de una pesada carga que, objetivamente, no le reporta tantos beneficios y puede plantearse de otra manera, más llevadera para los españoles -nuestros bolsillos y nuestras conciencias- sin poner en peligro la democracia en nuestro país.

Si yo estuviera en la piel de Letizia, una caricia o un susurro podrían ser el equivalente a ir aplacando el espíritu de convicción, tan arraigado en nuestra Familia Real - conste que lo escribo con mayúscula no por deferencia en el tratamiento, sino porque es una convención aceptada y promovida por el Diccionario de la RAE. Dulces susurros... Suaves reproches.

Y así, día tras día, compartiendo desayunos, dando sorbos al café, con las manos entrelazadas, iría obrándose el milagro. Hasta que quizá, alguna mañana de invierno, después de juguetear un rato con mi pelo entre los dedos, como si intentara hacer un recuento de mis puntas abiertas, él me confesara: "Cariño, me he planteado dejarlo".

Pero después de fantasear con la caída del imperio romano, me siento como una vulgar Mata-Hari al comprender que he estado especulando con un sentimiento de un valor muy superior al de aquella institución contra la que pretendía combatir. Me he manchado las manos con la basura de las ambiciones humanas, egoístas y sucias por muy excelsas que las consideremos en nuestra aún más ruin cotidianeidad, obviando la esencia del amor, que no existe para hacer cambiar al otro, que no es arma ni herramienta. Ni arma para manipular al amante-amado, que jamás debería convertirse en adversario; ni herramienta, medio para obtener un fin indigno, que no está a la altura.

El amor sólo es posible, y ésta es su verdad, aceptando al otro tal como es, amando sus defectos como si se tratara de sus mayores encantos; superando y haciendo superar las limitaciones; admitiendo y aprendiendo de las opiniones contrarias, que nunca erróneas. Sólo entonces el otro deja de ser adversario para convertirse en cómplice.

Si el personaje y la persona de Letizia coinciden, ahora mismo es una mujer enamorada de un hombre que representa una institución. Y si le quiere de verdad, crea o no en la monarquía, ella será reina. Y sus hijos también.

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