25.7.05

Batman Begins


Lenguajes hermanos, pero no gemelos, el cómic y el cine llevan muchos años lanzándose puyas, tantos como dándose palmaditas en la espalda. Debe ser cuestión de gustos, pero el mío me indica que es preferible que cada lenguaje se mantenga fiel a sí mismo y que las adaptaciones no se conviertan en "restauraciones en estilo", a lo Viollet-le-Duc.

El teórico frances se inventaba catedrales donde ya sólo existían piedras llenas de moho y telarañas; y lo hacía después de haber leído muchos cómics, es decir, después de haber estudiado a fondo las entrañas, las historias, las formas y los por qués de las catedrales góticas que aún quedaban en pie en su patria. Así se inventó un nuevo estilo, su estilo, un pastiche chauvinista nada fiel a la Historia, donde la arquitectura se convirtió en una serie de florituras que respondían a tics copiados de la memoria constructiva francesa.

Algo así ocurre cuando alguien que ha leído muchos cómics o que es fan de un superhéroe se decide a hacer una película sobre el objeto de su admiración: tics y más tics. Para la historia, el histrionismo hasta la exasperación del Hulk cinematográfico, no tanto del actor -fantástico Eric Bana en Troya-, como del lenguaje audiovisual que se plegó sin recato ante la ilusión de hacer un cómic en movimiento. Para la historia, pero de lo peor del cine, aquella separación en viñetas de los planos.

Tim Burton también sería muy fiel a la estética cómic en sus populares adaptaciones, las primeras de la saga; pero es que aquel estilo esperpéntico-gótico, heredado del expresionismo alemán, iba a constituir la esencia de la imagen habitual de sus películas. Así que aquellos Batman le sirvieron para autoafirmarse. Sin embargo, que los lenguajes sean más o menos coincidentes en su estética no garantiza un resultado de calidad. En este caso, quizá se deba a la más que discutible entidad de los personajes o quizá a la incapacidad de los actores a la hora de hacerlos creíbles: a Michael Keaton lo tengo asociado a películas estúpidas; luego está la mujer-florero Basinger; y para terminar de fastidiarlo, el malo-que-da-risa Nicholson. De las siguientes entregas del Hombre-Murciélago, mejor no hablar.

En Batman Begins, el cine vuelve a ser protagonista por encima del cómic. Su estética destaca por la sobriedad y su discurso, por el equilibrio. Los continuos flashbacks no distraen al espectador, sino que explican y dan entidad al personaje, que se quita la máscara de bufón impuesta por las películas anteriores, para recuperar su pátina de clásico del cómic. Los recuerdos de la infancia hicieron al hombre; los de juventud, al superhéroe.

En una época en que se recuperan los clásicos del cine oriental -Kurosawa, Mizoguchi...- y las nuevas propuestas se convierten en superproducciones galardonadas -Tigre y Dragón, Hero...-; en una época en que empezamos a profundizar en los valores de las culturas nipona y china, en sus costumbres y su arte, es más fácil entender un Batman ninja, entrenado en las artes marciales -lo que explica sus supuestos superpoderes, que no son tales- y que ha integrado a su personalidad, a través del aprendizaje de sus maestros, los valores de sacrificio, honor y respeto.

Este Batman es de carne y hueso, es un personaje real en unas circunstancias reales; pero también es un hombre que estuvo dominado por su miedo y por sus traumas, y que consiguió superarse a sí mismo.

Sobrecoge una ciudad de Gotham tan auténtica, tan próxima a nosotros que podría ser nuestra propia ciudad, donde las palabras que más resuenan, como un eco que se difunde en el aire, cada vez más potente y metálico, como por obra de un mal amplificador, son desesperanza y desesperación.

Al contrario que el patético y atascadísimo Jim Carrey, entre otros, los malos de Batman Begins dan miedo, más que nada porque son personas normales que, para superar sus traumas, como Batman, se han hecho fuertes creando una imagen de sí mismos capaz de aterrorizar a los demás; la diferencia sólo estriba en el lado de la Justicia en que se sitúan. Sólo el psiquiatra resulta chirriante, pero no debemos olvidar que no es más que un hombre atrapado en la locura de los demás, que terminó por ser su propia locura.

Los grandes temas son los de cualquier buen cómic. Más allá del honor, la traición o los romances artificiosos; aquí todo tiene sentido y circula dando vueltas entorno a una única cuestión: el miedo, que alcanza cotas de surrealismo al final de la cinta. Asociados a él, asuntos como la Justicia, tema estrella, presente en los grandes clásicos del medio; la Lealtad, que resulta ser la carencia más desgarradora, y decepcionante, de la conciencia del malo más malo; los juegos de espejos y las dobles apariencias -"Esta es tu máscara", le dice Rachel a Bruce acariciando su mejilla-; y la ignorancia de la verdad como bálsamo anestésico, es decir, mejor que no sepan.

Los diálogos también recuperan tópicos de cómic para convertir algunas sentencias en estandartes, como aquel "No voy a matarte, pero tampoco tengo por qué salvarte". Pero ejemplos como éste son los menos, y el guión vuelve a brillar por su sobriedad, su moderado realismo y su ingenio, regalando las mejores perlas a los secundarios -maldita categoría para estos actores-, como el mayordomo Michael Caine o el creador de todos los Bats, el ingeniero de la empresa Wayne, Morgan Freeman.

Mención especial para Liam Neeson, que hace un papel que le viene al pelo -desde la Lista de Schindler no le he visto hacer otro-. Y en sentido contrario, mención también para el fantástico Gordon, el camaleónico Gary Oldman, que nunca dejará de sorprenderme, y siempre positivamente. Este hombre también es de carne y hueso.

Bruce Wayne, ahora encarnado por Christian Bale, le saca ventaja a sus antecesores, en gran medida por culpa del guión. Christian le da un traje bonito y muy apropiado al personaje. Lo mejor es que hace ver que el hombre, más que el superhéroe, tiene sangre en las venas.

A pesar de que es, con diferencia, la peor del reparto, el guionista le ha regalado a la sosa Katie Holmes un momento estelar, por brillante y por especial en su significado dentro de la saga: aquel en que establece la proverbial distancia entre justicia y venganza. Sería estupendo que esta escena para el recuerdo quedara en la memoria de todos aquellos que tienen en sus manos el destino de un condenado a muerte. Quizá así el arte recuperaría la función social que nunca tuvo.

El cine de cómic puede convertirse en un género indpendiente al que concurren, aunque no siempre y nunca en la misma proporción, ingredientes del cine de aventuras, el cine de acción y el cine de ciencia-ficción.

Batman Begins consigue aunar todo eso en una amalgama que no compite, sino que complementa, a la esencia de la película: el drama psicológico. Recuérdalo: nada es real, todo ocurre en tu mente.

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