11.7.06

Guapos y Campeones II

Crónica de la Final del Mundial de Fútbol, redactada ayer 10 de Julio de 2006, para acompañar a las imágenes del post anterior, y no al revés.

El GG, Grupo de los Guapos, también conocido como Selección Italiana de Fútbol, que en su país de origen se llama "calcio", se ha llevado un premio. Un premio que no sólo merecía ya de antemano por hacerle frente al término anglosajón, inventando su propia palabra, o mejor dicho, adaptando con celebrada genialidad una antigua palabra -que en su idioma significa nada más y nada menos que "patada"- al nuevo concepto de tan noble deporte, cuando surgió allá por el siglo XIX más o menos.

Un premio que no consiste en crear un calendario de desnudos para el Cosmo, como quisiéramos algunas. No señor, se trata de una especie de trofeo dorado con forma de globo terráqueo, con el cual -en el momento de alzarlo su capitán, se entiende- se han proclamado sin vergüenza ni modestia como los mejores jugadores de fútbol -o calcio- del mundo. Es decir, los que mejores patadas pegan.

El GG no ha necesitado de metrosexualidades ni tintes para ser campeones, al menos en belleza. Tampoco han requerido un juego brillante para lo otro, lo de las patadas. Les ha bastado con no dejarse ganar por los bastardos franceses.

Tras asistir a la merecida y espectacular victoria de Federer en Wimbledon, ante un Nadal peleón, determinado y digno, pero poco afortunado, decidí que mi cupo de deportes en el día de ayer estaba ya cubierto. Así que cuando ese estudiante de Derecho de 64 años con el que comparto piso, que responde al nombre de "papá", se acomodó delante del televisor con la intención de ver la final del mundial, huí a mis aposentos.

Sin embargo, el griterío del segundo gol despertó mi curiosidad y me asomé a ver quién había sido el afortunado. Fue entonces cuando el GG, a quienes no había visto en todo el campeonato, apareció en pantalla haciendo gala de una sonrisa seductora, que deslumbraba aún más ante la posibilidad de la victoria. Si hubiera sabido que había chicos tan guapos jugando al fútbol -o calcio- me habría aficionado a este deporte mucho antes.

Por lo que vi después, y teniendo en cuenta mis escasos conocimientos en la materia, llegué a la conclusión de que el GG no merecía la victoria, muy a pesar de mis deseos, desatados por la pasión -esa lascivia declarada que me provocaban los jugadores- sumada al anhelo patriótico de ver caer a nuestros verdugos, no sólo por ser verdugos, sino por ser franceses, conceptos ya de por sí indisolubles. Tanto como la guillotina y la revolución.

"Pero esa es la grandeza del fútbol -o calcio-..." que dirían los comentaristas deportivos de A3. Italia jugó a defender y lo hizo bien, plantando un muro infranqueable ante su portería, que por cierto no se llamaba Buffon, sino Cannavaro, capaz de repeler todos los ataques de los franceses, más lucidos en sus ofensivas.

Francia hizo lo que sabe: jugar al fútbol, sacar pecho cantando la Marsellesa, mostrar orgullo patrio y hacer gala del mítico mal gusto galo, y no sólo por el corte de pelo de Ribery, al que es fácil imaginar cortando cabezas de herejes en las cruzadas, o la cara de paleto de Sagnol, que desde que descubrió lo que era un balón decidió dejar la tradición familiar de hacer queso curado de un golpe con las dos manos. Se trata de una mezcla de mala leche, con mal olor corporal -fácilmente identificable en el Metro de París-, que yo definiría como "leche agria".

Pero el campeón en "leche agria" fue sin duda Zidane, que perdió los estribos, hizo perder a su selección el partido y el campeonato, y sobre todo, perdió para sí mismo la oportunidad de retirarse como un caballero.

Con más belleza de cara y de espíritu -mientras no se demuestre lo contrario, los insultos de los italianos no llegaban hasta los micros- el GG, Italia, es por cuarta vez campeona del mundo de fútbol -o calcio.

Guapos y efectivos en su trabajo. ¿Qué más se les puede pedir a los italianos? Que sean cariñosos, generosos, brillantes, inteligentes, geniales, tiernos, educados... Y que echen de vez en cuando una mano en casa a sus señoras, si es que las tienen. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión, que diría Ende.

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