2.1.06

Las Reliquias y Los Talentos

En algún lugar del norte de Italia, el 29 de Septiembre de 2005.

Es más que evidente que las reliquias generan opiniones enfrentadas. Hasta los más fervientes católicos se atreven a dudar de la autenticidad de algunas de ellas. Desde mi punto de vista, la polémica no debería centrarse en su autenticidad, sino en su valor.

En todas las ciudades italianas que he visitado hasta el momento se conservan importantes reliquias. La mayoría son fragmentos de huesos de santos. Algunos templos, o incluso galerías privadas, como la Doria Pamphilj, conservan cuerpos íntegros, revestidos de telas bordadas de oro y plata, de santos coronados que sujetan hojas de palma, santos mártires. Hay otros ejemplos más curiosos, por salirse de lo escabroso y entrar en lo anecdótico o circunstancial, como las cadenas de San Pedro, que pude ver en San Pietro in Vincoli.

Pensando en el valor que para un cristiano convencido pueden tener este tipo de vestigios, se me ha venido a la mente la parábola de los talentos, aquella en que un noble entregaba una serie de talentos a sus siervos. La moraleja venía a decir que lo que hay que hacer con los "regalos de Dios" no es conservarlos bajo tierra como un tesoro escondido, sino darles un uso. Merece la pena arriesgarse, poner en peligro esos regalos, porque con esa actitud se les está reconociendo su valor.

Aplicando el mensaje de esta parábola al caso de las reliquias, podríamos decir que esos "talentos" o "regalos" que Dios entregó a sus discípulos fueron los santos, mártires o no, cuyo valor reside en el ejemplo que con su actitud piadosa pudieron dar a todos aquellos que desean llegar a ser buenos cristianos. Quizá en un primer momento fue así.

El caso es que, años más tarde, quizá siglos, intuyo que con los inicios del catolicismo, la línea del buen uso de los talentos se torció. En los santos dejó de buscarse un espejo en que mirarse; dejaron de ser un medio para reconocer y seguir el camino de una buena conducta, para convertirse en un fin, en un objeto de veneración en sí mismos.

Y con la locura que desata la idolatría, la veneración fue más allá de las almas de los santos, y se detuvo en sus cuerpos, fragmentos de cuerpos corruptos o no, manipulados, deshilachados, congelados en el tiempo de urnas de oro y cristal. Quedaron para siempre los talentos, las historias personales de fe y caridad, enterradas bajo tierra, mientras se elevaban fastuosas moles de piedra, destinadas a albergar las reliquias de los santos.

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