9.10.06

Desde la ciudad ficticia

La profesora de la Universidad de Málaga, Reyes Escalera, que espero no se disguste si se ve citada en estas páginas, me ha facilitado una documentación muy interesante -muy valiosa, me atrevería a decir- sobre la Fiesta Barroca, para realizar un trabajo que ahora no viene al caso.

Como buena historiadora, sus palabras nos permiten al resto de los mortales, no sólo comprender nuestro pasado, sino ver en él el reflejo de nuestro presente. Concretamente, habla de la transformación de la ciudad con motivo de la fiesta y cómo, llegado el momento, las calles, las casas, cobraban un aspecto completamente ajeno a la realidad, ocultando sus miserias con tramoyas y arquitecturas ficticias. Así, se llegaba a construir una "ciudad irreal, utópica, de teatro, de tramoya, ficticia, excepcional...", cito.

No estoy segura de qué tipo de crema antiarrugas utilizan los sevillanos, pero parece que va muy bien puesto que, 400 años después de aquello, la ciudad muestra la misma cara. La misma vida de desgaste cotidiano sin objetivos, cuyo único consuelo es la fiesta anual, pero ocasional. El sevillano vive por y para la fiesta y no, como en otras poblaciones con más sentido del "marketing", para sacarle un provecho económico a una vieja tradición. No, el sevillano lo vive desde dentro, de un modo visceral, completamente irracional, como una adicción al divertimento que surge de la conciencia agresiva de un vacío existencial. En Sevilla sólo existe la Feria y la Semana Santa.

Igual que hace 400 años, el tedio y las pocas ganas de trabajar son la norma de un modo de vida que sólo encuentra su sentido en la evasión de la fiesta, en no ir hacia ningún sitio. Igual que hace 400 años, la fiesta es una alabanza al poderoso. Igual que hace 400 años, acatamos las consecuencias de un clasismo que ya ha sido superado hace mucho en la otra cara de la vida, esa vida cotidiana y "racional" de todos los días. Igual que hace 400 años, aunque la ciudad se caiga a pedazos, cuando llegue el momento estará a punto para vestir sus mejores galas.

Las obras del metro no podrán con el Consejo General de Cofradías. Los derechos de los ciudadanos no podrán con las "sillas" que sólo pueden pagar unos pocos, comiéndonos las calles, ese preciado don llamado "espacio público". La diversión y el jamón "cinco jotas" de las casetas se apagarán al paso del interés general y el común de los mortales, mientras se encienden, tímidamente de nuevo, cada vez que se deja ver la característica figura del pícaro, que existe desde antes del Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán. Las fachadas se vestirán de domingo de ramos, con palmas y banderas de la ciudad, capaces de tapar los desconchones. Y en los balcones, los "señoritos", que ya eran señoritos hace 400 años, se asomarán más para dejarse ver, que para contemplar la fiesta.

Y el mundo entero se detendrá, frotándose los ojos, incrédulo, para comprobar cómo, un año más, el humo puede crear figuras hermosas donde sólo hay vacío y miserias. Un año más, y ya van 401.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En unos 5000 años de historia del hombre...de verdad que hemos cambiado menos de lo que imaginamos, asi que 400 años es solo un suspiro.

umla2001 dijo...

Sí, pero hay ciudades que suspiran más que otras. Creo que Sevilla tiene ya hipo, de tanto suspirar.